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Reportaje:La plaga de drogadicciones legales de farmacia / 1

Durante 1979 se consumieron en España, 159 millones de envases de psicofármacos

Frente a las teorías de algunos psiquiatras en el sentido de que los psicofármacos no son sustancias peligrosas si se administran adecuadamente, y la firme oposición de otros sectores que consideran este tipo de medicación como algo que sólo contribuye a engordar e idiotizar al individuo, el doctor Elías Cáceres, psiquiatra y jefe de la unidad de toxicomanías de la Administración Institucional de la Sanidad Nacional, analiza con cifras recientes el aumento alarmante de consumo de psicofármacos en España. La pastillomanía se asienta sobre intereses comerciales, la soledad del individuo y la atención médica inadecuada."

En 1979 se han consumido en España, sólo en farmacias, más de 159 millones de envases de psicofármacos en general, con un aumento inusitado de anfetaminas, tranquilizantes menores, antidepresivos, neurotróficos y analgésicos, correspondiendo un consumo de cuatro a cinco envases por habitante y año. Este despilfarro económico nos ha costado a todos, y a la Seguridad Social, más de 10.000 millones de pesetas, sin que se haya evaluado mínimamente su necesidad y eficacia.Este abuso en el consumo de psicofármacos constituye hoy un gravísimo problema sanitario y social en muchos países, que se ha dado en denominar el «fenómeno o plaga de las drogadicciones legales de farmacia», prescritas en receta oficial y semigratuita y con el agravante de que muchas de ellas ocasionan hábito y dependencia en personas con trastornos nimios que, bien delimitado un diagnóstico, no hubieran tenido necesidad del uso de este tipo de medicación.

Los psicofármacos son sustancias químicas de origen natural o artificial (de síntesis) que tienen una acción primaria sobre el sistema nervioso central, modificando su actividad en una o más funciones. Son medicamentos que se emplean para aliviar estados de tensión, ansiedad, depresión o dolor, y algunas veces para obtener de ellos alguna forma de placer.

Indudablemente, estos fármacos han revolucionado la asistencia psiquiátrica intrahospitalaria y han modificado profundamente la conducta y el destino de muchos individuos con trastornos psíquicos.

Pero lo que fue hace un cuarto de siglo el descubrimiento más esperanzador para transformar la esencia y la historia de numerosas biografías de seres condenados al silencio y la «locura», los psicofármacos, hoy han desbordado sus límites circunscritos y precisos. y se han convertido, por su mal uso y abuso social, en un fenómeno colectivo amenazador.

«No son medicamentos peligrosos si se usan correctamente», puntualiza el doctor J. A. Vallejo-NáJera. «Sus efectos indeseable suelen ser más alarmantes que realmente peligrosos». Por el contrario, la psiquiatría crítica denuncia: «No sirven para nada. Son como camisas de fuerza químicas, atan a los enfermos, pero no los curan. Además, les engordan e idiotizan. No pasan de ser instrumentos de contención utilizados para los fines egoístas de una sociedad represora».

Entonces, ¿cómo explicar de forma generalizada esta distorsión de opiniones ante el fenómeno de los psicofármacos?

Quizá sería necesario no olvidar que la historia de la sociedad en general muestra un nivel de apetencia hacia el uso y abuso de drogas, relativamente constante, y que en su difusión influyen las modas, pudiendo éstas producir modificaciones súbitas en comportamiento; que antes de su aparición eran considerados como normales. Que en el uso indebido o abuso de estas sustancias influyen mutua y decididamente los factores socioculturales, los intereses económicos, la personalidad básica del individuo, el estado patológico inicial y los efectos más o menos placenteros que se obtienen de su ingestión.

El 83,5% del total de la población (36 millones de personas), tiene cubierta la asistencia sanitaria por la Seguridad Social, es decir, más de treinta millones de personas -con tendencia a aumentar-; de manera que, del total del consumo farmacéutico nacional, un 80% correa cargo de la misma.

Existe, en la actualidad, en España un total de 455 laboratorios de fabricación de especialidades farmacéuticas y se ejerce un control teórico sobre 16.000 especialidades farmacéuticas registradas (Servicio de Farmacovigilancia), y 14.716 farmacias privadas y 170 públicas, con una media por farmacia de 2.418 habitantes.

La producción de medicamentos y especialidades farmacéuticas alcanzó un volumen por un valor de 140.000 millones de pesetas, en 1978, y el consumo general de los mismos sobrepasó la cifra de 128.000 millones, y el pasado año dicho consumo no ha disminuido en la medida en que se esperaba, por lo que resulta estremecedor si deducimos, por correlación, que hoy se consumen medicamentos casi en el mismo volumen en que se producen. Es decir, un auténtico fenómeno de pastillomanía o fármacofágia.

Publícidad y psicofármacos

El significado social y el uso y abuso de los psicofármacos son algo lejano hoy a la terapia psiquiátrica. Han desbordado su propia significación, sus primarias indicaciones. Su producción y publicidad se realizan con los mismos mecanismos y objetivos que las otras drogas social y culturalmente admitidas: alcohol, tabaco, café, té, etcétera, es decir, la obtención dealtos beneficios económicos a través de las contradicciones que la vida cotidiana nos impone a todos. Por ejemplo, elijamos el psicofármaco de cada especialidad que más se ha consumido en 1979 y en el que, en su prescripción, la publicidad ha tenido una decisiva influencia:

Tepazepan y Dogmatil: 600 millones de pesetas.

V alium: 211 millones de pesetas. Dormodor: 94 milllones de pesetas.

Pallidan: 12 millones de pesetas. Distovagal: 27 millones de pesetas.

Dearixit: 104 millones de pesetas. Somazina: 921 millones de pese!as.

Anfetaminas + fármacos antiobesidad: 700 millones de pesetas.

No olvidemos que este consumo se efectúa sólo en farmacias y no incluye los gastos en psicofármacos de los hospitales generales y psiquiátricos.

La publicidad los presenta como la panacea que alivia los dolores y tensiones, que inducen al sueño placentero, que aumentan la euforia y la productividad, que favorecen -afirman- la reinserción social. Hasta sirven para disminuir -dicen- los conflictos laborales; un psicofármaco recientemente producido en Estados Unidos ha sido llamado Concordina.

Pero los médicos sabemos bien que toda esta información no es más que un conjunto de inciertas promesas.

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