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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Los juicios de Pekín y la encrucijada china

Las autoridades chinas acaban de hacer pública la sentencia de los juicios que en Pekín se venían siguiendo contra algunos de los más destacados dirigentes de la revolución cultural. Dicha sentencia condena a la pena capital a Jiang Qin, viuda de Mao Zedong, y a Zhang Zunqiao, ex viceprimer ministro del Consejo de Estado, si bien la ejecución se aplaza dos años, en espera del comportamiento de los reos, conforme a la jurisdicción china.Identificándonos con aquellas corrientes de opinión que en nuestra cultura han venido defendiendo la abolición de la pena de muerte, esperamos que el aplazamiento de la ejecución se supere con la conmutación de la pena capital. Y, en otro orden de cosas, queremos señalar una serie de consideraciones sobre las circunstancias que han rodeado a los juicios.

Pese a las reiteradas manifestaciones, por parte de las autoridades de Pekín, de que únicamente estaban en causa los delitos comunes de los acusados, los juicios han tenido un carácter eminentemente político. La participación de los implicados en acontecimientos dramáticos recogidos en el sumario y en informaciones complementarias que han ido llegando hasta nosotros, ha sido gravísima. Pero, sin el más mínimo menoscabo de lo anterior, no parece verosímil la personalización exclusiva de las responsabilidades en la llamada banda de los cuatro, ignorando, por un lado, el clima de turbulencia conspirativa de la vida política china de los últimos años, y, por otro, la propia personalidad de los acusados, que actuaron desde las más altas instancias del Estado y del PCCh.

La condena de los tribunales chinos trasciende, pues, a la banda de los cuatro y apunta directamente a la revolución cultural, a la vez que pone de manifiesto la arbitrariedad y falta de garantías democráticas imperante en algunas fases de la misma. La visión hoy ofrecida por los dirigentes chinos sobre la revolución, cultura¡ no contiene, como en los años inmediatamente posteriores a la caída de los cuatro, diferentes valoraciones respecto a sus distintas fases: su actual condena abarca a su inicio, a su desarrollo y a su desenlace. No obstante, esta valoración, tal y como la conocemos, no nos parece planteada con el suficiente rigor como para despejar muchas de las importantes incógnitas pendientes. La revolución cultural fue el punto de llegada de una serie de enfrentamientos políticos en los que estuvieron implicados millones de personas, y que afectaban a la orientación de la construcción socialista desde el mismo momento de¡ triunfo de 1949. Como telón de fondo, la dramática situación china: superpoblación, miseria multisecular, una curiosa mezcla de aislamiento y dependencia exterior, limitaciówde recursos agrícolas junto a riquezas inexplotadas..., y una urgencia por encontrar un modelo social, económico y político que superase este panorama, aparentemente irresoluble.

La revolución cultural, en este sentido, aparece como la expresión de una corriente política que, impulsada por Mao y apoyada por altas instancias (entre otros, Zhou Enlai), arraigó en su momento profundamente en multitudes de estudiantes, obreros y campesinos. Partía con una gran riqueza de objetivos: trataba de profundizar radicalmente las transformaciones sociales, intentando eludir un burocratismo que amenazaba con reproducir los esquemas soviéticos en China, propugnando un nuevo tipo de intervención directa de¡ pueblo en todas las esferas sociopolíticas (fábricas, comunas, Ejército, cultura, poder público, PCCh...), y señalando un nuevo modelo de socialismo, que pretendía ajustarse a las condiciones límite del pueblo chino.

Las metas propuestas no fueron alcanzadas. Al final de la década de los sesenta, el proceso desembocó en una serie de contradicciones que fueron desenganchando, sucesivamente, a muchosde los sectores populares que inicialmente las apoyaban. Primero, la intervención militar de Lin Biao, y, después, el radicalismo ideológico, represión política y bancarrota económica de los cuatro fueron originadas, en no poca medida, por la incapacidad de plantearse siquiera las raíces del fracaso. En vísperas de la muerte de Mao, en 1976, China padecía la crisis más grave de la historia de su República Popular.

Es incuestionable que, tras la muerte de Mao, el socialismo chino viene atravesando una profunda crisis de identidad. Por lo demás, los problemas básicos siguen ahí: la necesidad. de definir una vía propia para la modernización de un país permanentemente amenazado por la miseria (250 dólaresper capita en 1980) y el acometimiento de un proceso profundo de democratización del socialismo, tema cuya gravedad ha tenido que ser reconocida por los propios dirigentes chinos.

En este último período, el pragmatismo de la dirección china ha capeado no pocas situaciones límite. Pero también son muchas las preguntas sin respuesta, y algunos planteamientos parecen más bien destinados a desprestigiar a adversarios políticos que a profundizar en soluciones. En este sentido, el enfoque, desarrollo y desenlace de los juicios de Pekín, cayendo nuevamente en un maniqueismo que no supera el tratamiento dado a temas semejantes en el pasado, no marca la vía de análisis de la tormentosa realidad al nivel que el reto de su encrucijada exige.

Fernando Prats y Felipe Manchón son miembros fundadores de la Asociación de Amistad con el Pueblo Chino.

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