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Los "Guernicas" que no vuelven

Fernando Savater

«Cuando vaya a Suiza, no deje de visitar a María Zambrano», me dice Cioran cada vez que nos vemos. «Es el más original y creador de los discípulos de Ortega». Y luego añade: «Pero ¿se acuerdan en España de María Zambrano?». No sé qué responderle. Por un lado, no parece que este país tan mísero filosóficamente hablando pueda permitirse el lujo de olvidar a uno de sus pensadores de mayor talento: y no digo «una mujer filósofo», como si se tratase de la mujer barbuda, como si la gracia de su pensamiento residiese fundamentalmente en ser obra femenina, al modo de esos cuadritos mediocres, pero que admiramos porque han sido pintados con un pie o con la boca. No, María Zambrano es un gran pensador, que además -anécdota no insignificante, pero anécdota al fin- resulta ser mujer. No hay pensamiento más abierto que el suyo: leerla es una experiencia auténticamente poética, creadora, porque su obra no nos deja informados, o convencidos, o abrumados, o adoctrinados, sino que nos deja pensativos... Tiene un gran defecto para una cultura de clichés como la nuestra, el de no poder ser resumida en una fórmula o un rótulo calificativo; ya dijo Gide, hablando de Dostoievski, que pobre del autor que no puede ser condensado en una sola frase, porque no será comprendido jamás. Otra dificultad que presenta la obra de María Zambrano es lo bien escrita que está: ya se sabe que en este país no hay mayor repudio de un pensamiento que decir «es muy brillante, muy literario», porque estamos convencidos de que la verdad es rugosa y sería mucho conceder a una sola persona que escribe bien y que además ti ene razón. Pero pese a estos obstáculos, parece demasiado grave admitir que hemos decidido pasarnos sin este talento singular y nuestro mientras nos son imprescindibles tantas mediocridades foráneas.Sin embargo, tampoco es posible contestar afirmativamente sin vacilaciones a la pregunta que me hacía Cioran. María Zambrano, más de setenta años, con achaques propios de su edad, vive en la estrechez sin casi otro ingreso regular que la modestísima pensión de una universidad venezolana. Los escritores, ya es sabido, no tienen jubilación ni acumulan trienios; pero si son españoles y además republicanos, su caso es todavía más desesperado. ¡Ay, si María Zambrano hubiese sido francesa! No le habrían faltado la Academia, el College de France, la atención de algún Malraux o de algún D'Ormesson. Pero aquí preferiremos esperar otros cincuenta años para luego montar una retrospectiva necrológica, con catálogo elegante y cóctel de personalidades el día de la inauguración. ¿No hay ninguna beca, ninguna pensión o lo que sea en el Ministerio de Cultura para María Zambrano? ¿Qué más tiene que hacer para merecerla: llevar una solicitud por triplicado? Ya comprendo que lo que ella ha hecho por la cultura española no es nada comparado con lo que debemos a los dístinguidos miembros de ese Ministerio; también es verdad que ella no pide nada, porque -¡oh sorpresa!- aún existen el pudor y la dignidad, señores oficinistas. Pero quizá alguien de los que se alimentan de nuestro dinero de contribuyentes debiera hacer algo,- quizá debiéramos poder exigir -pero ¿a quién, Señor?- un Ministerio de Cultura que se ocupase de estas menudencias antes de que se lo recordaran.... o al menos después. Y si no, nos veremos obligados a lo de siempre: las firmas, la colecta, la protección de la cultura a la española.

Dicen que vuelve el Guernica: qué bien, qué gran éxito. Cuántos desfiles, cuántas breves y emotivas palabras, seguro que dos o tres abnegados funcionarios ascenderán. Pero hay Guernicas que no vuelven: porque ni quieren ni pueden, claro. Algunos siguen fuera, como María Zambrano, pero otros no vuelven, aunque ya están aquí, como José Bergamín o Juan Gil-Albert. Como con ellos nadie se luce, como no dan las muestras debidas de docilidad (para muchas cosas todavía es necesario cierto tipo implícito o explícito de adhesión al régimen del momento), ni sus años ni sus méritos les valen a la hora del reparto de sinecuras administrativas, Y lo pasan mal, que conste., y son más cultura viva que los símbolos artísticos que tratan de recuperarse para engrosar algún currículo o montar una operación- prestigio. ¿Vuelve el Guernica o volvemos a las andadas?

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