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Decepcionante conferencia de Prensa del juez italiano Giovanni d'Urso

Juan Arias

El juez Giovanni d'Urso, secuestrado por las Brigadas Rojas y liberado después de 34 días de dura prisión, se prestó ayer al tiroteo de cuatrocientos periodistas italiano s y extranjeros en la sala de conferencias de la Federación Nacional de la Prensa.

La noticia de una conferencia de Prensa de D'Urso había sido acogida con gran interés y curiosidad por todos los medios de comunicación social. Y hasta había sorprendido. ¿Cómo puede un magistrado en circunstancias tan especiales presentarse ante el juicio de la Prensa? El encuentro duró dos horas exactas. Imponente el despliegue policial. Los veinte primeros minutos, el magistrado estuvo materialmente bajo el fuego artificial de los disparos de los flashes fotográficos.D'Urso empezó diciendo: «Deseo clarificar la razón de esta conferencia de Prensa: dar gracias a todos indistintamente con el corazón en la mano por toda la solidaridad humana que me han demostrado». Después de haber afirmado que desde su liberación no se había informado aún de nada, ni había leído nada («me he dedicado sólo a mis afectos familiares»), declaró que aún no había abierto la boca ante un solo periodista y que, por tanto, todas las declaraciones que le habían adjudicado eran falsas.

Recalcó varias veces que no respondería a ninguna pregunta que pudiera tocar directa o indirectamente el secreto del sumario, y así fue, hasta el punto que la conferencia de Prensa no sólo fue «una desilusión», como él mismo la apellidó, sino que levantó varios interrogantes: ¿quién le había obligado a hacerla si de 64 preguntas prácticamente no respondió más que a dos o tres y con monosílabos? ¿Por qué no se limitó a leer una declaración de seguridad y a saludar a la Prensa?

Ningún periodista consiguió arrancarle una sola palabra, y ante su continuo «no respondo», una periodista alemana, con cierto candor irritado, dijo: «¿Puede indicamos qué pregunta le podemos hacer?».

Las fuerzas reales, en circunstancias extremas

Preguntado dónde había encontrado las fuerzas para resistir a una experiencia que él mismo había calificado de «dramática y durísima», el juez respondió: «Ante todo, soy creyente, pero la fuerza la encontré dentro de mí. Procuré recoger todas las fuerzas de mi temperamento. Sólo cuando el hombre se halla en circunstancias extremas puede saber cuáles son las fuerzas reales de que dispone».

Continuó durante dos horas el forcejeo de la Prensa por arrancarle algo interesante, pero D'Urso se atrincheraba en su silencio. Sólo de cuando en cuando una respuesta con monosílabos cuando se sentía herido: ¿Qué piensa del Estado después de esta experiencia? «Lo mismo que sentí el día que le juré fidelidad al hacerme magistrado».

«¿Si se diera otro caso D'Urso, usted, como ciudadano, en qué línea se pondría: en la de la firmeza o de la humanidad?»

«Espero que no se repita».

Imposible arrancarle una sola palabra sobre cómo pasaba las jornadas en su cárcel terrorista. Sólo que comía y que le daban algún cigarrillo. Ningún libro y sólo poquísimas informaciones. ¿Vio a su hija en televisión? «No puedo responder».

Un periodista, irritado, exclamó: «Este hombre fue primero prisionero de las Brigadas Rojas y ahora de sus superiores». Otro, con ironía: «Al parecer, fueron más competentes que nosotros los terroristas interrogándole».

A todos nos quedó la sospecha de que el juez liberado se había sentido forzado a afrontar, contra su voluntad, aquel tiroteo de la Prensa.

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