Prohibido reclamar

Uno puede querer cenar tranquilamente en un sitio del que le han hablado en varias ocasiones. Es un lugar donde por menos de 1.500 pesetas no puede nadie comerse un duro bocadillo, pero es un sitio de renombre, fama y todas esas cosas que uno quiere de cuando en cuando. Y uno va al restaurante y come, y le dicen «Buenas noches, señor», y todo va bien hasta que uno, indign ado porque no quieren servirle algo que ha pedido y le consta que existe en el lugar, pide el libro de reclamaciones. «Lo siento, yo no le doy el libro de reclamaciones porque no está el encargado».Locales como La Manduca, en plena calle del Príncipe de Vergara, deberían ser visitados por los responsables del Ayuntamiento. Un lugar que se niega a entregar el libro de reclamaciones es un lugar indigno de estar abierto. Sus dueños serán los mejores propietarios de restaurantes de la ciudad, pero la desvergüejiza y el engaño de que son víctimas sus clientes no tienen nombre. Si alguien, en pleno uso de sus derechos, como es solicitar el libro de reclamaciones de cualquier lugar público, se ve ultrajado por la desfachatez de un vulgar «encargado», sería cuestión ya de plantearse si un lugar como La Manduca debe seguir abierto, ya que no me atrevo a decir en «servicio», si el servicio solicitado no se recibe y si se niegan a que se les denuncie.

Sólo espero que el Ayuntamiento tome cartas en el asunto, de ello depende, entre otras cosas, la credibilidad democrática de quienes tienen que cuidar de que la ley se cumpla, y ley es que un cliente, indignado por el trato recibido en un lugar público, pueda, de acuerdo con los nuevos aires del país, presentar su queja./ .