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Intranquilidad en la economía norteamericana tras la espectacular caída de la Bolsa de Nueva York

La Administración del presidente electo republicano, Ronald Reagan, se prepara para entrar en funciones a partir del próximo martes, 20 de enero, bajo un clima general de inquietud económica en Estados Unidos. Nerviosismo en Wall Street después de una espectacular caída del índice de valores industriales a partir de la jornada del miércoles. Previsiones para un déficit público de más de 60.000 millones de dólares durante el ejercicio de 1981 y el anuncio de la producción más baja de automóviles en EE UU durante los últimos veinte años en 1980.

Los expertos financieros todavía no se explican con precisión a que se debió el movimiento de pánico originado durante la jomada del miércoles en la Bolsa de Wall Street, cuando el índice de valores industriales Dow Jones perdió 23,80 puntos en un solo día un récord casi histórico que no se había producido desde el 9 de octubre de 1979, cuando la baja fue de 26,45 puntos. Durante la sombría jornada del último miércoles se intercambiaron casi 93 millones de acciones, superando el volumen del pasado 5 de noviembre, cuando, bajo la euforia del triunfo de Ronald Reagan, en la elección presidencial norteamericana, se intercambiaron 84 millones de acciones.La espectacular baja de la jornada del miércoles fue aún más inesperada en un momento en que los príncipales bancos norteamericanos inician una desescalada en el prime rate, crédito interbancario, que, tras haber alcanzado el índice récord de 21,5 a finales del mes pasado, se encuentra a 19,5 actualmente, con tendencia a la baja, lo que debería facilitar la inversión.

Los consejos de Granville

Por otra parte, el índice Dow Jones había superado durante la jornada del último martes el índice simbólico de mil puntos cerrando a 1.004,69, para caer a 980,89 al día siguiente.El movimiento que provocó la baja partió de las órdenes dadas a los inversores por Seph Granville, influyente consejero de inversiones radicado en Holly Hill (Florida), que aconsejó a sus clientes «vender todo». ¿Por temor a una baja todavía más fuerte en los próximos días? Nadie se atreve hacer previsiones, a pesar de que el año 1980 fue considerado, en términos globales, como «satisfactorio» para Wall Street.

Estas violentas oscilaciones en los precios del mercado neoyor quino resultan asombrosas para quien desconoce las peculiarida des de la Bolsa de Wall Street, sometida a la continua actividad de especuladores institucionales, auténticos expertos en el arte de provocar flujos contradictorios en el plazo de breves horas, y conseguir jugosos beneficios. La complejidad de este mercado, y la posibilidad de realizar operacio nes a plazo, suelen ser las circunstancias que determinan estas corrientes contradictorias.

Al margen de los movimientos erráticos de Wall Steet, en Washinton el presidente Ronald Reagan se reunió con el equipo económico de su Administráción, anunciando al término de la reunión «recortes» al gasto público federal «en todos los sectores», excepto en la defensa, con objeto de corregir las previsiones negativas que anuncian un déficit púIblico de unos 60.000 millones de dólares para 1981, cuando se esperaba que sería sólo de 45.000 millones.

El dilema para el equipo económico de Ronald Reagan discurre por la difícil situación de intentar presentar un presupues to equilibrado en el futuro, conciliándolo entre una reducción de impuestos del orden del 30% en tres años, con porcentajes del 10% anual, a fin de reactivar la economía, al tiempo que crecerá de manera considerable el presu puesto destinado a la defensa.

Uno de los ejemplos más claros de la deprimida situación económica norteamericana, en una sociedad de superconsumo, es la caída de la venta, y, por consiguiente, de la producción de automóviles en EE UU. Detroit, sede de los tres grandes del automóvil norteamericand, General Motors, Ford y Chrysler, vendió 6.580.000 automóviles en 1980, lo que equivale al 20% menos que en 1979. Hay que retroceder hasta 1961 para encontrar una cifra de ventas más bajas que la registrada en 1980.

Naturalmente, las previsiones para 1981 son más optimistas, gracias a la aparición de nuevos modelos, pero los fabricantes no ocultan sus temores no sólo frente a la competencia extranjera, japonesa en especial, sino también ante una política de crédito caro -destinada a intentar corregir una inflación que puede superar el 13% en 1980-, que limita las posibilidades de compra de nuevos automóviles.

Cambiar la orientación general de una economía norteamericana, afectada por la crisis, no será tarea fácil para el equipo económico del presidente Reagan. Llegan, sin embargo, con la tradicional reputación de los republicanos de ser buenos administradores y con ideas inéditas, entre las que destacan reducir los impuestos directos para favorecer la inversión, crear puestos de trabajo -el índice de paro supera el 7,5%- y activar el consumo, y todo ello controlando la inflación. Un «sueño dorado» que el tiempo deberá justificar si es o no realizable.

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