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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los delincuentes de Pekín

EL TRUCULENTO juicio de Pekín parece haber llegado al punto que sus directores de escena pretendían: la premeditada culpabilidad alcanza al presidente del Partido Comunista de China, Hua Guofeng, y se han circulado rumores -desmentidos por un portavoz oficial- de que estaba detenido en su domicilio. Parece que lo que estaba previsto en un principio era que Hua dimitiese de su puesto a principios de año a cambio de no aparecer complicado en las acusaciones de complicidad con la «banda de los cuatro». Su sucesor sería Hu Yaobang, actual secretario general del partido, un hombre de Deng Xiaoping, que así quedaría con toda la fuerza de la dirección del país. Pero algo, quizá, está pasando que precipita los acontecimientos. Probablemente, que Hua se hace fuerte en su puesto y trata de movilizar en su favor un cierto sentimiento de descontento que nace del proceso en si, pero que se difunde en la sensación de malestar del pueblo chino ante las luchas de sus dirigentes históricos.Los cambios de signo y de interpretación de hechos concretos del pasado, los novelescos descubrimientos de las verdaderas intenciones de los dirigentes, las falsedades, los pactos, las alternativas de culpabilidad, hacen prácticamente imposible discernir la verdad histórica. En China -y no sólo en China- la historia cambia al cambiar la óptica política con que se la contempla. Por ejemplo, en abril de 1976 se produjo el «incidente de Tienanmen»: un millón de chinos en la plaza de Tienanmen, de Pekín, honraban la memoria de Chu, Enlai, a pesar de las prohibiciones del poder. La interpretación del sentido último de este incidente ha variado algunas veces: estaba preparado por la «banda de los cuatro», era un acto contra la «banda de los cuatro »; era de un izquierdismo radical o de un conservadurismo excesivo. O era una simple adhesión a Mao. Pero ¿a qué Mao? ¿Al héroe, al mito, al secuestrado por la «banda», al hombre senil que ya no razonaba? Sobre un hecho en el que intervienen un millón de personas no se puede argüir en contra; solamente utilizarlo y tergiversarlo. Se convirtió, por tanto, en lo que conviene al proceso y a la dirección política actual: una demostración contra la «banda». Pero entonces era ministro del Interior Hua Gueifeng, encargado de la seguridad pública: dirigió las operaciones policiacas contra la manifestación. Y denunció a Deng Xiaoping como culpable de haber organizado el incidente. Es indudable quela revisión histórica convierte ahora a Hua en culpable, a Deng en héroe. Desde una óptica lejana como es la nuestra, y desde una posición de ética política que trata de eliminar las truculencias y las falsedades de la vida pública, parece indudable que discernir culpabilidades no sólo es difícil, sino también innecesario. Se puede generalizar concluyendo con la culpabilidad de todos, los de entonces y los de ahora, como creadores de un sistema político (atenazando en la política la justicia, la prensa, la opinión pública, la fuerza de represión), que es enteramente repudiable. Es difícil tener la facilidad de opinión de Santiago Carrillo, que al regresar de China manifestó públicamente que los juzgados en Pekín eran simplemente criminales de derecho común, y que el proceso estaba juzgando libremente a unos asesinos. Se lo había manifestado así el propio Hua Guofeng, con quien acababa de tener una entrevista. No es difícil comprender la compunción que debe tener actualmente Carrillo al comprobar que su amable interlocutor era también uno de los culpables.

Si es que la historia no cambia una vez más en los próximos días, Deng Xiaoping se habrá hecho con el poder absoluto en China. La interrogante es: ¿seguirá el proceso de apertura bruscamente frenado en las últimas semanas previas al juicio contra los cuatro?

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