El maratón de la Semana del Arbol
Con la llegada del nuevo Ayuntamiento, hace ahora año y medio, albergábamos la esperanza de que también al campo de la jardinería iba a translucirse algo más de imaginación, de arraigo a la tradición, de sinceridad en los nuevos planteamientos; en definitiva: esperábamos más sensibilidad hacia sus valores fundamentales que durante los años del franquismo.Una de las primeras actuaciones del nuevo municipio fue la de cambiar la vieja denominación de Día del Arbol por la de Semana Popular del Arbol. La introducción del término «popular» pudo parecernos en principio sólo un ingenuo, y tal vez demagógico, cambio lingüístico, justificado por la reciente victoria de la izquierda en gran parte de los ayuntamientos españoles. Sin embargo, la palabra «semana» daba a entender ya todo un programa de actuaciones, una actitud práctica, que tampoco nos hacía muy felices: sospechábamos que el hecho jardinístico podía reducirse, concluirse en esa nueva temporalidad semanal, y que ningún cambio profundo iba a producirse a partir precisamente de esa simple modificación filológica.
En diciembre de 1979 asistimos a una verdadera operación de alta estrategia. En espectacular acción conjunta llevada a cabo entre Ayuntamiento, Ministerio de Obras Públicas, Diputación, Icona y Cruz Roja, se plantaron nada menos que 30.000-40.000 árboles; la actividad de los técnicos municipales, encabezados por el primer teniente de alcalde y el ingeniero jefe de parques y jardines, fue abrumadora; el MOPU puso a disposición sus excavadoras para abrir los hoyos necesarios, y la muchedumbre madrileña, movida por una diaria campaña de «mentalización cívica», se cuadró para no dejar ni uno vacío; las asociaciones de vecinos, las juntas de distrito, los curas y los maestros de escuela, los padres de familia y los deportistas, todos, pedían árboles, hacían sus listas de peticiones, eligiendo géneros y especies. El «pueblo» de Madrid se convirtió de pronto en jardinero, en paisajista, en perito agrónomo, en botánico.
Falta de planificación
¿Cuál fue el resultado de aquella movilización? En principio, unos cuantos nudos de carreteras de la M-30 mal plantados, a distancias mínimas, recurriendo una vez más a la acostumbrada composición decorativa, sin un serio intento de incorporar esta inhóspita autopista al carácter ambiental madrileño y aumentando, por el contrario, su aspecto anodino y desangelado. Faltó el valor de realizar una verdadera y planificada repoblación forestal.
En cualquier caso, esos nudos de la M-30 serán pronto de color verde, y no es nuestra pretensión insistir más en estas críticas, cuyo carácter exclusivamente profesional escapa ahora al tema. Lo que nos interesa aquí es señalar lo verdaderamente triste y grave del enfoque, falsamente dinámico, equivocado desde el punto de vista pedagógico y tergiversador en cuanto a la función de la jardinería, de esta Primera Semana Popular del Arbol.
Tal vez todo nos venga de esa importancia mal entendida y cursilonamente interpretada del hecho de plantar un árbol, cuando lo que realmente importa -y no nos cansaremos nunca de repetirlo- es «construir un jardín».
Oxigenar sin ambientar
Efectivamente se, ha fomentado, a través de una pobre y limitada de la ecología, el convencimiento de que las zonas ajardinadas sirven fundamentalmente para oxigenar nuestros pulmones, ignorando así todo lo que la jardinería puede significar en una ciudad de aportación arquitectónica, presencia estética, «memoria» ciudadana, de riqueza cultural, en definitiva. Con ignorancia y frivolidad se ha despreciado la jardinería como profesión, permitiendo que todo profano proyecte las plazas o escuelas de su barrio. No ha habido ninguna preocupación por dictar por lo menos unos criterios generales en la elección de las especies, perdiendo así la oportunidad de intentar recuperar la perdida unidad ambiental de Madrid. Se ha llevado al jardín una prisa antijardinística, una facilonería antiprofesional, que van en contra de uno de los valores más esenciales del jardín: el ritmo pausado, humano, su propio tiempo.
Naturalmente, nosotros apoyamos la construcción de nuevos parques, pero pretendemos que también se mejoren los existentes, se respeten los viejos y se restauren los históricos. Quisiéramos que todo esto se realizara a través de una labor paulatina, profesional, sentida, a lo largo de todo el año.
Estamos convencidos de que después de un largo período de trabajo meditado y silencioso, entonces el «día del árbol» sería algo seno, menos simbólico y más profundamente constructivo, más de todos de verdad.
En defensa de la jardinería
¿Y cómo sería, pues, nuestro día del árbol? Empezaríamos por no llamarlo así, ni de ninguna manera. En una esplendorosa mañana de. primavera, por supuesto, y no en un «técnico» y frío día de diciembre nos encaminaríamos hacia el Retiro para presenciar, sencillamente, una exposición. Esta exposición vendría a ser una importante muestra anual de los trabajos realizados por el Ayuntamiento madrileño, con aportación de planos y fotografías, de los criterios adoptados, de las aclimataciones intentadas contendría también estadísticas y diagramas, resúmenes históricos y estudios botánicos, proyectos y programas futuros.
Por los jardines de Madrid veríamos, como único despliégue masivo, a los mil jardineros municipales, instrumento en mano, enseñando a todos los vecinos las técnicas más sencillas del cuidado de los árboles, arbustos o setos. Porque si es verdad que nos parece importante y fundamental que las asociaciones de vecinos colaboren en la conservación de las zonas verdes, así como que participen plenamente en su planificación, por el contrario no compartimos su intromisión en los problemas de creación, por tratarse, la verdadera jardinería, de una disciplina específica y muy compleja.
Finalmente, nuestro paseo «ideal» nos llevaría a encontrar aquí y allá, en el Retiro, en la Alameda de Osuna, en el Jardín Botánico, en la Fuente del Berro, en la Casa de Campo, subidos en improvisados podios, a historiadores y conocedores del arte de los jardines hablando, contando, recordando las vicisitudes y valores eternos de aquellos jardines.
Si se ha demostrado que existen posibilidades físicas y económicas para poder plantar en unos cuantos días 40.000 árboles, cómo no va a ser posible plantarlos paulatinamente, a lo largo de todo un año, siguiendo un proyecto, dejando una estructura, recordando un sentimiento, es decir, construyendo jardines en vez de zonas verdes.
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