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Las míticas baladas de Joan Baez

El concierto de la cantante norteamericana Joan Baez, en Madrid, fue un acontecimiento sorprendente. Pese a la mínima publicidad previa, el Pabellón de Deportes del Real Madrid estaba casi repleto de gente. Pese a la muy extendida idea de que las baladas de la célebre intérprete han perdido vigencia, su recital fue modélico. Se puso así de manifiesto que no hay género periclitado cuando la sensibilidad, la inteligencia y la calidad se adueñan de un micrófono.Pocos minutos antes de salir al escenario Joan Baez no las tenía todas consigo. Era la primera vez que daba un recital en Madrid. Y se quejaba amargamente del escaso eco publicitario concedido al mismo, sobre todo, porque los fondos recaudados servirían para ayudar a los movimientos que luchan en favor de los derechos humanos. Sin embargo, al salir puntualmente al escenario, se encontró con la sorpresa de una sala abarrotada, vibrante y solidaria.

Al instante conectó con la gente. Su hermosa voz, tan familia para los que allí estaban, pedía compañía en español cuando llegaba al estribillo: «Otra vez ... ». Y el público coreaba todo, seguía el ritmo con las palmas, ovacionaba ciertos pasajes y aplaudía calurosamente en los finales. Había muchos rostros jóvenes. Y se mezclaban con los que lo fueron en los años sesenta. Había, además, silencio impresionante.

Envuelta en ese ámbito, Joan Baez pudo pecar de beatería y nostalgia, de cursis ademanes y ceremonia trascendentalista. Pe ro, sin renunciar a ninguno de su principios, hizo alarde absoluto de su libertad. Fue testimonial rebelde, irónica, dramática cómica y, en todos los momentos dulcemente espontánea. Sus buenas dotes interpretativas unidas al aplomo suave con que engarzaba temas y complacía peticiones, eran capaces de desar mar hasta al más escéptico.

Cantó en recuerdo de los presos políticos de El Salvador. Utilizó nuestro idioma generosamente: Gracias a la vida, Vengo con tres verdes, No nos moverán, La llorona, Te recuerdo, Amanda y Elpreso número nueve. Empleó el idioma ruso dentro de una canción dedicada a los disidentes soviéticos. Pensó en Camboya, cantó un tema popular árabe y también una canción portuguesa.

Dignidad y desenvoltura hacían agradable y ágil lo que, tal vez, hubiera sido un pesado mensaje en otros labios. Joan Baez, además, refrescó sus comienzos: Donna, donna Pasaba de Cohen (Suzanne) a John Lennon (Imagine). Y hacía parada y fónda para dar un derroche de su estilo con The ballad of Sacco & Vanzetti.

Lo asombroso es que Joan Baez sepa pasar con tanta gracia de una sencilla canción popular a una composición de The Beatles, del testimonio en pro de los refugiados políticos a un chiste improvisado, de la protesta más directa al lirismo más llano. La imagen mojigata que se ha intentado dar de ella pronto se desvanece. Su público, a la par, se escapa del estrecho militantismo, pues aplaude rotundamente todas las causas defendidas por la cantante, vayan a dar a donde vayan -América Latina o la Unión Soviética, Afganistán o Vietnam-, que siempre es un deseo de: abolir las fronteras y de lograr la paz entre los hombres.

Dentro del campo meramente musical, hay que reconocer que Joan Baez conserva perfectamente sus facultades artísticas de ayer. Lo que ha exteriorizado más en los últimos tiempos es su espléndido sentido del humor. Este aspecto lo exhibió hasta las últimas consecuencias en su recital madrileño del pasado viernes, al interpretar una canción de Bob Dylan en clave de parodia cruel, irresistible y desenfadada. Pero ella es fiel a la amistad. Y su amigo Bob Dylan, antes allí imitado con corrosivo encanto, tuvo el honor de cerrar el concierto: Blowin'in the wind. Joan Baez, vitoreada hasta la exaltación y saludada por millares de lucecitas, se despedía en castellano: La respuesta está en el viento.

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