Un rechazo interno
La carta de J. A . Varela Silva, de 2 de noviembre, me dejo pensativo y desconcertado. «( ... ) Desde el punto de vista liberal y democrático: ¿quién puede negar a una pareja su derecho a contraer matrimonio para siempre?». Hay ocasiones en que, a pesar de no encontrar inmediatamente argumentos teóricos para refutar determinados plantamientos, uno siente un rechazo interno y un estado de inquietud. Esto me sucedió cuando leí esta carta. Más tarde he logrado apaciguarme, al encontrar unas razones teóricas y vivenciales que voy a tratar de expresar.Una ley de divorcio ha de dar la posibilidad de corregir errores, y los errores normalmente sólo se conocen después de cometidos, como los placeres. Por tanto, esa opción a corregir que es la razón de ser de la ley no debe ser eliminada por la misma ley.
No comprendo cómo un ser humano puede atreverse a afirmar solemnemente que ha encontrado su otro ser humano «para siempre», cuando no hay que ser muy entendido en biología, psicología sociología, para conceder, siquiera sea, la posibilidad de cambios en los diversos aspectos que configuran al humano (que no es una inamovible piedra).
Advierto en la carta un deseo de titúlitis-que-todo-lo-invade. Quiero el título de los indisolubles. El movimiento sigue demostrándose andando.
Como esta me parece una proposición eclesiástica, se me ocurren unas cosillas: ¿es que la Iglesia no confía que sus fieles sean «fieles» a sus leyes canónicas? ¿Necesita la ayuda del César? Creo que la religión es asunto de fe y no de leyes. Además, ¿seguro que no se aprovechará la emoción y la inevitabilidad del acto de la boda para «pasar a la firma» de los novios algún papelillo «indisoluble»?/
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