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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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Un salón

Aurora Lezcano, marquesa viuda de O'Reilly, mantiene hoy algo que es más difícil de mantener que una ideología, un partido político, un periódico o un casino sin bingo: mantiene un salón. Aurora Lezcano, Mayor 80, me ha invitado a hablar en esa tertulia de antaño, con azucarillo y copa de agua en bandeja de plata, para el conferenciante, a más de algunos profiterols ya inencontrables en Madrid. Si algo queda por salvar en Madrid (agora que todo se pierde), aparte el Museo del Prado, que tanto preocupaba a Azaña, a mí me parece que es la tertulia antañona y liberal de Aurora Lezcano.Uno, que habla todos los días a socialistas andaluces, rojos de Vallecas e infrarrojos de otros barrios (Hermida me ha metido a defender el pasotismo en un programa piloto sobre el tema), uno, divo, hacía tiempo que deseaba hablar a este público de guante blanco y, efectivamente, de guantes blancos (como los que llevaba un interlocutor añorante del periodismo de la República, que a la salida de Las Ventas vendía ya la crónica de la corrida: a ver cuándo hace eso aquí el robot, el tío) don Antonio Garrigues, Gregorio Marañón, Miguel Moya, don Pedro Sainz Rodríguez, que me felicita «por el crédito que me tiene concedido», ya que confiesa no haber oído nada, Mariano Zumel, Martín Alonso y muchas dulces carrozas que recuerdan y me recuerdan que aquí habló don Eugenio d'Ors, vecino del barrio, vestido de Goethe (aunque D'Ors, como el propio Goethe, no hacía sino la contrafigura de Voltaire, que era el modelo inconfesado e inconfesable de ambos). Cómo le ocurre a toda esta derecha liberal y proustiana (los ágrafos dicen viscontiana) de Madrid, que vive siempre, desde la ortodoxia de sus azucarillos y sus guantes blancos, la deliciosa tentación de todas las heterodoxias. Así, he conseguido que se apasionen con Tom Wolfe, Rosa Montero, Mailer, Montserrat Roig, Talesse, Vázquez Montalbán y Maruja Torres: toda una basca entre el marxismo y la acracia, que ha renovado el periodismo español y occidental, mientras se diría -en falso- que esta tertulia de antaño no se ha movido de don Mariano de Cavia.

Hay, aparte ese liberalismo radical o radicalismo liberal que Panella ha venido ahora a explicar en Madrid, un liberalismo liberal, sencillamente, que es él de toda la vida, y que se caracteriza por su curiosidad y su necesidad de echar el guante blanco a todas las novedades de la cultura y el pensamiento. Esto se llama esnobismo, con palabras insustituibles y siempre mal leída.

A Otero Besteiro o Pepe Martín, amigos míos, les he abierto ese paraíso,salón o tertulia, sabedor de que, hombres muy de fin de siglo, iban a gustar ese otro fin de siglo que se confunde ya con el actual, donde la miniatura y el camafeo, la arquitectura y el corifeo permiten hablar de lo últimosin fanatismo y ser entendido sin cerrilismo. (Suele haber mucho más fanatismo en el escuchar que en el idecir, y ese fanatismo auditivo es el más peligroso, porque sólo oye lo que quiere). Ahora que todos los salenes se han puesto de pie, tomando actitud de coctail, y que parece que nadie puede colocarse una copa cultural en. Madrid si no la paga Lara para vender un libro, yo he probado a hacer la experiencia -Aurora me había requerido hace tiempo- de hablar de la infantería ideológica de hogaño en una tertulia de antaño, viendo lo bien que se entienden -nos entendemos- los españoles cuando el buen porte y los buenos modales de la urbanidad infantil no se han quedado en flores a María, sino que sirven como fórmula convivencial. Nada tan apasionante como hablar a curiosos, a gentes bien dispuestas a entenderlo todo sin fanatismo, a contestar a todo sin «contestación ».

La iraagen de la derecha irreductible es tan facinerosa como la de la izquierda horrible; ambas las propicia una derecha horrible, facinerosa e irreductible. Hablando (bien) se entiende la gente.

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