Marco Panella: el esperanzador encanto del radicalismo
Marco Panella, el líder del Partido Radical italiano, vestido de pana marrón, económico de gestos, a pesar de ser latino de los abruzzi -pocas veces dejó que sus manos salieran más allá del área de su perírnetro torácico-, anunció ayer, en un encuentro que tuvo con la Prensa en Madrid -abierta al público-, que su grupo político prepara para dentro de dos años un congreso en el que se volverá a definir su perspectiva, que tendrá ya un carácter trasnacional. Sobre la situación actual en la política del mundo, Panella dijo que le recordaba a la de los años treinta y que no podía reprimir un cierto sentimiento de miedo.
Preciso y prolijo -dijo que hablaba mucho más que Leonardo Sciascia, ilustre diputado radical italiano-, Panella se situó contra todos los poderes, solicitó de los españoles la reflexión para evitar la tentación de la entrada en la OTAN, y bromeó con lo divino y lo humano, usando una dialéctica en la que la referencia a su anticlericalismo -político y religioso- fue múltiple y sabrosa.Dentro de su teoría sobre la esperanza que supone el renacimiento radical en Europa, Panella habló de la batalla ganada por Walesa contra «el desorden sindical» polaco, aunque dijo que el triunfo del líder sindicalista de Panzig no era definitivo y encontraría diversas dificultades no sólo en su propio sector, sino en su enfrentamiento con el Gobierno y la misma Iglesia católica de Polonia.
Con ojos azules y pelo blanco, dominando al auditorio como si fuera un catedrático heterodoxo que supiera todos los rudimentos de su profesión, pero que desprecia el parlamento ex cathedra, Panella invitó reiteradamente a los periodistas a que le sometieran a un tercer grado, pero sólo halló entre los colegas españoles e italianos una curiosidad incesante sobre lo que el líder radical negó a definir como «decálogo» de intenciones del partido del que es inspirador principal.
Panella, vestido de pana, como si quisiera ironi iar sobre su apellido, se horrorizó varias veces durante el encuentro con la Prensa, y una de esas veces fue cuando se le insinuó que había venido a Madrid a defender con su carácter de líder carismático la idea de la creación en este país de un partido radical autóctono.
Rigor de la fantasía
Los particos radicales, dijo Panella, usando una sonrisa que jamás abandonó, como un locutor de radio que quisiera transmitir un determinado optimismo a la audiencia, no son de ninguna parte; nadie puede estar contento en Roma si lo que se consigue allí no se logra también en París o en Madrid. Los partidos radicales son trasnacionales y en esa línea piensa Panella que debe ir el radicalismo que los italianos piensan refundar en agosto de 1982, profundizando en «el rigor de la fantasía».Panella predicó con el ejemplo. Su huelga de sed de hace unos años -de la que ni siquiera EL PAIS dio noticia, señaló el político radical-impidió que en España prosiguieran los juicios militares contra los objetores de conciencia y suspendió indirectamente el proceso de casi un millar de soldados que estaban incriminados por esa o por otras causas. Acciones semejantes en Checoslovaquia y otros países confirman el carácter trasnacional que Panella da a su movimiento radical.
Con satisfacción evidente, Panella dio esa noticia en el contexto de su alegato antimilitarista, dicho con una convicción que persigue deliberadamente. «No queremos vencer, queremos convencer», fue una de sus frases unamunianas, apoyada en el siguiente argumento: es incluso aburrido vencer siempre.
Convenciendo, dijo, se ganan las luchas. En esa tarea, el papel del adversario no es el papel del enemigo. El adversario no es un enemigo, sino «un elemento precioso dentro del engranaje de la dernocracia». En ese mundo, Panella ve la tarea de los radicales como la de la destrucción de la idea del marco nacional, que es «ficticioso y mentiroso», lo que existe es el marco supranacional, controlado por la banca y los restantes grandes poderes. De modo que ningún partido que se plantee en serio la reforma radical de la sociedad puede renunciar a su carácter trasnacional.
El ámbito en el que se produjo el encuentro del radical italiano con la Prensa fue peculiar: uno de los salones del Ritz madrileño, abarrotado de periodistas contraculturales y establecidos. Con un verbo fluido y potente -como los periodistas italianos hacen sus crónicas, Panella construye sus respuestas: comienza por la atmósfera y termina con el drama-, Panella se manifestó contra la OTAN, contra la intervención de la Iglesia en los asuntos cotidianos de la vida pública -la actitud de Woityla sobre el aborto le inspiró la siguiente frase: «Ha creado una armada en defensa de la vida del espermatozoide»-, mientras en otros asuntos de gravedad más próxima, como la injusticia y el hambre en el mundo, guarda un silencio que favorece a los políticos del norte, preocupados por la escalada armamentista y olvidados de las necesidades perentorias del Tercer Mundo. En ese capítulo de reproches hubo una laguna positiva: un elogio al teólogo José María Díez Alegría, "espléndido radical, compañero de la gente».
No es sólo la Iglesia la que practica la hipocresía, sino que es la izquierda la que la favorece, dijo Panella. Su companero -lo llamó así Panella- Willy Brandt pide el desarme gradual desde la plataforma de la Internacional Socialista, y pertenece, al tiempo, a un partido que reduce a un 0,2% su presupuesto de ayuda al Tercer Mundo y aumenta sin pudor su gasto de rearme militar.
Esta hipocresía, que renuncia a las herencias anarquistas y socialistas de hace un siglo, y que los radicales retoman, dijo Panella, ayuda a que se haya creado actualmente un clima de desorden político que hace que esta sea la era del miedo, similar a la que en los años treinta condujo al rearme alemán, a la reunión de Mónaco y a una política de suicidio que culminó en la última guerra mundial. El ve en las inseguridades de la Conferencia de Madrid estos días un paralelismo inquietante; vuelven, dijo, los Daladier y los Chamberlain; persiste Occidente en darle razones de existencia y expansión al comunismo real.
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