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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Iglesia y divorcio

En la actual polémica en torno al divorcio, y más concretamente en lo de la pastoral del primado, la izquierda esta portándose de un modo que da grima.

Cuentan que el padre de Jaimito estaba una vez en su chalé de la sierra, descansando en una tumbona, al aire libre, cuando se le acercó el niño y le dijo: «Papá, di ¡guau!». «Hijo mío —contestó el padre-, déjame ahora tranquilo». Pero Jaimito insistía tercamente: «¡Anda, papá! ¡Anda, sólo una vez! Di ¡guau!». El pobre señor tuvo que rendirse. Se incorporó en la tumbona y gritó «¡Guau! » Jaimito sacó una piedra como una sandia que llevaba escondida y se la tira a la cabeza, diciendo; «¡Qué bestia! ¡Me quería morder!».

¿No es esto lo que se hace ahora con el primado? Porque la izquierda lleva lustros diciendo que la iglesia y los fieles cristianos no deben limitarse a sus rezos, y a sus indulgencias, y a sus procesiones, sino que tienen que comprometerse en los problemas y en las tensiones sociales de su tiempo y denunciar (los izquierdistas cristianos dicen «denunciar proféticamente») las injusticias del mundo en que les ha tocado vivir, y cuando el primado se decide a comprometerse en ese tenso problema social de su tiempo que es el divorcio, y a denunciar la injusticia que a su juicio va a cometerse con los intereses de la institución matrimonial, le tiran una piedra y dicen que quiere morder a la democracia.

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Y es que el «zapatero a tus zapatos», con que se contesta al primado no es laicismo consecuente, sino expresión de ese triste anticlericalismo resentido que va haciéndose ya, desgraciadamente, monopolio de ciertos grupos hispanos y revela una concepción nada moderna, sino retrógrada o reaccionaria, de la sociedad. Lo positivo del laicismo auténticamente moderno está en afirmar la sustantividad de una sociedad civil cuyos componentes la integran sólo en tanto que ciudadanos, abstracción hecha de todo lo demás, que no debe contar. Estos ciudadanos tienen, en cuanto tales, derecho a expresar libremente sus opiniones, y ese derecho es igual en todos, puesto que igual es la ciudadanía. Para una mentalidad sosegada e ilustradamente laica no tiene sentido pretender que el primado, por serlo, se tenga que callar en una controversia política, como pretende, salvo honrosísimas excepciones, nuestra izquierda, con mentalidad de « fray Lazo».

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