Pedro Abreu reconoce que se negocio con los secuestradores
«En todo momento, durante mi secuestro, estaba convencido de que me iban a matar», declaró ayer a Efe el industrial cubano, afincado en Orlo (Guipúzcoa), Pedro Abréu, liberado el miércoles después de pasar 46 días secuestrado por un comando que se lo llevó de su residencia.En la entrevista, Pedro Abréu declinó hablar sobre si, se había pagado o no rescate a sus secuestradores, aunque reconoció que habían existido negociaciones en las que él no participó.
Pedro Abréu fue abandonado por sus secuestradores en la madrugada del miércoles en la provincia de Burgos y hasta ayer no había concedido declaraciones, ya que su estado de salud era precario.
«Estuve en un sitio húmedo», comenzó su relato Pedro Abréu, «y digo húmedo porque cuando había, por ejemplo, un pañuelo húmedo había que sacarlo fuera para que se secase. Era una especie de sótano, aunque, por supuesto, el agua no corría por las paredes ni nada de eso. No puedo decir si viajé mucho cuando me secuestraron. Como me dieron algo para dormir igual me llevaron a Gibraltar ida y vuelta o me dejaron aquí en la esquina. Lo mismo que al regreso, que también me drogaron, pero advirtiéndomelo»,
«Yo tenía», continuó su relato, «contacto periódico con una sola persona. Yo diría que fue la misma siempre. La verdad es que no vi caras, ya que estaban encapuchados. Y siempre estaban vestidos igual. Mi vigilante, con un mono. A mí también me vistieron, con un mono, y no sé por qué».
Pedro Abréu añadió que «los interrogatorios siempre versaban sobre cuestión de dinero y posibilidades de tenerlo, mi historia pasada... No sé si por curiosidad o por algún interés político. Había muchísimas preguntas sobre mi vida en Cuba. Se habló principalmente de tres cosas: sobre el rescate, de lo cual yo no hice mucho, porque eso estaba en manos de abogados, cuya dirección les di yo; de deportes, a lo que yo me dedicaba más durante estos últimos años, y de mi antigua vida en Cuba. Pero la verdad es que yo no creo que se hablara más de cinco minutos al día, excepto cuando había interrogatorios, pero eso fue al principio y cuando había alguna duda y había que aclararla; por ejemplo, cuando me dijeron en un momento que les había engañado con cosas a veces absurdas».
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