"El mantenimiento de la paz mundial es responsabilidad casi exclusiva de Estados Unidos"
Ronald Reagan, candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, trata en esta entrevista de sus comienzos en la vida política, el apoyo prestado a otros políticos, «que recurrían a mí por mi renombre» y el posterior interés por la política internacional, «producto de haber visto cuatro guerras». Sus viajes al extranjero y sus entrevistas con Franco y el fallecido sha de Irán, «poco antes de que tuviera que irse». Y, de manera especial, habla de sus planes de Gobierno basados, como lo mantiene en su campaña electoral, en el reencuentro de Estados Unidos con una capacidad militar y moral «para el mantenimiento de la paz en el mundo».
Pregunta. Recuerdo lo que dijeron los rusos cuando un criador de cacahuetes se convirtió en presidente de Estados Unidos; me pregunto qué dirán si el próximo presidente es un actor.Respuesta. Bien, no estoy informado acerca de los antecedentes de ninguno de los líderes soviéticos; creo que podría ser interesante investigarlos. Pero me imagino que hay otro aspecto de mi carrera que podría parecer más criticable a sus ojos que mi etapa como actor, y es el hecho de que fui elegido seis veces como presidente de un sindicato libre de trabajadores.
P. Desde hace varios años ha estado usted esperando que llegue el día en que se convierta en presidente. ¿Qué medidas ha tomado para prepararse para esta responsabilidad?
R. De acuerdo con algunos periódicos, he estado intentando ser presidente desde 1968. Esto no es cierto. Nunca pensé que llegara a pretender cargo público alguno. ,No tenía ambiciones políticas. Estaba muy contento con mi forma de vida. Tenía un grado razonable de éxito en el mundo del teatro. Había sido dirigente de un sindicato y muchos políticos me pedían ayuda en las elecciones. Mi renombre como actor me servía para atraer al público. A la vista de esto, la gente empezó a tratar de convencerme para que me presentara a las elecciones de gobernador de California. En principio, me resistí durante varios meses; luego, en la campaña presidencial de 1964, pronuncié un discurso que atrajo la atención de ciertas personas, y que dio argumentos a los que querían que me presentara como gobernador.
Finalmente, me decidí a presentarme para gobernador en 1966, dos años después de las elecciones presidenciales. En aquella época, el Partido. Republicano estaba claramente dividido a consecuencia de aquella campaña y de la aplastante victoria de los demócratas, encabezados por el entonces presidente, Johnson. Los republicanos buscaban un hombre que pudiera reunificar el partido. Muchos de ellos pensaron que yo podría hacerlo. De esta forma llegué a dejarme persuadir para convertirme en candidato tipo «hijo predilecto», pero con una condición: que la delegación californiana para la convención abarcara todo el espectro de las diversas actitudes republicanas en California, para que nuestro partido volviera a estar unido.
Antes del trágico asesinato de Bobby Kennedy, las personas sensatas de este país temían que la campaña se redujera a un enfrentamiento entre él y Nixon. Pensaban que una nueva carrera Nixon-Kennedy, es decir, una nueva contraposición de personalidades, y no, de ideologías, no podía ser beneficiosa para el país. Por otra parte, se trataba de una carrera que Nixon estaba abocado a perder. Por ello, muchos republicanos, no sólo de California, sino de otros muchos Estados, que, además de republicanos, eran buenos ciudadanos americanos y que querían que las elecciones se centraran en las posturas ideológicas, y no en las personas de los candidatos, iniciaron un movimiento cuya finalidad era presentarme a mí como candidato republicano a la presidencia. Traté de disuadirles, porque sólo llevaba un año como gobernador de California. Pero su postura era muy firme; se me dijo: «Queremos que seas tú; lo único que queremos saber es si, en caso de incluirte en la lista de nominados, aceptarás la nominación». Esto no era problema. Desde el momento en que había ido a la convención en calidad de «hijo predilecto», ello implicaba, al menos técnicamente, que estaba dispuesto a aceptar la nominación. Pues bien, esta es la historia; nunca hice el menor esfuerzo para convertirme en candidato en las elecciones de 1968. Al llegar las elecciones presidenciales de 1976 se produjeron numerosas especulaciones sobre quién podía ser el mejor candidato republicano, que se reflejaron también en los sondeos de opinión...
Y, aunque era bien sabido que yo era un gran admirador de Gerald Ford y le apoyaba activamente sin ningún tipo de reservas, mi nombre figuraba de manera prominente en todas las listas como posible candidato republicano para la presidencia.
P. ¿Por qué se interesaba usted tanto por los temas internacionales?
R. Bien, en gran medida, la razón era la guerra. Creo que, cuando la guerra terminó, muchas personas de mi edad pensaban que una guerra así no tenía razón de ser y no debia suceder de nuevo. Así, pues, en aquellos primeros años de la posguerra, muchas de mis conferencias se ocuparon de las causas. que provocaron aquella guerra, de la forma en que podría haberse evitado, de cómo entramos en ella y de lo que tenemos que hacer para asegurarnos de que una cosa así no vuelva a suceder. Existía una gran tendencia por parte de muchos a olvidarse de la guerra y volver a sus vidas cotídiánas como si nada hubiera ocurrido. Fuimos muchos también los que intentamos elevar nuestras voces en contra de esta actitud. Esta era la época en que los comunistas se habían infiltrado en algunos de los 43 sindicatos y asociaciones de la industria cinematográfica. En aquel entonces yo era presidente de la asociación de actores. Los comunistas provocaron una huelga jurisdiccional para intentar paralizar la industria cinematográfica o para obtener el control económico de la misma. Los actores nos encontrábamos entonces en primera línea, porque mientras noswros consiguiéramos pasar los piquetes de huelga y entrar en los estudios, la industria podría continuar subsistiendo.
Recuerdo que un día llegué un poco tarde al autobús y me lo encontré en llamas: le habían arrojado una bomba. Eran los días de la guerra fría y de la política expansionista rusa; era inevitable preocuparse de los asuntos internacionales y Je la política exterior.
Cuando fui elegido gobernador, el presidente Nixon me envió varias veces al extranjero como representante suyo en diversas misiones: tres veces a Asia y una vez a Europa. No se trataba de visitas de protocolo; por ejemplo, cuando Kissinger estaba en Pekín, yo visité Taiwan para hablar con Chiang-kai-shek. Mientras Kissinger preparaba el terreno para la anunciada visita de Nixon a China, mi misión era la de asegurar a Chiang-kai-shek que esta visita no implicaba un cambio de actitud hacia su Gobierno. En mi viaje a Europa visité seis países.
P. ¿Con quién se entrevistó en su viaje a Europa?
R. Hablé con Heath, que era entonces primer ministro, y hablé extensamente con varios jefes de la OTAN. Visité al ministro francés de Asuntos Exteriores. Estuve en España y me entrevisté con Franco. En Italia me entrevisté con el presidente y con el Papa. También estuve en Irlanda. Desde luego, los viajes a Asia fueron más extensos: Japón, Taiwan, Singapur, Vietnam, Tailandia, Filipinas, Australia... Viajé mucho cuando dejé de ser gobernador; viajaba solo Cuando fui a Inglaterra hablé con la primera ministra, señora Thatcher, cuando acababa de convertirse en líder de su partido. Mis visitas a Japón tuvieron una gran importancia para mí. Allí estaba cuando se produjo ladevaluación del dólar. Visité Irán justo antes de que el sha tuviera que irse.
P. ¿Cuál será su lista de prioridades, si llega a ser presidente?
R. En cuanto a asuntos internos, no cabe duda de que tenemos que estabilizar nuestra moneda, controlar la inflación y revítalizar la industria, de manera que podamos competir de nuevo en igualdad de condiciones con los países industrializados. En el frente internacional lo primero que tenernos que hacer es reconquistar la confianza de nuestros aliados.
Me parece que en los últimos años Estados Unidos ha disgustado a muchos amigos y aliados, ha perdido su confianza en gran medida y ha perdido además el respeto de muchos adversarios en potencia. Tenemos que reconstruir nuestra capacidad defensiva. En el momento en que el mundo, incluyendo a nuestros enemigos potenciales, nos vea sólo iniciar esta tendencia, nuestra posición mejorará; el simple hecho de estar iniciándola nos permitirá negociar con la Unión Soviética en términos más efectivos y más realistas. Pero no es sólo una cuestión de potencia militar; tenernos que recuperar la confianza y el respeto de nuestros aliados. Tenemos que convencerles de que nuestra palabra es de fiar, de que se puede confiar en nosotros. Debemos recuperar nuestra credibilidad.
P. ¿Qué actitudes han contribuido, en su opinión, a disminuir la credibilidad de Estados Unidos?
R. Bueno, por citar un ejemplo, el presidente declaró ante los medios de comunicación que no soportarla impasible que hubiera una brigada de combate rusa en Cuba, que este hecho era totalmente inaceptable para nosotros, pero al cabo de un par de semanas decía que no importaba que hubiera una brigada de combate en Cuba. Esta es una actitud típica de este Gobierno y de su incapacidad para tomar una postura definida.
P. Pero, si fuera usted presidente y adoptara esta actitud, ¿no correría usted el riesgo de iniciar hostilidades
R. Mis enemigos en esta campaña están intentando por todos los medios colgarme ese sambenito. He sido testigo de cuatro guerras y no quiero más, pero creo que hay mucho más peligro de guerra con una política internacional, in consistente e incoherente que nos mete en una crisis detrás de otra, y muestra que no tenemos control alguno de los acontecimientos
Los derechos de publicación de este artículo han sido adquiridos al semanario británico The Observer.
"El mantenimiento de la paz mundial es responsabilidad casi exclusiva de Estados
Reflexione sobre la primera guerra mundial. Hoy en día todo el mundo se pregunta: «¿Cómo pudimos llegar a ella si nadie la deseaba?». Se me acusa de hablar de guerra, pero yo no hablo de guerra, sino de paz. América se encuentra hoy en una posición tal que el mantenimiento de la paz mundial es responsabilidad nuestra casi exclusiva.Creo que no hay ningún otro país que pueda desempeñar este cometido y tampoco nosotros podremos hacerlo hasta que no cambiemos la política de los últimos años, si es que a esto se le puede llamar política. No tendremos auténtica paz hasta que hayamos recuperado, como he dicho antes, la confianza de nuestros amigos y aliados y reconstruido nuestra maquinaria militar, que es la que hará, en último término, que nuestros adversarios potenciales se lo piensen bien antes de desafiarnos.
P. Algunos de sus amigos y aliados están preocupados porque usted ha dicho públicamente que no apoyará el acuerdo SALT II.
R. Es cierto, no lo apoyaré; me opongo a él. Pero no es cierto que no esté dispuesto a negociar un acuerdo con los rusos. He dejado ya bien claro que quiero un tratado con los rusos, que estoy dispuesto a negociar con ellos todo el tiempo que sea necesario para conseguir un tratado válido de limitación de armamento; un tratado por el cual, tanto nosotros como ellos, reduzcamos nuestra potencia militar nuclear a un nivel en el que no represente una amenaza ' mutua. Pero, ¿cómo podemos definir el acuerdo SALT Il como «tratado de limitación de armas estratégicas» si lo primero que hace es autorizar a la Unión Soviética 3.000 cabezas nucleares más y permitirnos a nosotros que intentemos ponernos al día?
P. Pero, si se opone usted al cumplimiento del acuerdo SALT II, ¿no corre el peligro de que los rusos se ofendan hasta el punto de no querer negociar un acuerdo al nivel que usted desea?
R. ¿No cree usted que cuando vean que estamos decididos a reconstruir nuestro poderío militar se sentirán inclinados a sentarse a negociar? De todas formas, mi plan no consiste simplemente en retirarnos del acuerdo, sino en abrir las negociaciones para un nuevo tratado, inmediatamente después de la retirada.
P. Se dice que está usted a favor del control monetario como sistema para detener la inflación.
R. Mi política económica no se reduciría al control fiduciario. En lo que concierne a este país, estoy a favor de una mezcla de reducciones en los impuestos y medidas que contengan la expansión de las empresas, para que, de esta forma, puedan acumular el capital necesario para renovar sus instalaciones.
Pero también creo que tenemos que reducir nuestra maquinaria burocrática; nuestro sistema de gobierno libre se lleva un tanto por ciento del producto nacional bruto mucho mayor que el que se ha llevado ningún otro Gobierno antes. He creado un equipo, encabezado por Casper Weinberger, que fue secretario de Sanidad, Educación y Seguridad Social en la Administración Nixon que se está ocupando de este problema. No se trata de eliminar programadores, sino de la necesidad de evitar dispendios y extravagancias.
P. Muchos americanos se quejan de que estas elecciones no están centradas en las posturas políticas, sino en las personalidades de los candidatos. ¿Qué piensa usted de esto?
R. Yo personalmente me limito en mis debates a los temas públicos, y creo que el más importante de ellos es la incapacidad del Gobierno actual para enfrentarse a los problemas que acabo de mencionar. Cuando el presidente Carter se hizo cargo de la Administración, la tasa de inflación era del 4,8 % y la de desempleo del 6%. Por aquel entonces, Carter dijo que iba a reducir ambas al 4%. Pues bien, ahora la tasa de inflación es del 12,1 % ó 12,2%, mientras que la de desempleo es del 8%; sólo en los últimos meses ha aumentado en dos millones el número de parados. El presidente acaba de presentar su quinto programa económico; parece que los cuatro anteriores fueron los que nos llevaron a la situación en que estamos. Bien, aquí tenemos un tema público y muy importante; es un tema que yo constantemente saco a relucir y someto a debate y para el que propongo mis propias soluciones. Luego está el tema del armamento, del que ya hemos hablado, y el problema de la energía, del equilibrio entre la oferta y la demanda energéticas. Todos estos temas han sido tratados en mis debates y conferencias, y seguirán siéndolo. Los que se quejan de que en esta campaña no haya temas de interés público lo hacen porque no ha habido suficiente discusión sobre estos temas, lo cual es cierto porque el presidente no puede airear mucho su historial en el cargo, que no es demasiado bueno, y ha decidido recurrir a los ataques personales; parece que intenta convertirme a mí en el tema central de la campaña.
P. ¿Qué conclusión saca usted del estado de ánimo del público americano en esta campaña electoral? ¿Qué cree usted que espera la gente del hombre que envíen a la Casa Blanca esta vez?
R. Por encima de todo, creo que la gente espera de él capacidad de mando. La gente es testigo de las vacilaciones y de las incoherencias de este Gobierno a nivel nacional: hoy se dice una cosa y mañana otra; la falta de decisión. No es que quieran un dictador en la Casa Blanca ni un guerrero montado en un blanco corcel. El pueblo americano tiene una mentalidad muy independiente, pero quiere un presidente capaz de decirles «esta es la dirección que tenemos que seguir; esto es lo que hay que hacer». El liderazgo no es otra cosa que hacer sentir a la gente que hay alguien que les dirige.
P. Se han dicho dos cosas acerca de su estilo como gobernador de California: la primera es que fue un gran «delegador» y la segunda que mantuvo la figura del gobernador aislada de los problemas públicos, en lugar de comprometerla aún más en ellos. ¿Cree que estos dos hechos nos pueden dar una idea de cuál será su línea si llega a presidente?
R. Sí. A este respecto, podemos citar a otro presidente, que fue reelegido más veces que Coolidge y que era también un gran «delegador». Me refiero a Dwight Eisenhower. También acerca de él se contaban muchos chistes e historias; sobre el tiempo que perdía en las pistas de golf, por ejemplo. Encima de la mesa de mi despacho tengo una pequeña placa de bronce con una frase suya que dice: «Podremos realizar grandes empresas siempre que no nos importe a quién se atribuya el mérito». Pienso que uno de nuestros problemas más graves es que el Gobierno federal se ha atribuido muchas funciones que corresponden en realidad a las administraciones estatales y locales.
P. En la primavera pasada, unos meses antes de su designación como candidato republicano a la Presidencia, Henry Kissinger dijo que si llegaba usted a presidente la política exterior americana se tornaría sensata y efectiva porque usted era un delegador de poderes excepcionalmente capaz y elegiría hombres de talento para que se encargaran de ello. ¿Qué clase de hombres serían los que escogiera para esta tarea?
R. Habla de «clase» de hombres... Cuando fui elegido gobernador, reuní un grupo de colaboradores en los que tenía una gran confianza, hombres que, en mi opinión, estaban capacitados para... digamos, para reconocer el talento en otras personas; sabían quién era el más indicado para cada tarea. Les dije que quería que formaran un comité en California que se ocupara de encontrar las personas adecuadas para cada puesto. Les dije que no quería que se limitaran a entrevistar a una serie de aspirantes, sino que tenían que encontrar personas que, además de estar capacitadas para sus cometidos, no quisieran trabajar para la Administración; personas para las que un empleo oficial supusiera un sacrificio y un descenso de categoría. Esta es la clase de hombres que quiero y esta es la forma en que yo enfocaría esta cuestión concreta.
P. Es bien sabido que para usted la religión es muy importante. ¿En que medida trataría, si fuera elegido presidente, de apoyar la tendencia hacia el restablecimiento del papel de la religión en los asuntos políticos?
R. Teddy Roosevelt dijo en una ocasión, refiriéndose a la Presidencia, que era un «púlpito privilegiado» y tenía razón. El cargo de presidente da al que lo ostenta una oportunidad excepcional de fijar normas a imitar por medio de sus acciones y sus palabras. Mi intención es utilizar esta ventaja no desde el punto de vista de un ministerio personal, sino para establecer normas de conducta a nivel gubernamental que hagan que el Gobierno vuelva a ser considerado un símbolo de integridad moral. Ha mencionado usted mi fe religiosa. Bien, no puedo imaginar que haya nadie dispuesto a enfrentarse a un cargo de estas características si no piensa que por encima de él hay alguien a quien pueda recurrir cuando necesite ayuda.
P. ¿Existe algún conflicto entre su ideología política y su postura religiosa? Por ejemplo, un buen republicano como usted debe creer en el esfuerzo propio, en las satisfacciones materiales, en el incentivo del beneficio para las empresas comerciales, y así sucesivamente. ¿No choca esta postura con su enfoque como cristiano?
R. No, no lo creo. En mi caso no existe conflicto alguno, y no creo que tenga que haberlo en ningún otro caso, a no ser que se trate de alguien que acepte un doble estándar, alguien que aplique unas normas morales en su vida privada y otras distintas en su actuación pública. Hay mucha gente realmente dispuesta a aceptar estos dobles estándares y esto es, en gran medida, la causa de la decadencia moral que sufrimos. Muchas de estas personas tienen una actitud ética en su vida privada, son personas morales, pero en cuestiones políticas aceptan unas normas que no son éticas.
P. Si un presidente o gobernador que tenga fe cristiana quiere llevar su postura religiosa a la vida pública y ayudar a su prójimo por medio, por ejemplo, de mejoras en los programas de seguridad social, esta actitud puede costar dinero a la Administración. ¿No se contradice esto con una política de reducciones en el gasto público?
R. No; aquí nos encontramos con una contradicción. La persona piadosa que se esfuerza por hacer cosas que no tiene obligación de hacer es porque ha perdido la fe en que la gente sea capaz de hacer esas cosas por sí misma. La finalidad moral de la parábola del buen samaritano no es poner de relieve los beneficios materiales que recibe el pobre que había sido asaltado y golpeado, sino los beneficios morales que obtiene el samaritano que cruza el camino para ayudarle.
P. Esto plantea la cuestión de por qué la gente se mete en la política. Le he preguntado antes por qué se hizo usted actor. Ahora bien, ¿por qué se dedicó usted a la política? He leído que cuando era usted estudiante organizó una huelga contra el decano de la universidad.
R. Se me ha atribuido más participación en ese episodio de la que realmente tuve. Yo estaba en primer año. Eran los sombríos días de principios de la depresión. El decano se dejó llevar un poco por el pánico; los fondos empezaban a escasear y quiso economizar. Era una institución pequeña y el dinero no abundaba. Entonces, quiso eliminar algunas de las asignaturas optativas. Ahora bien, muchos de los estudiantes más avanzados estaban en contra de esta medida. Pensaban que el título perdería valor si se aplicaba, y algunos de los profesores estaban de acuerdo con ellos. Por la razón que fuera, los estudiantes de cursos avanzados me pidieron que representara a los de primer curso. Luego, la noche que se echaron las campanas al vuelo y se congregó a los estudiantes en la capilla para notificarles lo que se pensaba hacer, me pidieron que fuera yo el que leyera el anuncio público. Así, pues, ese fue mi papel en aquella huelga
P. Me da la impresión de que este proceso se ha repetido constantemente a lo largo de su carrera, gobernador. La gente ha venido a usted y te ha dicho: «¿Quiere usted representarnos?».
R. Algo hay de verdad en ello.
P. Ahora volvamos a la forma en que se inició usted en el mundo de la política.
R. Fue un proceso gradual. Mi padre era partidario de Roosevelt. Tenía una gran deuda con el new, con la línea política de este presidente. Yo seguí su ejemplo: voté por primera vez en 1932 y mi voto fue para Franklin Delano Roosevelt. Es decir, que yo era demócrata.
P. ¿Qué le hizo cambiar?
R. Bueno, también el cambio fue gradual. No es que un buen día me dijera: «Mira qué mal lo hacen; ya no me gusta esta gente». Quizá la transformación se hubiera producido antes si no hubiera sido por la guerra. Estuve cuatro años en el servicio; nunca salí de Estados Unidos y la mayor parte del tiempo estuve destinado como oficial en la primera unidad cinematográfica de las fuerzas aéreas. Esta fue la época en que me convertí en presidente de la asociación. Pues bien, si analiza usted el programa de Roosevelt en 1932, verá que preveía la devolución a los Estados y a las comunidades locales de determinadas funciones que habían sido asumidas por el Gobierno federal, el retorno al pueblo de las libertades que le habían sido injustamente usurpadas y la reducción del presupuesto federal en un 25%, cosas todas ellas en las que aún creo hoy en día. Pues bien, como te he dicho, después de la guerra me introduje en el círculo sindicalista y me encontré de repente hablando de temas sindicales y de la industria cinematográfica. Empecé a darme cuenta de que la industria cinematográfica sufría un alto grado de discriminación en materias impositivas, y cuando comencé a pronunciar conferencias ante las cámaras de comercio, solía señalar que si el Gobierno podía hacer esto con una industria determinada, también podría hacerlo con las demás; ninguna de ellas podía sentirse a salvo. A consecuencia de ello, la gente de otras industrias empezó a venir a consultarme sobre sus problemas con el Gobierno; agricultores, fabricantes, comerciantes, etcétera. Pronto comencé a variar el enfoque de mis conferencias; empecé a hablar menos sobre Hollywood y la industria del cine y más sobre la industria en general. Nominalmente, aún era demócrata.
Y un buen día, al volver a casa, le dije a Nancy: «¿Sabes una cosa? al fin me he dado cuenta de que lo que estoy haciendo cada cuatro años es defender al partido que permite que pasen las cosas contra las que lucho». Entonces fue cuando me hice republicano.
Así pues, y volviendo a la manera en que formuló usted su pregunta, es decir, si la campaña se centra en los temas de interés público o en las personas de los candidatos, yo diría que para mí la campaña se centra en los temas públicos, y para él, en las personas.
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