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Los franceses resucitan con honores la memoria del general De Gaulle

Diez años después de su muerte, acaecida el 9 de octubre de 1970, el general Charles de Gaulle es prácticamente «resucitado» por todos los franceses. Y ello en aras de los rasgos más democráticos y progresistas de su acción. Un estudio sobre la valoración actual de sus treinta años de protagonista de la vida pública lo sitúa al nivel de Napoleón, de Clemenceau, de Carlomagno, de Juana de Arco y de todos los grandes hombres de la historia de Francia. El elenco político actual, desde el presidente de la República hasta los comunistas, se aprovechan de alguno de los aspectos de su acción.La tradición dice que el primer decenio que sigue a la muerte de un hombre público es el «purgatorio» en la memoria popular. Después, algunos resurgen y otros se pudren definitivamente en los trasteros del olvido. De Gaulle se revela un «fuera de serie». El 81% de los franceses estima que el conjunto de su acción fue «positiva». Para el 95% de la población actual, De Gaulle es un personaje de una importancia histórica comparable a la de todos los grandes hombres del pasado francés.

Las iniciativas de su acción, situada entre 1940 y 1970, que le confieren esa talla, por orden de importancia, son las siguientes: el llamamiento del 18 de junio, la liberación contra el nazismo, la fundación de la V República, el fin de la guerra de Argelia. De su obra, en tanto que presidente de la V República (1958-1969), los aspectos más apreciados por los franceses de hoy, también jerarquizados, son: la elección del presidente por sufragio universal, la estabilidad política, la aproximación a los países del Este, la evolución de la economía, la creación de una fuerza de disuasión atómica.

El poder nuclear

La Francia de hoy, sin distinción de ideologías, reivindica como baza política-diplomática imprescindible la bomba atómica y sus derivados (tecnología informática), que De Gaulle sólo impuso gracias a su personalidad.El guirigay actual organizado por los partidos políticos, todos ellos devorados por querellas o intereses personales, les recuerda a los franceses la misma escena que, tras la liberación, le obligó a De Gaulle a retirarse para vivir doce años de «travesía del desierto» en Colombey les Deux Eglises. Y, paradójicamente, De Gaulle, hombre supercentralista, cuando se vio desbordado tras las barricadas de mayo de 1968, recurrió al referéndum sobre la regionalización: los franceses le dijeron «no» y ningún hombre político en Francia heredó este desafío, que, sin embargo, se reconoce en voz baja como una necesidad específica de finales de este siglo.

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