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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El mercado de los rehenes

EL MERCADO de los rehenes americanos en Irán está ahora en un punto interesante. Carter monetiza su rescate en número de votos, y lo que ahora parece dispuesto a pagar no es muy diferente muerto- el sha- de lo que se negaba a, aceptar, en un principio. Jomeini puede obtener, además de la oriental preocupación de «salvar la cara» y del dinero que buscaba, una mejor disposición de Estados Unidos para su guerra, que no le va demasiado bien. Es un mercado que, con cierta lejanía, parece incomprensible, quizá porque la medida ética sólo se guarda para los otros con todo rigor; pero no se acierta bien a comprender que la sociedad americana beneficie ahora con sus presunciones de voto al presidente Carter por el mero. hecho de esta compra de los rehenes en las vísperas electorales, cuando el negocio del mundo es mucho más grande y delicado, aunque cabe pensar que cualquier pretexto es bueno para abandonar a Reagan, que es otro ejemplo de lo incomprensible.Si todo va bien, los rehenes podrán abandonar el país donde trabajaron amparados por una extraterritorialidad que parecía suficiente, pero que Jomeini rompió para iniciar con dramatismo su revolución cultural, y que se ha convertido en su cárcel. Pero no es seguro que todo vaya bien. Irán sigue siendo un país de poder fragmentado, incluso bajo el respeto a Jomeini, y lo que anuncia el presidente de la República, el del Gobierno y su ministro de Asuntos Exteriores puede verse denegado por otros, poderes y por otras exasperaciones. El Parlamento -tan manejado, tan manipuilado; creado por unas elecciones turbias y torpes- ha de decidir el domingo si los acuerdos a los que se haya podido llegar son suficientes o si puede más esta violenta manera de afirmación nacional, racial y religiosa. Dependerá también de las circunstancias de la guerra. Y no, fáltará en la terminación del mercado una sospecha que puede suponerse vehemente en los suspicaces jomeinistas -suspicaces, sin duda, por una larga historia de engaños y de traiciones-; la de que, una vez liberados los rehenes, Estados Unidos encuentre motivos semánticos o cobertura en otras naciones para arreciar la guerra contra los chiitas. La historia está llena de sucesos parecidos. Esta segunda parte, sin duda, atraería aún más ofertas de voto al presidente Carter. Que no desperdicia un solo átomo de su poder en algo que no sea ganar las elecciones. En el mejor de los casos, el mercado serviría para llegar a unas ciertas condiciones de paz en la zona arrasada que permitiera a Jomeini salvar su régimen y reconstruir su petróleo, aunque con pérdidas cuantiosas de territorio. Y de prestigio en el mundo islámico. La operación de castigo habría conseguido sus objetivos primordiales, aunque no los supuestos en el primer momento de la guerra, que eran los de desmontar completamente el régimen denunciado.

(Hay, entre tanto, otros rehenes perdidos: los pescadores españoles apresados por los saharauis, visitados por los periodistas en las jaimas de algún lugar del desierto.

Son desconocidos para el mundo. Y no se sabe si es más asombrosa la sociedad de Estados Unidos, capaz de apoyar a Carter por este brevísimo asunto de la compleja política mundial, o la española, a la que parece darle igual ese otro secuestro).

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