El Papa vuelve a matizar sus palabras sobre la concupiscencia en el matrimonio
Por tercera vez consecutiva, el papa Juan Pablo II ha hablado, durante la audiencia general del miércoles, del «adulterio del corazón, que se puede cometer mirando con deseo incluso a la propia mujer». Pero esta vez, el Papa, a este deseo, identificado con la «concupiscencia de la carne», de la que habla el Evangelio de Mateo, ha añadido un adjetivo: «Deseo desordenado».
Respondiendo indirectamente a las acusaciones que se le siguen haciendo de haber querido elevar a pecado de adulterio incluso la mirada de concupiscencia a la propia mujer, cuando en realidad, como ha escrito un diario inglés, «el problema es conseguir mirar de este modo a la esposa después de tantos años de matrimonio», el papa Wojtyla ha afirmado ayer que el adulterio del corazón no hay que verlo como una condena del cúerpo y del sexo, sino más bien como un «significado clave para la teología del cuerpo en contraste con la doctrina maniquea». Es sobre esta diferencia entre el concepto bíblico del cuerpo y el de la herejía maniquea, que condena el cuerpo y el sexo como un mal en sí mismos y como «fuente de pecado», en lo que el Papa está basando la defensa de sus afirmaciones. Afirma que «de las palabras de Cristo no es posible deducir la condena del cuerpo. Si acaso», añade, «se podría entrever la acusación al corazón humano, en la medida que se somete o no a la concupiscencia de la carne». Más aún, de la condena que el Evangelio hace del corazón humano, que mira con deseo desordenado, queda claro que no es el objeto; es decir, la mujer y su cuerpo, lo que se condena. Al revés, demuestra que se trata de una valoración del cuerpo y del sexo que se considera no como algo negativo, sino como un valor no apreciado suficientemente. Por eso, afirma el papa Wojtyla, «el adulterio cometido en el corazón se puede y se debe entender como la no valoración o bien como la privación intencional de la dignidad que corresponde al valor integral de la mujer».No era fácil ayer para los miles de turistas que escuchaban al Papa en la plaza de San Pedro, en una de esas envidiadas mañanas de sol otoñal romano, seguir su pensamiento filosófico teológico sobre el adulterio. Pero ya, desde hace dos años se van acostumbrando a un Papa que, con naturalidad, habla de sexo, de cuerpos desnudos, de orgasmo de la mujer, de teología de la sexualidad y del cuerpo humano.
Con más atención lo siguen los moralistas católicos y protestantes, los cuales están divididos en quienes afirman que, en realidad, Juan Pablo II está presentando una teología de la sublimación del sexo y quienes prefieren esperar, ya que, al parecer, algunas de sus afirmaciones podrían ser más revolucionarias de lo que parecen. Así lo comentaba ayer un teólogo francés presente en el sínodo, el cual decía que el hecho de que el Papa haya hablado de la «dimensión esponsal del matrimonio» y, como hizo ayer, afirmar que el sexo se profana a nivel de adulterio si se usa sólo como concupiscencia y no como comunión entre las personas, puede abrir prospectivas nuevas. Incluso durante el sínodo, los obispos, en su mayoría, siguen considerando la sexualidad sólo como un instrumento de la procreación, quedándose más atrás que el Concilio, que había ya empezado a insinuar que el sexo como diálogo entre hombre y mujer pertenece también al fin del matrimonio y no como fin «securidario», sino al mismo nivel y dignidad de la procreación.
De lo que no cabe duda es que este Papa está dando gran importancia al problema del sexo, ya que durante sus dos primeros años de pontificado, durante todas las audiencias, no ha hablado prácticamente de otra cosa. Esto, para los otros papas, era algo insólito.
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