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Dimite José María Belloch, gobernador civil de Barcelona

El gobernador civil de Barcelona, José María Belloch Puig, planteó ayer formalmente, ante el ministro del Interior, su deseo de abandonar el cargo. Este deseo ya había sido expresado por el señor Belloch hace unos tres meses. Ahora, el ministro estuvo de acuerdo con el deseo del gobernador, quien, no obstante, puede permanecer un par de semanas más en espera de la designación de su sustituto. No ha habido ningún escrito de dimisión. El nombramiento de un delegado del Estado para la comunidad autónoma catalana no implica en modo alguno la supresión de la función del gobernador de Barcelona, si bien limita el alcance político de esta función.José María Belloch fue durante los últimos meses el candidato preferido por el presidente de la Generalidad para ocupar el cargo para el que, finalmente, y con el acuerdo de Jordi Pujol, se nombró a Josep Meliá. El gobernador saliente espera poder dedicarse a la política activa dentro de UCD, partido del que no posee carné de afiliación, pero con el que se identifica. De origen democristiano, Belloch ha mantenido siempre una especial relación de amistad y coincidencia política con Rodolfo Martín Villa.

Juez municipal de profesión, y de 63 años de edad, ha desempeñado el cargo de gobernador civil de Barcelona durante un año y tres meses. Durante otro año fue gobernador civil de San Sebastián y anteriormente, a lo largo de ocho meses, fue gobernador civil de Huelva. Antes de este último cargo no había desempeñado funciones públicas. Había militado en Unió Democrática de Catalunya cuando este pequeño partido democristiano catalán estaba encabezado por Antón Cañellas. Un hijo suyo, juez de profesión y representativo del sector más progresista de la judicatura, hubiese resultado elegido hace escasos meses miembro del Consejo Superior del Poder Judicial de no haber invalidado el Tribunal Supremo algunas papeletas. Su no elección motivó una impugnación resuelta desfavorablemente.

Su gestión política en Barcelona se caracterizó por una premeditada falta de beligerancia en el proceso autonómico catalán. Siempre quiso dar la imagen de poseer menor poder real del que en realidad tenía, con el fin de evitar conflictos.

Nunca escondió su viva simpatía personal por el alcalde Narcís Serra, primero, y por Jordi Pujol, después, por considerarles fruto de un proceso democrático y autonómico en el que creía. En cambio, fueron malas sus relaciones con Josep Tarradellas.

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