Una salida incierta en Italia
LA DEMOCRACIA Cristiana de Italia ha conseguido esta vez unas alianzas de gobierno un poco más amplias: con los viejos compañeros socialistas, ahora están en el Gobierno los socialdemócratas y los republicanos; y la vigilante tolerancia de los comunistas, que han prometido un comportamiento amable si el programa, la estructura y los actos del Gobierno lo merecen. En teoría, la capacidad comunista de hacer depender la vida del Gobierno de su anuencia ha disminuido por la amplitud de la coalición, que permite a Forlani disponer de noventa votos de mayoría en el Congreso; en la práctica podrá pasar lo que en Gobiernos anteriores, en los que las mayorías se disuelven cuando hay una fuerte oposición comunista: no por beneficiar al PCI, sino, por el contrario, para no dejarle gozar de la fama y la gloria de estar solo en la oposición.El matiz que se trata de buscar en este nuevo Gobierno es el de que predominan la izquierda de la DC y la derecha del PSI, para buscar unos términos medios de entendimiento que eviten, durante el mayor tiempo posible, la ruptura interior. Los pronósticos, sin embargo, no son demasiado buenos. La DC es ya mucho más que un partido político, una sociedad de administrar; los largos años de Gobierno han hecho de ella un entramado de intereses y de amistades que difícilmente puede defraudar con grandes innovaciones: mientras tanto, la sociedad sufre cada vez mayores sacudidas, que van desde las huelgas gigantes -como la de Fiat- y el crecimiento del paro hasta el incremento del terrorismo de derechas y de izquierdas. No parece fácil que ni siquiera el ala izquierda de la DC pueda cambiar esta gran contradicción y dar a la República el aire que necesita: tal vez una vez más los otros partidos relacionados con la DC en este Gobierno lleguen a sentirse demasiado implicados en el desgobierno, no suficientemente compensados por los repartos de cargo y las parcelas de poder, y en la necesidad de saltar en marcha de un tren que siempre parece a punto de descarrilar. Los matices, las sutilezas que tratan de distinguir al Gobierno Forlani de los Gobiernos anteriores no son suficientes a los ojos del ciudadano, cuya fe se pierde cada día más. Es un fenómeno muy conocido. Cada vez se puede disfrazar menos de cambio lo que en realidad es una continuidad; y a nadie se le oculta que esta resolución de la crisis -cuyo aspecto más estimulante es que se ha resuelto en poco tiempo, relativamente- es una forma de la Democracia Cristiana para continuar con su antigua hegemonía y una resignación más, un mal menor, ante el panorama de la falta de salidas reales que parece la condena actual de los países occidentales.
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