Valdemaqueda, un municipio propiedad de una sociedad anónima
Valdemaqueda es un pequeño pueblo de la provincia de Madrid para el cual la autonomía municipal no tiene demasiado sentido, desde el momento en que no tienen terreno propio en el que aplicarla. Desde el siglo pasado, todo el término municipal pertenece a manos privadas: primero, a la duquesa de Medinaceli, y luego, a la resinera, nombre familiar con que se conoce a la Unión Resinera Española, SA. Incluso para construir el cementerio donde enterrar a sus muertos hubo que pedir terrenos a la sociedad, entidad que para el pueblo es algo parecido a la divinidad, porque es omnipresente, pero no se la ve.
Valdemaqueda está situado a 74 kilómetros de Madrid, por la carretera de El Escorial, en el límite con la provincia de Avila. El censo de 31 de diciembre de 1977 reflejaba el empadronamiento de 396 personas, aunque la cifra, contando con la colonia veraniega, asciende a algunos miles. En el pasado, toda la población vivía, de una forma u otra, en dependencia con los intereses de la resinera. Los ganaderos necesitaban de los pastos, que tenían que alquilar a la sociedad. Los que no poseían ganado, vivían principalmente de la recolección de la resina, a destajo, y, una vez recogida, la sociedad les pagaba una cantidad por cada barril. Una forma de sacarse unas pesetillas extras era recoger jara del monte, y luego venderla a las panaderías madrileñas, cuando el pan se fabricaba todavía en hornos manuales y se sacaba con palas de mango larguísimo.Si el ayuntamiento quiere hacer un campo de fútbol, por ejemplo, tiene que pedir por favor a la resinera que le regale o venda los terrenos. Igual si se trata de construir un hospital o cualquier otra instalación. Hay que reconocer que la cuestión de las tierras nunca. ha sido problema. Hace pocos meses la sociedad regaló al pueblo los 5.000 metros cuadrados que se necesitaban para la construcción del cementerio, y los vecinos pueden adentrarse en los montes a recoger leña para sus estufas.
El ayuntamiento sólo tiene jurisdicción real en el casco urbano. Donde acaban las últimas casas comienza el feudo de la sociedad, hasta los límites del término municipal. El pueblo no sabe quién es el dueño de la compañía. Cuando tienen algo que proponer hablan con los ingenieros que controlan la explotación del bosque de pinos, y, a su vez, son éstos los encargados de comunicarles decisiones venidas de quién sabe qué despacho, pero que afectan profundamente a sus vidas y su futuro. Así, un día les dijeron que las cabras no podían pastar entre los árboles, porque se comían los brotes de los pinos jóvenes. Desde entonces, la cabaña caprina del lugar descendió casi a cero. Unido a las dificultades estructurales que atraviesa la ganadería en Madrid, la cabaña vacuna se ha visto reducida también a seis o siete ganaderos. Cada vez hay que ir más lejos a buscar la jara, porque las talas de árboles y la venta de parcelas para construir chalés veraniegos -una de las últimas actividades de la sociedad- han esquilmado las zonas de monte más cercanas al pueblo.
Un pueblo empobrecido
Los vecinos de Valdemaqueda no entienden demasiado de negocios. Sólo saben que, a partir del término de la guerra, la compañía disminuyó su interés por la recolección de resina. Si desde principios de siglo hasta la guerra todos sus habitantes y otros de pueblos vecinos acudían puntualmente todos los días desde marzo a octubre a sangrar los pinos, ahora apenas diez personas siguen llenando sus barriles de zinc a base de latas llenas de resina, que gotean por las heridas abiertas en los troncos.Valdemaqueda se ha empobrecido. En septiembre, la diputación provincial aprobaba las obras de alcantarillado y red de distribución de agua. Todavía el pueblo se abastece de dos fuentes situadas a lo largo de la carretera y aunque quien quiera puede abrirse su propio pozo, la falta de alcantarillado que recoja las aguas residuales hace que la mayoría de ellos presenten con frecuencia el problema de la contaminación. Desde hace años, los jóvenes buscan trabajo en la construcción de los chalés, pisos y apartamentos de pueblos cercanos: Robledo de Chavela, Valdemorillo e incluso Alpedrete.
Los únicos intentos, tímidos, de enfrentarse a la compañía terminaron siempre en fracaso. Se referían a los importes cobrados por su trabajo de recolección, que estimaban insuficientes, pero los servicios jurídicos de los antiguos sindicatos verticales no hicieron nada. Tampoco Carlos e Isidoro, dos curas preocupados por el pueblo, que plantearon el asunto de las tierras ante abogados de izquierda, consiguieron gran cosa. La opinión de éstos era que había pocas posibilidades de reivindicar nada. Hoy, Carlos e Isidoro ya no son curas. Se han casado y tienen cada uno una casa en Valdemaqueda.
Avelino Jiménez, el único concejal comunista, contó la historia de su pueblo a EL PAIS desde el fondo de una zanja, en la que intentaba arreglar la única conducción de agua que sirve a las casas, desde la fuente situada a la entrada de la villa, y que se rompe cada dos por tres. Su padre, Paulino Jiménez, trabajó durante 49 años en la resina, y él mismo dependió para su subsistencia del mismo trabajo durante veinticuatro años, hasta que se jubiló. Nunca supieron si lo que les pagaban era justo o no. Cuando tenían llenos cierto número de barriles, un camión se los llevaba y, meses más tarde, les entregaban una cantidad por el valor de la cosecha, a dieciocho pesetas el kilo.
El término municipal lo compró íntegramente, en el siglo pasado, la duquesa de Medinaceli por millón y medio de reales. A principios de siglo, la duquesa lo vendió a su vez a la Unión Resinera Española, pero nadie conocía exactamente dónde terminaban los terrenos del pueblo y dónde comenzaban los de la sociedad. Hasta que, al final de la guerra, un alcalde, Deogracias Barbero, estableció que los límites llegaban casi hasta las últimas casas del pueblo, tampoco se sabe en función de qué. En aquella época, por supuesto, nadie dijo nada. No eran tiempos propicios a las quejas. Hoy, con el conformismo rural de quien sabe que aquí no hay nada que hacer, Avelino Jiménez ha renunciado a planteamientos utópicos, y no habla ni mal ni bien de la resinera, aunque, «si los montes fueran nuestros, este podría ser un pueblo rico», y además, «todavía da trabajo, aunque sea poco». Es el caso del alcalde, José Luis Herranz, de UCD, quien transporta con su camión las piedras que luego se utilizarán en las urbanizaciones cercanas.
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