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La guerra entre Irán e Irak

La prolongación del conflicto está citando difíciles problemas al régimen iraquí

Todos daban como vencedor a Irak en su guerra con Irán. Cuando las tropas de Bagdad cruzaron su frontera oriental, se empezó a hablar ya de «paseo militar». Sin embargo, los iraníes sacaron nuevas fuerzas de su propia debilidad y, sea cual fuere el resultado final de este conflicto, comienza a creerse que ellos no serán los únicos perdedores. Buscando su liderazgo del mundo árabe, el régimen iraquí ha encontrado en esta guerra, que hoy cumple un mes, una serie de problemas de difícil solución. Un enviado especial de EL PAIS, que cubrió del lado iraquí el conflicto entre Irak e Irán -hasta que fue expulsado junto con otros muchos periodistas-, cuenta sus impresiones sobre este conflicto y sus posibles consecuencias.

Aireado por los ventiladores que colgaban del techo del hotel Chat el Arab, de Basora, nuestro amigo parecía contento: «Llegué el primero al frente y tengo las mejores fotos». Celebrábamos con cerveza helada el acontecimiento, ya que son pocos los fotógrafos de Prensa, que llegan los primeros a estas guerras, que se mantienen más de una semana en las primeras páginas de los periódicos.Tras las preguntas obligadas para informarnos de nuestras respectivas vidas después de meses sin vernos, llegamos, por un camino sin baches, a otra pregunta obligada: «¿Tienes muchas fotos de muertos en combate?». «He tenido mucha suerte», fue la respuesta. «Soy el único que ha tomado una foto de un soldado muerto en el borde de la carretera».

Este año, nuestro amigo tampoco ganará el Pulitzer. Es difícil que un fotógrafo obtenga galardones en una guerra en la que sólo se ha visto un soldado muerto. Obligados a esperar horas en las habitaciones de los hoteles, sin ninguna libertad de movimiento y con la eterna presencia de un funcionario-policía interesándose por nuestras conversaciones en la mesa vecina del restaurante, la guerra Irán-Irak, vista desde el lado iraquí, parece una guerra de mentira.

Cuando -rara vez- se conseguía un permiso para ir al frente, la impresión era más decepcionante todavía. Cierto es que, desde ambos lados, la artillería funcionaba con todo lujo. El petróleo ha proporcionado a estos países toda la juguetería bélica necesaria, y los obuses saltaban de un lado a otro del frente con la confianza -quizá crédula- de que queda mucho petróleo bajo el suelo para comprar más proyectiles.

Sin embargo, esta exuberancia artillera sólo parecía tener consecuencias acústicas: había mucho ruido y pocas ruinas, pero los reporteros de radio parecían contentos. «Hoy», decía uno de ellos, «he mandado una crónica de cinco minutos y tenía de fondo todo el tiempo los antiaéreos que están detrás del hotel».

Sendas filmaciones de las televisiones israelí y brasileña muestran cómo los soviéticos han proporcionado vehículos, carros, armas y repuestos a los iraquíes a través del puerto jordano de Aqaba. Para algunos, esta ayuda es contradictoria: al fin y al cabo, Moscú parece haber apostado por Irán. Sin embargo, hay muchos que opinan que la URSS trata de mitigar el ridículo que está haciendo su armamento en manos del EJército de Bagdad.

Durante años, Irán e Irak lucharon por el prestigioso título de «gendarme del golfo». Ebrio de petróleo, el régimen del sha se hizo con todos los excedentes de la industria de armamento estadounidense, que pasaba por un mal momento después de la guerra de Vietriam. Sin embargo, bastaron unos cientos de miles de manifestantes desarmados para que muchos jefes militares iraníes buscarán su exilio a la sombra del sha.

Sin disparar un tiro, la fuerza más selecta del Ejército iraní, los inmortales de la guardia imperial, se rindió entre sollozos. El título de «gendarme del golfo» quedaba vacante.

El líder iraquí, Saddam Hussein, parecía tener las cosas fáciles. Bastaron unos pocos meses para que comenzaran los hostigamientos fronterizos. Esta vez era difícil utilizar a los kurdos como arma arrojadiza. A pesar de mostrarse en bélico desacuerdo con la intransigencia antiautonomista de los jomeinistas, los kurdos iraníes preferían guardar una desconfiada distancia con el régimen de Saddam Hussein.

En la frontera sur -región de Juzestán- la influencia iraquí parecía más fácil. En esta zona suroccidental de Irán, de la que procede todo el petróleo del país, quedaba aún un 50% de la población árabe original. Los juzestanos habían entablado su lucha por la autonomía y el terreno parecía abonado para la desestabilización.

La represión ejercida por el almirante Madani -que fue gobernador de la región durante unos meses clave- dificultó el porvenir inmediato de la resistencia juzestana. Sin embargo, el régimen de Bagdad continuaba su tarea. Los «patriotas árabes» de Juzestán -como los llamaba la Prensa iraquí- proseguían sus acciones en la región. Eran estas unas acciones muy limitadas y asequibles a cualquier grupúsculo terrorista. Para dar a conocer su movimiento, un comando proiraquí ocupaba, la primavera pasada, la embajada iraní en Londres.

Poco después comenzarían los incidentes fronterizos. Entre tanto, carente de mantenimiento, técnicos y repuestos, el Ejército iraní seguía debilitándose.

Previsiones contrariadas

Cuando, el 22 de septiembre, Bagdad se decidió a iniciar la guerra bombardeando lugares clave de Irán, Saddam Hussein debía tener sobre su mesa documentos muy optimistas. En un régimen tan dado a la conspiración siniestra no es de extrañar que los servicios de información generen informes nada pesimistas, pero escasamente objetivos, destinados más a halagar los deseos que a describir la realidad.

A estas alturas de la guerra, parece claro que los iraquíes pensaban que iban a entrar en Juzestán bajo los vítores de los «patriotas árabes». La desesperada defensa de los guardianes de la revolución iraníes, que siguen poseyendo el centro de Jorramshar después de cuatro semanas de lucha, contradijo las previsiones militares iraquíes.

Ahora más que nunca, los sueños de Saddam Hussein se encuentran muy lejos de la realidad. Administrador de una ideología especialmente ambigua -el baasismo-, el líder iraquí ha buscado el papel de cabeza indiscutible del mundo árabe después de acabar con buena parte de la oposición interna sin hacer ascos a ningún tipo de métodos, por crueles que fueran.

En un solo año, Saddam Hussein ha tratado de saltar del puesto de eterno segundón que desempeñaba bajo la presidencia de Al Bakr a protagonista absoluto del mundo árabe. El viejo sueño de la unión con Siria -que daría una salida al Mediterráneo al régimen de Bagdad- parece olvidado por el momento. El rey Hussein de Jordania -al que tantas veces los baasistas iraquíes llamaron reaccionario- es ahora el mejor amigo de Saddam. Ambos han entablado una dura alianza para intentar derrocar al régimen prosoviético de Damasco. Esta disputa subterránea -en la que los jordanos participan financiando a la oposición integrista musulmana siria- tiene un futuro incierto, pero lo más probable es que, en cualquier caso, sirva para erosionar más aún los desgastados regímenes que se enfrentan en ella.

Sea cual fuere el resultado final de esta guerra, Irak saldrá de ella en peores condiciones que al principio. En el mejor de los casos, su economía dará un salto atrás de cinco años, según previsiones de técnicos occidentales, y su aislamiento internacional, de seguir las cosas a este ritmo, será aún más espeso que el de Irán.

Nuevamente el «gendarme del golfo» de turno puede caer víctima de un espejismo.

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