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Signos del tiempo: la complejidad

Edgar Morin, con la aguda percepción de lo contemporáneo que caracteriza toda su obra, cierra el primer volumen -La nature de la Nature- de su periplo metodológico, constituyendo la complejidad en eje fundamental del comportamiento científico. Este paradigma cognitivo, que tiene como antagonista la simplificación, se funda en la descalificación de lo simple mediante la transformación del pensar disyuntivo y reductor en institución teórica de la unidad relacional de lo múltiple.Morin escribe: «Lo simple no es sino un momento arbitrario de abstracción impuesta a las complejidades, un instrumento eficaz de manipulación que lamina lo complejo». Pues los grandes procesos de lo real y las categorías que utilizamos para analizarlos no son simples: «La génesis es compleja, la partícula es hipercompleja (y no el elemento finalmente simple que suponíamos), la organización es compleja, la evolución es compleja. La physis es insimplificable y su complejidad desafía nuestra intelección».

Es decir, la complejidad está en la base de la teoría, porque está en la base de la realidad. La emergencia de la contradicción y de lo paradójico en el corazón de la teoría, que instalan y legitiman la complejidad como su principio, corresponden a la explosión de los antagonismos en el corazón de lo real. Antagonismos que nos llegan como inseguridad, desorden, alteración, incertidumbre, oscuridad, oposición, y que se leen como la coexistencia igualmente necesaria de lo uno y lo múltiple, lo normal y lo desviante, lo central y lo marginal, la causalidad y la finalidad, la información y el ruido, el caos y el cosmos, la autonomía y la dependencia, etcétera.

Por eso, nuestro enfrentamiento analítico con la realidad irreductible mente compleja de la esfera física, biológica y antroposocial no puede consistir ni en el inservible recurso a la explicación reduccionista -en que tantas veces termina el análisis positivo- ni en la cómoda yuxtaposición, que se quiere complementaria, de nociones y elementos antagónicos -en que se traduce casi siempre la dialéctica-, sino en una práctica teórico-científica que, más allá de las perspectivas atomística y holística, integre esos elementos en el seno «de un metasistema que los transforma mediante un proceso en espiral de proyección abierta, retroactiva y recursiva».

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Lo que me importa subrayar del paradigma epistémico moriniano, aquí apenas aludido, es su radical contemporaneidad, pues la irrupción de la complejidad en la escena actual y la dramática conciencia que de ella tenemos son, pienso, rasgos dominantes de nuestro vivir contemporáneo. El acontecer social, en sus grandes y pequeños hechos, en sus procesos más triviales y más relevantes, se nos presenta, a poco vigilantes que estemos, en su figura polifronte, con sus saldos positivo y negativo, en su textura múltiple de oposiciones, integraciones, logros, perecimientos, culminaciones, tránsitos.

Acerquémonos por un mamento a algunos de ellos. Polonia, verano de 1980. La afirmación revolucionaria y popular del inundo del trabajo, surgida desde la espontaneidad de la base, pero con la eficacia de la organización; intransigente en sus objetivos, pero moderada en sus acciones; postuladora de transformaciones radicales, pero por tiempos y en fases; impugnadora de un sistema, pero tomando pie en la perversión de sus propios supuestos, es decir, una acción colectiva, novísima y ejemplarmente revolucionaria, nos viene, sin embargo, acompañada de las formas

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más demagógicas y rituales de la práctica creencial, de aquel país, de la versión más impugnable de la religión como espectáculo: confesiones públicas de obreros, imágenes en las vallas, rosarios colectivos, escenas de grupos arrodillados entonando himnos, etcétera.

Vivimos en la era de la información. La abundancia de materiales y elementos es extraordinaria. Vivimos en la era de la comunicación. La multiplicidad y la perfección técnica de medios, canales y sistemas es muy notable. Tenemos a nuestra disposición, a cada momento y para cada tema, una amplísima gama de opciones y posibilidades informativas y comunicativas. Y, sin embargo, estamos casi totalmente desinformados, vivimos casi en la incomunicación. ¿Quién sabe lo que de verdad está pasando en Etiopía y Eritrea, en Chad, en el sureste asiático? ¿Hubo o no hubo conspiración en torno al doble asesinato de los Kennedy? ¿Cómo funciona la burocracia del poder en, la URSS? En el juego mundial de fuerzas, el populismo internacionalista de Juan Pablo II, ¿es un factor de progreso o un soporte de la reacción?

La avalancha de mensajes aniquila sus contenidos, la información es sólo ruido. La multiplicación y accesibilidad de los medios trivializa su uso y destituye su virtualidad técnica. Sucede con ellos, al igual que con toda la panoplia tecnológica de la vida cotidiana actual. La joven pareja anglosajona de hoy utiliza su superequipada cocina con pelapatatas automático y mixter de tres velocidades para hacerse un bocadillo o preparse una hamburguesa con chips de bolsita.

La libertad en la creación y gestión de emisoras privadas, que parecía un instrumento privilegiado de la comunicación múltiple y directa, se ha convertido en Italia -su tierra prometida- en soporte adicional de las grandes cadenas y la impotencia de las radios verdaderamente independientes que quedan, para ensanchar el campo de lo intercomunicable, las ha confinado en la función de objetos lúdicos, cuyo último destino, como ha dicho Paolo Fabbri, parece ser el que cada cual comunique, mediante radio interpuesta, consigo mismo.

La democratización de la enseñanza, entendida como la escolarización creciente en todos los niveles de la docencia, del mayor número posible de jóvenes con independencia de su origen social, es una de las conquistas importantes del siglo XX. De aquí que el número de titulados, superiores sea un indicador eficaz del progreso social y político de un país: a más titulados de más clases sociales, más democracia y más progreso. Y, sin embargo, la generalización de los títulos los desvaloriza, y por una parte sitúa las barreras selectivas en niveles más elevados del proceso de aprendizaje -maestría, doctorado, estancia en el extranjero, publicaciones- y, por otra, refuerza los circuitos paralelos de formación -escuelas y universidades privadas, a las que se confiere mayor prestigio, profesional y social, al preferir a sus titulados para los puestos directivos- y, sobre todo, reinstaura los mecanismos de selección basados en criterios no docentes y no profesionales: relaciones de parentesco, pertenencia al microgrupo dirigente, etcétera.

El desplazamiento, la movilidad, el cambio son datos capitales del existir contemporáneo. La evasión, la aventura, el viaje son, al mismo tiempo, conductas y fantasmas, mitología y costumbre de la modernidad última. La permanencia durante todo el año en el mismo lugar es sinónimo de pobreza y atraso, de frustración e incultura. El viernes por la tarde los de Zurich se escapan hacia Berna o Basilea, los de Berna hacia Basilea o Zurich, los de Basilea hacia Zurich o Berna; el verano, en los países desarrollados, e incluso en desarrollo, produce movilizaciones turísticas que se cuentan por docenas de millones de turistas. Con el calor, con la nieve, todo el mundo quiere cambiar de espacio, de piel, de personaje, huir de su medio y de su trabajo, ser otro. Y, sin embargo, el cambio que mejor se vende es el que transporta consigo el mismo escenario, con los mismos usos y los mismos decorados, el que conjuga lo exótico en términos de lo habitual, el que alía la ilusión del riesgo con la garantía de la seguridad. De la contaminación y acoso del barrio superpoblado a la contaminación y apretura de la playa en la que no cabe ni un alfiler; del gran hotel del Norte al gran hotel del Sur; Konakry, Bali o Machu Pichu, sí, pero con pízza, choucroute, paella y coca-cola a la hora de comer. Monsieur Trigano y su Club Mediterranée son la acabada expresión de la fórmula.

Nunca la política como poder ha tenido mayor voracidad social que ahora y, sin embargo, nunca tampoco ha sido tan baja su cotización social ni tan unánime la desconfianza, cuando no grima, ciudadana hacia ella -todo hace prever que el próximo jefe de Estado de la primera democracia del mundo lo será de apenas el 25 % de sus posibles votantes-. La posición prosoviética y, en especial, proestalinista puede difícil mente encuadrarse en la pers pectiva de la ética política y de la utopía revolucionaria y, sin em bargo, cada día son más numero sos los militantes del PCE de mayor integridad personal y autoexigencía colectiva que basculan hacia aquellas posiciones.

La exaltación de lo individual, la reivindicación de la diferencia, afirmados y vividos en el paroxismo, presiden la mitología de nuestra cotidianeidad. Y, sin embargo, la uniformización de las tácticas colectivas, la predictibilidad de los comportamientos individuales, la indigencia del repertorio de conductas posibles son más extremas que nunca. El número de horas que el ejecutivo nansiense consumirá en el tapón de la autopista del Oeste el lunes de Pentecostés de 1981; el primer viaje del joven empleado de Francfort a las islas Seychelles y su descubrimiento del amor índico, el primer porro de la estudiante de tercero de BUP, el primer pendiente en la oreja derecha del joven obrero homosexual no son imprevisibles actos libérrimos de una persona, sino pautas genéricas. que otorgan a los aconteceres individuales la ineluctabilidad del destino griego.

El sexo como doctrina, como ejercicio y como imaginario social se quiere hoy principio y Fin de nuestras determinaciones de más amplia vigencia. La irrupción de la mujer -sus derechos, sus espacios, su poder- en la vida contemporánea, la entronización del placer como raíz del propio cumplimiento, la sexualización sígnica del orden colectivo y del acaecer individual, la furiosa proclamación del «todo es posible» nos vienen de la mano de una indiferenciación y de un cansancio que tienen en la bísexualidad exhibida y en el androginismo publicado sus más exasperadas figuras. David Bowie y Amanda Lear son nuestros sex-symbols.

Esta materialidad de lo real-social, enmallada de contradicciones y distingos, de redarguciones y antinomias, de haces y reveses, es la que nos aleja de las sentencias universales, de las condenas definitivas, de los dogmatismos sabelotodo, de las fórmulas mágicas, de las palabras salvadoras e inapelables: imperialísmo, manipulación, racionalidad, lucha de clases, desarrollo, liberación, sexo, cambio, orden, felicidad, progreso... Morin nos ha hecho volver a descubrir que la incertidumbre es inexpulsable del conocimiento. Como de la realidad. Se trata de partir de ahí. Esa es nuestra herencia. La del siglo XX.

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