La guerra y lo imprevisto
LAS GUERRAS decididas por computador, estudiadas previamente por los grandes cerebros, analizadas cuidadosamente según datos bien manejados tienen en común con las de los prometedores tiempos de la horda que su desarrollo y su final son totalmente imprevisibles. Esto es lo único que podrían haber aprendido los guerreros de nuestro tiempo, y lo han dejado escapar.La guerra de Irak-Irán está tomando un desarrollo imprevisto: el país condenado de antemano no sólo tiene más capacidad de defensa de lo que se esperaba, sino que la tiene de ofensiva. Los servicios erróneamente llamados de inteligencia vienen demostrando desde hace años que poseen una capacidad de autointoxicación -autoengaño- considerable. Quizá por la selectividad de sus fuentes de información, por la conversión de deseos en realidades, por la preocupación burocrática y de conservación de puestos de trabajo que les lleva a informar a los superiores de lo que ellos desean saber más que de la realidad, o por una simple incapacidad de captar esa realidad, son los responsables de algunas de las más considerables catástrofes contemporáneas. El caso de Irán recuerda, por lo menos, un par de paralelos: el error de información que llevó al desembarco de bahía de Cochinos, sobre la base de la información de que Cuba se alzaría contra Castro apenas iniciada la ofensiva, y el que envolvió a Estados Unidos en la guerra de Vietnam.
El supuesto de Irán era el de que un país con el ejército desmantelado, con jefes fusilados y otros aterrorizados por el poder revolucionario, con un material desprovisto de técnicos y con una población sumergida en el caos no podría resistir a la fuerza de Irak y al aislamiento, a la soledad de Jomeini. No está siendo así. Jomeini no se ha desmoronado, no ha llamado al exiliado Bajtiar para que forme Gobierno, no ha cedido terreno. Sus aviones, en cambio, bombardean Bagdad y la central nuclear de Irak; su ejército contiene la ofensiva. Esta situación tiene implicaciones mucho más graves que las del fracaso espectacular de la operación de comandos de Carter. Una de ellas es que la guerra se alarga y supone un riesgo -pese a las cautelas y a las promesas- para todo el suministro de petróleo y un probable encarecimiento de precios más allá de lo pactado en la última reunión de la OPEP. Otro es el de que se caiga en la tentación de añadir más fuerza a la fuerza ya empleada: para controlar el estrecho de Ormuz, para presionar sobre Irán. Esto comprometería a otras potencias, incluso a las grandes. El acuerdo tácito de neutralidad de la URSS y Estados Unidos en los primeros días comienza a vacilar cuando se trata de que Estados Unidos forme una fuerza internacional para el control del estrecho de Ormuz. En los países árabes, en los que una guerra relámpago habría evitado una toma de posición de fuerzas populares -que se habrían podido sentir derrotadas al mismo tiempo que lo fuera Jomeini- comienza ya a hervir esa oposición: el mismo Irak tiene una mitad de población chiita que no participa de las operaciones militares de su Gobierno y no comprende la ruptura de la fraternidad musulmana.
La sensación que se tiene en estos momentos es la de que los grandes expertos de la estrategia y de la logística no han contado, tampoco esta vez, con el factor humano, y que lo imprevisto se hace dueño de la situación. Si no predominan las tendencias de la acumulación de fuerzas, como predominaron en Vietnam, y, por el contrario, hay una reflexión sobre la posibilidad de que se pueda llegar a situaciones muy graves, se debería tratar por todos los medios de regresar a la paz en la zona incendiada antes de que el contagio sea imposible de controlar. Sin por ello renunciar a la condena de las prácticas odiosas del régimen de Jomeini, como del régimen de Saddam Hussein, contra derecho desde su instalación hasta nuestros días.
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