Afrancesados

Al leer la carta del señor Cabezuelo del 26 de septiembre, me surgen algunas reflexiones. Los españoles que hemos vivido o nos hemos educado en Francia cometemos, todos, los mismos errores al contemplar la realidad de este país.Imbuidos de cultura francesa, demostramos un menosprecio supino para todo lo español. Trufamos nuestro castellano de galicismos (por ejemplo), y esto no nos parece incorrecto, sino simplemente signo de cultura. Tenemos tres nociones de economía y nos permitimos dar lecciones a cualquier economista español. Al fin y al cabo ¿qué puede saber un economista español?

En el fondo nos molesta esta España que encontramos más árida, más pobre, más sucia. Añoramos la rica e industrial Francia y, entonces, con una sencilla lógica deducimos. ¿Qué necesita este país para que sea verde, tenga infinidad de vacas, hipermercados.y ese inimitable savoir faire? Simplemente copiar el buen hacer de los franceses. Elemental.

Hasta que un buen día comprendemos que no es todo tan sencillo, que nuestra historia, nuestra geografía y nuestra cultura son diferentes, que un pueblo no tiene cultura superior, sino mayor desarrollo técnico; que apreciar a Brassens no es entender de música; que gustar de un buen paté no es ser un gourmet, y que hacemos lamentablemente el ridículo cuando, pontificando, damos opiniones políticas desconociendo la realidad española y utilizando como único argumento para nuestras afirmaciones: «así se hace en Francia».

No me paro a explicar al señor Cabezuelo que el catalán o el gallego no son ni un dialecto ni un patois, y a estas alturas nadie, supongo, se tomará la molestia de hacerlo. Simplemente me sonrojo./