Las seis provincias limítrofes auxiliarían a la capital en el caso hipotético de un fuerte terremoto
A las nueve de la mañana del día D, uno de los altos funcionarios de la Dirección General de Protección Civil golpea la puerta del despacho del director con los nudillos de una mano, y luego entra sin esperar respuesta. Trae una importante noticia: hace unos minutos, los observatorios sismológicos del Valle de los Caídos y de Toledo han detectado un terremoto de pequeña intensidad en Madrid. Doce llamadas telefónicas, que indican una cierta alarma de la población, han sido registradas en la centralita. En un informe complementario, los técnicos de los dos laboratorios previenen sobre probables repeticiones del movimiento en las próximas horas.El director general ordena el comienzo de los planes de emergencia. Los componentes de la Junta de Protección Civil y los de la Comisión Provincial, para Calamidades Públicas son convocados urgentemente: dentro de sesenta minutos, a las diez en punto de la mañana, todos ellos deberán haber llegado a la sede del gobierno civil, en la calle Mayor, para participar en una reunión de primeras medidas.
A las diez de la mañana, unas -veinte personas están agrupadas alrededor de una gran mesa de consejería, cuyo tablero aparece cubierto por un plano de carreteras delineado a escala 1:500.000, que ha remitido la subsección de cartografía. .
Después de unas breves reflexiones, los reunidos llegan a un primer acuerdo sobre medidas de acción inmediata: es necesario alertar a la población civil por radio y televisión. Que los locutores lean, en un tono de máxima naturalidad, una escueta y terminante sugerencia de «orden y calma a toda costa, si el seísmo volviera a repetirse. En previsión de que así sea la Junta de Protección Civil recomienda a los ciudadanos que se desplacen ordenadamente, repetimos: or-de-na-da-men-te, al campo». Dos de los presentes comunican la novedad a los gobernadores civiles de las provincias limítrofes, y a la Capitanía General de la Región, con advertencia de una necesidad inmediata de ayuda. El grupo redacta una serie completa y escalonada de mensajes para radio y televisión. Por fin se emite la orden de que cesen las clases en facultades, colegios y academias, «Suspensión que casi con toda certeza será ociosa, porque habrá sido decidida espontáneamente por la población». Se trata, más que nada, de oficializar poco a poco el peligro. -
A las 12.05 horas, el seísmo se repite. Esta vez con mayor intensidad. Las lámparas colgantes pendulan, caen los objetos inestables y revientan los cristales de las ventanas; se diría que las fichas alineadas de un dominó de vidrio están desplomándose sobre la mesa de mármol. En la sala del gobierno civil, una pieza de sólida construcción, sólo un vaso palillero ha rodado desde una consola. Llegan avisos desde los observatorios sismológicos: se esperan nuevos movimientos. El gobernador civil asume el mando supremo; la dirección de todos los servicios y su coordinación estarán eventualmente bajo sus instrucciones. Los mandos de las Fuerzas de Orden Público de la'zona centro permanecen en sus puestos, y en lo posible liberan de llamadas sus teléfonos directos.
Alerta de la población
A las diecisiete horas del día D, comienza el tercer movimiento sísmico. La red de observatorios de toda la Península detecta «un temblor del grado 7 en la escala Richter. Alfredo Díaz, un ex futbolista argentino de veintinueve años y actual agente importador de materiales finos de construcción a Venezuela, revive el terremoto de Caracas. «Yo venía del estadio. De pronto noté con gran nitidez cómo el asfalto de la avenida comenzaba a ondularse bajo mis pies. Jamás había experimentado una sensación semejante de impotencia. La vieja noción de seguridad que ofrece la frase con los pies sobre la tierra perdía sentido bruscamente. Tuve dos impulsos: el de correr hacia el exterior de la ciudad y el de ir a casa de mi hermano; él, su mujer y los niños deberían de estar allí cuando empezó el temblor. Pero me fue muy sencillo reprimir el impulso de salir corriendo: la visión de las grietas que se abrían y cerraban en la calzada se encadenaba con el temor de caer en alguna que me fuera imposible evitar por la velocidad. Recuerdo aquella indecisión personal, a la gente que corría y el brusco cambio de horizonte por la desaparición de los edificios».
La alta intensidad del tercer movimiento sísmico de Madrid provoca gravísimos daños. El casco urbano y los barrios periféricos están seriamente maltrechos; la ciudad se retuerce como un gigante dolorido. Los distritos Centro, Arganzuela, Retiro y Chamberí, con una población global de 648.820 habitantes, son el sector más castigado. Un primer cálculo proporci6na las siguientes cifras: mil muertos, 2.000 aprisionados en los escombros y unos 5.000 heridos. Un 25% de los servicios públicos -teléfono, electricidad, agua y gas- sufre graves perturbaciones.
En el despacho del gobierno civil, que ha sufrido un leve deterioro, la Junta de Protección y la Comisión Provincial para Calamidades Públicas rehace los planes inmediatamente. Sobre una pieza de papel semiopaco, un especialista elabora un plano cartográfico, siguiendo las pautas del plano inicial. Calca las líneas que representan las carreteras nacionales confluentes en Madrid y algunas otras. Completa una estrella de ocho puntas; cuatro están, dos a dos, muy próximas entre sí, y son consideradas vías de complemento. Define seis ejes de penetración y seis zonas de socorro determinadas por los pueblos próximos a las carreteras generales. A la izquierda de la línea que representa la Nacional I señala los pueblos de Rascafría, Chozas de la Sierra y Colmenar Viejo; a la derecha, los de Tamajón, Viñuelas y Cobeña, y repite la operación con los pueblos cercanos a las otras vías de acceso a la capital. Cuando concluye el croquis, ha señalado y unido 36 pueblos, en grupos de tres.
Los mandos de cada una de las seis zonas son asignados sucesivamente, bajo la responsabilidad del gobernador civil de Madrid, jefe supremo de las operaciones, a los de Burgos, Guadalajara, Cuenca, Toledo, Avila y Segovia.
El especialista traza luego, con ayuda de un compás, tres circunferencias concéntricas con foco en el kilómetro cero. La más pequeña está aproximadamente delimitada por Hortaleza, Canilla Canillejas, Vallecas, Vaciamadrid, Cuatro Vientos, Hipódromo y Fuencarral. La mediana, por Fuente el Fresno y otros nueve pueblos, y la mayor, por Guadalajara, Toledo, Aranjuez y por nueve localidades equidistantes de la -Puerta del Sol. Define, de este modo, tres áreas distintas: la interior, área de salvamento, tiene el indicativo ARS; la intermedia, o área de socorro, el de ARSO, y la exterior, o área base, el de ARB: en las comunicaciones técnicas sobre la catástrofe, sólo serán utilizadas estas siglas. Las jefaturas de los puntos instalados en el área base son adjudicadas por orden a los directores de los servicios de salvamento de las provincias auxiliares, a los de los servicios de sanidad y a los técnicos de protección civil.
.Sobre una mesita portátil, un mecanógrafo instala una máquina, acomoda en el rodillo del carro cuatro folios y tres papeles carbón y copia textualmente al dictado una declaración de propósitos del mando. «Realizar reconocimientos aéreos y terrestres para evaluar, en un principio, la magnitud de la zona siniestrada. Organizar, dirigir y controlar la evacuación espontánea. Acudir rápidamente a los lugares más afectados. Solicitar auxilio urgente de las jefaturas provinciales de Burgos, Guadalajara, Cuenca, Toledo, Avila y Segovia. Rescatar aprisionados, heridos y lesionados, y dirigirlos a los puestos de socorro. Nombrar vigilancias especiales para evitar robos y saqueos. Identificar cadáveres y controlar niños y personas desorientadas. Rehabilitarlos servicios públicos».
"Si quiere ver nuestras ruinas, dese prisa"
Los últimos comunicados de los observatorios sismológicos son discretamente alentadores: no se esperan más terremotos. Es innecesario rehacer los planes. En tomo a la mesa de Estado Mayor, Mariano Nicolás, gobernador civil de Madrid, charla con el jefe superior de policía, Tomás Astilleros. El concejal delegado de Seguridad y policía municipal, José Barrionuevo, y el arquitecto jefe de bomberos, Jesús de Benito, hacen un recuento de efectivos: 5.000 funcionarios del ayuntamiento, 790 bomberos, ocho parques y un equipo de automóviles intacto. El coronel jefe de la -Primera Circunscripción de la Policía Nacional, Félix Alcalá-Galiano, dispondría de sus 6.774 hombres. Rufino Mohedas, teniente coronel jefe de la 112 Comandancia de la Guardia Civil, comprueba también la situación de utilidad de todos sus efectivos. Su colega Agustín Regojo, jefe de la III Comandancia tiene diez segundos para tranquilizar a sus familiares de Fermoselle, provincia de Zamora, que han conseguido comunicar milagrosamente con él. Después marcha hacia la calle Mayor por la vía libre que acaba de serle confirmada por su ayudante. En coordinación con su compañero Mohedas tendrá que estar al frente de la fuerza de 8.824 hombres de la Guardia Civil en Madrid.
En el puesto principal de mando se crean nueve servicios literalmente anotados por el mecanógrafo: «Orden, transmisiones, logístico, salvamento, incendios, sanidad, acción social, rehabilitación de servicios públicos y evacuación, dispersión y albergue. El 50% del personal y el material de que dispongan las provincias de apoyo se incorporará a la dotación general de Madrid y provincia, para sofocar los incendios. La Guardia Civil de Tráfico, la Policía Nacional y los 2.160 hombres de la policía gubernativa ordenarán y dirigirán el tráfico, acordonarán y vigilarán las zonas siniestradas, identificarán cadáveres y colaborarán con los servicios de acción social, sanidad y logístico».
A la vista del cuadro de disponibilidades de Madrid y de las provincias auxiliares podría garantizarse el uso de unas 20.000 camas, y ello aceptando una pérdida de más de 10.000 en el terremoto. Con un poco de suerte, habrá para todos los supervivientes. La unión de radioaficionados, incorporada al servicio de transmisiones, junto a las redes telegráfica y telefónica, difunde mensajes y órdenes.
En el puesto central, alguien dirá que hay que elevar la moral de la población transmitiendo, por todos los medios disponibles, el eslogan que asumieron los berlineses, semienterrados entre cascotes y esquirlas, cuando concluyó la segunda guerra mundial: «Si quiere ver nuestras ruinas, dese prisa». Porque siempre habrá un hombre dispuesto a creer en él.
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