_
_
_
_
_
Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El sex / entresuelo

Iba yo a comprar el pan y me lo dijo el quiosquero, que anda perplejo con la guerra antiporno del ministro Rosón, y encima se le ha subido al hígado el agua contaminada de Madrid:-Don Francisco, si es que no sé qué potrancamen atenta y cuál no, o sea que el señor Rosón no especifica. Dígale que se pase, si no es molestia, usted que le trata, o sea para aclararnos si tenemos que quitar a la Sarita o a la Eva Perón, que es otra que vuelve.

Las campañas contra la vaguedad son, naturalmente, unas campañas vagas. El ministro Rosón, siendo gobernador, prohibió los sex/shop en Madrid. O sea que cerró las tiendas de aperos sexuales. Pero el sex/shop, para conocedores, está ahora en el entresuelo, a abierta al personal, y no creo que esto se le escape a la sagacidad de un profesional de lo sagaz. De modo que se trata, una vez más, de la doble moral y de guardar las formas. Contra el sex / shop, europeo y disolvente, Espafia ha inventado el sex/entresuelo, más discreto y más nacional. Tan nacional que en la posguerra así llamada, y tan divulgada (puede dar fe el erudito Vizcaíno-Casas), iba uno a la tienda de ultramarinos a comprar alubias y, naturalmente, se habían acabado las alubias, según el ultramarinero del mandilón. Pero no tenía uno más que subir al entresuelo de al lado y se encontraba al mismo ultramarinero con el mismo mandilón, en una orgía de alubias del Barco y garbanzos gordales, despachando al personal a precios de estraperlo. Entre el sexo y el hambre se ha movido siempre toda la mística y ascética española. Quevedo, cuya violencia lírica nos atraviesa desde el siglo XVII hasta, por ejemplo, los Poemas del toro, de Rafael Morales, deja El buscón cas completamente exento de reFerencias sexuales, como han señalado todos los estudiosos. El hambre es clavo en que gira la peonza nacional desde la novela picaresca hasta el Diccionario para un macuto, de García-Serrano. Y al sexo, cuando canta y es reprimido, como ahora por Rosón, se le aplican las mismas industrias que al hambre, madre y maestra de españoles. De ahí el sex/entresuelo.

Como ayer a por alubias, todo el mundo sube hoy, en Madrid, a esos entresuelos, o primeros izquierda, o terceros derecha, a comprar el souvenir erótico, el apero sexual, el vibrador de pilas o la muñeca hinchable que, luego, nunca se hincha, porque hace falta la bomba para el balón o la bicicleta del niño. La cotidianidad acaba con la lubricidad. En las mejores familias le echan a uno ya Garganta profunda en cinexín, después de la cena, como antes nos echaban a Iñigo. He hecho la ruta de los sex/entresuelo madrileños. Hay de todo. No les denuncio, naturalmente, sino que quisiera abogar por su libertad de bajar a la calle, siquiera sea por evitar el clima de posguerra sexual, ya que siempre que subo -a veces, haciendo cola- a un sex/entresuelo, me parece que subo a por alubias. El sex/entresuelo tiene sobre el sex/shop la ventaja fiscal -otra picardía de la picaresca españolade que no tributa, puesto que no existe.

Aunque la misión del ministro sea rastrear lo underground, estoy seguro de que no escapa a su capacidad lo que ocurre en algunos entresuelos, incluso pisos altos. Suprimir todo eso sería antieuropeo e innecesario, de modo que, para no seguir jugando al doble juego de la moral doble, lo mejor, me parece, es autorizar los sex/shop (cuya apología no hago para nada, Dios me libre, ni siquiera su topografía), calcándoles el aforo fiscal que les corresponda (los hobbies se pagan, por inocentes que sean), y, en todo caso, confinándolos en un barrio determinado y discreto, como ocurre, por ejemplo, en Copenhague. Y mandar a Copenhague todas las macizas y compactas que mi quiosquero no sabe dónde colgar. Ya vendrán otras.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_