¿Dónde está el humor?
De un tiempo a esta parte («de un tiempo» no es sólo un advervio, y quizá sea desde que poseo uso de razón) he podido constatar, no sin asomo de sonrojo, el momento por que atraviesa el humorismo español. Confieso que no poseo un dilatado sentido del humor, que esto de reír es ya un extraño lujo que, por relegado casi al olvido, es un durísimo ejercicio donde se contraen por desuso los musculos faciales con inusitado esfuerzo. Pero el motivo de la presente no es el de una mera descripción médica de la risa o de la sonrisa (variante, quizá, más sofisticada, pero no por ella menos válida). ¡Con cuánta ligereza -debiera en justicia emplear adjetivos más,duros-, con qué falta de talento, nos infunden más que risa un profundo llanto! Omito el decir nombres, ¿para qué?, la enfermedad ya está demasiado extendida como para intentar aislarla. Si se enciende el televisor, observas la estúpida y vesánica gesticulación de un pobre idiota que cuenta chistes sin otro recurso que el de utilizar una repelente voz de gangoso o de beodo.¿No evoluciona nuestro humor? ¿Acaso el humor no es parte integrante de nuestra cultura, la vernácula, no la otra, la de las estrellitas ondeando en multicolor banderita? Quizá la respuesta se halle en la crisis que nos acucia, pero, a todas luces, es vergonzoso que aún nos riamos con el manido chascarrillo del paleto que llega a la capital. ¿Humor inteligente?, quizá, pero humor para ser más libres, y, en fin, no creo que la mía sea una demanda impertinente./
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