Más difícil todavía
LOS DIRECTIVOS de Televisión, tras el helado invierno, en que dieron la callada por respuesta a las revelaciones de la auditoría del Ministerio de Hacienda, y el tedioso verano, en que transformaron la pequena pantalla en un cine de barrio dedicado al reestreno de materiales ínfimos, han comenzado a tornar las medidas pertinentes para prepararnos un otoño caliente.Primero, ha sido la tentativa de zanjar su muy particular conflicto con los directivos de la Federación Española de Fútbol, en torno a la transmisión de los partidos de Liga, mediante la adopción de represalias informativas contra los aficionados a ese deporte. El temor a una tormenta de protestas, o tal vez alguna indicación procedente de las alturas, ha hecho recapacitar a los altos mandos de Televisión y les ha disuadido de llevar a cabo su insólita e incongruente vendetta.
Sin embargo, los directivos de Prado del Rey parecen empeñados en emular las hazañas circenses de esos acróbatas que anuncian al distinguido público su próximo número al grito de «¡Más difícil todavía!». Ahora han decidido dar la puntilla al programa La clave, uno de los escasos espacios transmitidos en directo que hacían reconciliarse a los espectadores con la programación televisiva, y que servían para demostrar que los males de Prado del Rey no proceden de la falta de profesionales con talento, sino de la sobreabundancía de mandos incompetentes. La cúpula de Televisión ha conminado a José Luis BaIbín, realizador de un programa que ha conquistado la popularidad gracias a la importancia de los temas sometidos a discusión y a los criterios de imparcialidad y pluralismo con que son elegidos los participantes, para que suspenda las transmisiones en directo y grabe con anterioridad los debates. No hay que ser demasiado maliciosos para suponer que los altos mandos de Prado del Rey daban por descontada la resuelta y razonable negativa de Balbín a ese ultimátum.
El argumento de que esa medida nace de la conveniencia de suprimir el pago de horas extraordinarias los sábados, día en que se transmite La clave, es una broma sangrienta en labios de quienes han organizado e instrumentado las operaciones de derroche más espectaculares en el seno de una Administración ya de por sí despilfarradora. Pero ni siquiera ese parsimonioso propósito de ahorrar el chocolate del oro puede servir de cobertura a la cacicada de quienes han terminado por creerse que el monopolio estatal es un bien patrimonial a su servicio personal o del Gobierno, y a quienes llena de zozobra y de irritación la emisión en directo y sin censura posible de las intervenciones del popular programa. Porque una fórmula que posiblemente José Luis Balbín y la mayoría de los espectadores aceptarían sería el traslado de La clave a la noche de cualquier otro día de la semana -el viernes, por ejemplo-, lo que permitiría además. el ahorro de los gastos de la grabación previa de los debates. Modificación, por lo demás, que podría ir acompañada por la emisión, a través de la primera cadena, de un programa hoy relegado, injusta y arbitrariamente, a la segunda, sin duda para que se enteren los menos espectadores posibles.
En cualquier caso, nadie puede hacerse demasiadas ilusiones al respecto. José Luis Balbín y La clave estaban bajo la punta de mira de los censores -de antiguo y de nuevo cuño- desde hace mucho tiempo. La libertad de opinión sobre temas controvertidos y de interés general, y la participación en los debates de personas qué nada tienen que esperar del sistema establecido, eran demasiado para los inquisidores de Prado del Rey, como ya hubo ocasión de comprobar con los vetos interpuestos a determinados debates.
Por esa razón resulta cada vez más urgente que las Cortes Generales designen a los miembros del nuevo Consejo de Administración y que el Gobierno enseñe sus cartas con el nombramiento del nuevo director general de Radiotelevisión. Porque lo único evidente es que sin la enérgica entrada de la escoba en Prado del Rey cualquier esperanza de modificación de esa vergüenza nacional que es Televisión Española sería vana. A los actuales y sempiternos mangoneadores del monopolio estatal sólo cabe ya decirles una cosa: que se vayan. Cuanto antes.
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