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Reportaje:La China que juzga a Mao

El privilegio de trabajar en la industria

Los Fei, una familia de cuatro miembros (los padres y dos hijos), viven en un barrio de bloques marrones de tres alturas, cuyas calles se inundan en cuanto llueve media hora, en la «ciudad textil» de Xian, capital provincial de un millón de habitantes situada a unos 2.000 kilómetros al suroeste de Pekín. Forman parte de una cierta elite: son trabajadores industriales en una empresa próspera y tienen capacidad de ahorro.Chen, la mujer, trabaja ocho horas vigilando los husos en la fábrica de algodón número 4. Nos recibe en la sala de estar-dormitorio principal (unos ocho metros cuadrados) de su casa, decorada con los diplomas de trabajadora ejemplar. «Llevo veinte años en la factoría y todos los años me han dado uno», afirma orgullosa. Su salario base mensual es de 69 yuanes (un yuan, unas cincuenta pesetas), más veintisiete yuanes de prima por incentivo.

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Este es un sueldo bastante bueno en China. El salario medio de los 8.134 obreros de su fábrica es de 59 yuanes; el más bajo, de 32. El ingeniero jefe de la fábrica tiene el sueldo más alto, 185 yuanes, mientras que el director, que se quejó ante nosotros de ganar «poco», se embolsa 118 yuanes al mes.

El marido de Chen, que también trabaia en la fábrica, gana aproximadamente lo mismo que ella, y algo menos uno de sus hijos, que trabaja en una empresa de porcelana. Otro hijo -duermen los dos en una habitación- termina este año la secundaria y tratará de entrar en la universidad, algo muy difícil en China; pero su madre piensa que lo logrará. Además de las dos habitaciones, tienen un pequeño baño y una cocina, en total unos veinticinco o treinta metros cuadrados. Se consideran afortunados por tener esta casa. El problema de la vivienda es uno de los más agudos en China.

Los Fei no ocultan que con los ahorros de este año piensan comprar un televisor. «Dos de nuestros vecinos -viven nueve familias en la casa- ya lo tienen». Poseen dos bicicletas -cada una vale unos 150 yuanes-y tienen máquina de coser y una radio de tamaño medio. Estos son los primeros aparatos domésticos que ya poseen gran parte de las familias chinas.

Pagan cinco yuanes al mes por el alquiler, el agua y la electricidad, y calculan un gasto de otros dieciséis yuanes por cada miembro de la familia: alimentación, vestido... Tienen las medicinas gratis. Chen se queja de que el pescado y la verdura faltan a veces en el mercado y que últimamente son frecuentes las subidas de precios.

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Su vivienda es de la empresa y forma parte de una miniciudad autosuficiente dentro de los muros de la factoría, donde hay desde guardería y escuelas hasta hospitales, pasando por cines, tiendas y salas de reunión. Casi todas las grandes empresas y comunas agrícolas en China funcionan así, en una organización semejante a la de los monasterios-aIdeas de la Edad Media.

Los Fei descansan un día después de cada cuatro de trabajo, pero marido y mujer sólo coinciden en el día festivo cada 56 jornadas. En China no hay un período largo de vacaciones en el verano. Ni tampoco el festivo es necesariamente el domingo; se va rotando según los sectores productivos.

La fábrica número 4 fabrica diariamente 54 toneladas de hilo de algodón y 320.000 metros de tela, y espera ganar este año 34 millones de yuanes. Los incentivos se pagan con el 11,98% de los beneficios, cantidad con la que hay que financiar el fondo de bienestar social (comedores, guarderías, escuelas de la fábrica), comprar maquinaria y dedicar parte a la reinversión.

Más hijos

Para los Ching, el pasado fue un buen año en la comuna popular Tali, en Cantón, al sur del país. Los dos miembros del matrimonio ingresaron 1.200 yuanes gracias a dos cosechas de arroz y una de trigo. Nueve personas -tres generaciones- viven en una casa minúscula de paredes de ladrillo cocido y suelo de cemento. Tienen cuatro hijos, dos más de lo «correcto». Las autoridades reconocen que la población campesina, por su cultura y tradiciones, se resiste mucho más a controlar la familia. Ahora, la consigna es un solo hijo. Al ritmo actual de crecimiento (1,17% en 1979), cada año hay diecisiete nuevos millones de chinos. El número de parados se estima en veinte millones.

La sala de estar-comedor-cocina-dormitorio de los Ching es una explosión de color kitsch. Retratos coloreados de Mao y Hua, láminas con alegorías revolucionarias y campesinas, grandes cuadros con pequeñas fotos familiares que recuerdan los viajes realizados por las tres generaciones, los hijos en el Ejército... Presidiéndolo todo, bajo el pequeño altar que honra a los dirigentes, un gran ventilador y una pequeña radio.

Los Ching tienen suerte por vivir en una comuna rica, en la que también habitan y trabajan otras 16.000 familias; en total, 70.000 personas. Doscientos veintinueve equipos de producción y diecinueve brigadas cultivan 4.000 hectáreas (el 3% de la tierra comunal son parcelas privadas), principalmente con arroz, patatas, verduras, cacahuete. Crían 93.000 cerdos al año y tienen 1.800 bueyes y 350 tractores para arar la tierra. La comuna vende el 50% de la producción al Estado a un precio intervenido, y el resto, en el mercado libre.

Dentro de la comuna hay diez talleres, que fabrican maquinaria agrícola, cemento, zapatos de plástico, fuegos artificiales, cestos. Sus ganancias sirven para financiar los servicios y las obras de infraestructura. Cuenta con 32 estaciones de drenaje y bombeo y 32 embalses. Tres clínicas resuelven las necesidades sanitarias; el 80% de las medicinas las paga la comuna, y el 20%, el comunero. Si los equipos de producción tienen beneficios, pagan los servicios. El mismo equipo fija los salarios que obtienen los trabajadores según la tarea realizada. Un 5% del producto de la comuna se paga en impuestos al Estado.

Una dirección técnica administrativa y otra política (el partido) gobiernan la comuna, cambiando cada dos años, sin que sean elegidas directamente. El plan general se elabora en el distrito, pero los distintos equipos de producción deciden lo que quieren sembrar. Mientras visitábamos los campos oímos unos disparos. «Son los jóvenes; hacen aquí su servicio militar».

Fijados en el campo

Los dirigentes de la comuna explican que los campesinos aún teinen la vuelta de la línea política ultraizquierdista, que durante la revolución cultural saboteó las parcelas privadas, que ahora son, por el contrario, «un elemento muy importante en la economía colectiva socialista».

La familia Ching nos explica que uno de los principatles problemas es el exceso de manc, de obra para la reducida superficie de tierra existente. Aunque viven en una comuna muy rica en relación con la media del campo chino, los Ching reconocen que las posibilidades de que sus hijos salgan del campo para ir a la ciudad a trabajar en la industria o ingresar en la universidad son casi nulas. «Un comunero es siempre un comunero».

Ahora que tienen menos reuniones políticas que hace años, una cada diez días, «llegan los periódicos y seguimos los debates ideológicos», los campesinos disponen para su ocio de seis máquinas ambulantes de cine y un televisor en cada equipo de producción.

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