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Checoslovaquia, un bastión de estabilidad en el bloque del Este

Doce años después de la intervención militar soviética que concluye el 21 de agosto de 1968, con la «primavera de Praga», Checoslovaquia da la impresión de ser un bastión de estabilidad y ortodoxia en el bloque de países del Este.

La Prensa refleja fiel e invariablemente el punto de vista de Moscú. Praga es siempre uno de los primeros países que «aprueba y apoya» la política del Kremlin. Esto ocurrió incluso en el caso de la intervención en Afganistán, que al principio había sido acogida con reticencias en las capitales del bloque socialista. Algunas informaciones aseguraron, en un principio, que soldados checos habían sido enviados a Kabul, aunque Praga las ha desmentido rotundamente.En el plano internacional, Checoslovaquia parece salir de un período de aislamiento involuntario, que se inició en agosto de 1968 con la llegada al poder de Gustav Husak, y su nuevo régimen. Tras unos tímidos intentos iniciales, los dirigentes de Praga multiplican sus contactos con el extranjero, particularmente en el aspecto económico y cultural. En lo referente a política interior, las autoridades se han mostrado ponderadas al imponer la «normalización».

Desde 1968, Checoslovaquia no ha sufrido un proceso de estalinización, y el principal organizador de la «primavera de Praga», Alexander Dubcek, continúa viviendo tranquilamente cerca de Bratislava, donde tiene un empleo modesto en la administración de aguas y bosques.

En cualquier caso, aunque no haya sido sangrante, hay una represión permanente y omnipresente, dirigida, sobre todo, contra los firmantes de la «carta de los 77». Pero en este terreno las autoridades intentan sistemáticamente actuar dentro de la legalidad.

Con la misma discrección, el régimen se va deshaciendo poco a poco de los disidentes más destacados, autorizándoles a salir a trabajar al extranjero para privarles después de su nacionalidad, aunque no lo deseen. Entre las personalidades más destacadas que han sufrido un proceso de este tipo se encuentra Milan Kundera, escritor, y el dramaturgo Pavel Kohut. El caso más reciente es el del filósofo contestatario Julius Tomín, que está a punto de abandonar Praga para dedicarse a la enseñanza en Gran Bretaña.

El Gobierno checo se ha preocupado, sin embargo, de legalizar las vías de relación entre los exiliados y Checoslovaquia, para permitirle pasar las vacaciones con tranquilidad en su antigua patria, concediendo pasaportes checoslovacos de residente en el extranjero.

A pesar de estas medidas, cada vez es mayor el número de refugiados clandestinos: de las 748 personas que pidieron asilo en Austria en enero de 1980 (el año anterior sólo habían sido 169), 292 eran de origen checo.

Las razones que impulsan a estas personas a elegir el exilio, a menudo en unas condiciones difíciles, que pueden llegar a poner en peligro sus vidas, son muchas veces de tipo-económico.

Aunque Checoslovaquia se ha visto menos afectada, y está menos endeudada que sus vecinos del Este, no ha escapado a la crisis económica mundial, y a pesar de que los salarios han aumentado en más de un 33% durante los diez últimos años, tal como indica el semanario político del partido comunista checo, Tribuna, ya no siguen el mismo ritmo de aumento que al principio de la década de los setenta.

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