Libertad de expresión y objeción de conciencia

Hace ya un mes se recogía en este diario, en la habitual sección «Revista de la Prensa» (exactamente el 24-6-1980), un artículo publicado en La Hoja del Lunes, firmado por Enric Sopena, referente al nuevo estatuto de la Redacción de EL PAÍS, al que se consideraba como «un paso de gigante para un país sometido aún a la afrenta de la carga infatigable contra la libertad de expresión. A esta conclusión llegaba el redactor del artículo -opinión similar a la de un amplio sector de los medios informativos- tras un interesante análisis, del que entresaco algunos párrafos:« ... la libertad de expresión, genéricamente, puede sufrir asaltos desde dos frentes. Uno, desde los poderes políticos. Dos, desde la estructura de los propios medios informativos... El primer supuesto empalma directamente con el franquismo: con la censura, consignas, expedientes... El segundo es mucho más sutil, más imperceptible, no menos pernicioso y, en principio, menos concitador de respuestas colectivas..., es consustancial al sistema económico: los detentadores de los medios de producción pueden hacer y deshacer de acuerdo con sus ideologías o con sus intereses ... ».

Pues bien, a la vista de los acontecimientos no queda sino poneir en cuestión, una vez más, todo un sistema que posibilita hechos como los que en torno a la persona de Jorge Rafael Benayas se han desarrollado últimamente. Difícil es creer en todo paso de gigante que no sea el que continúa haciendo estragos en un país donde la libertad de expresión no pasa de ser un tema de debate.

«Jorge Rafael Benayas, el objetor de conciencia, de ideología libertaria ... » (EL PAÍS 1-8-1980).

«Objetor de conciencia acusado de ... » De estas formas y otras similares se ha presentado en la prensa al presunto implicado en un desfalco de treinta millones de pesetas. Puntualizo:

1º No es requisito imprescindible para ser obietor de conciencia ni para ser afin a una ideología libertaria estafar treinta millones en una de las sucursales de las cajas de ahorro. Tal es como parece haberlo entendido la Prensa a raíz de sus comunicados.

2º Me parece lamentable que la objeción de conciencia vea tan reducida su difusión por los medios informativos, salvo cuando se trata de asuntos tan oscuros como éste, y a los que, por supuesto, la objeción es ajena.

Sin pretender buscar mártires, pues mártires lo somos todos, denuncio los sucesos acaecidos en torno a J. R. Benayas (muerto el 24-6-1980, como se sabe), tanto si es culpable como si no, como un claro ejemplo de esa sutil, pero perniciosa, afrenta contra las libertades más elementales y cuyas causas trascienden más allá del mero campo periodístico. /