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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Sueños de verano

LA EPIDEMIA de rumores en torno a supuestas o reales maniobras para derribar a Adolfo Suárez de la presidencia del Gobierno e impedirle un acuerdo parlamentario con la Minoría Catalana en el próximo septiembre no ha nacido tanto de la fantasía, enfebrecida por los calores de agosto, de los periodistas, como de la decisión de algunos medios de susurrar a la Prensa, como si fueran hechos ciertos, los sueños de sus noches de verano. Parte de nuestros políticos viven con tal intensidad su profesión y se hallan tan compulsivamente atenazados por el hábito de los desayunos. aperitivos, almuerzos, meriendas y cenas conspirativos, que son psicológicamente incapaces de utilizar la tregua estival para descansar.La oficina de Prensa del PSOE ha salido al paso de esa inflación de rumores, en los que los socialistas ocupan el inevitable lugar central que les reserva la moción de censura de mayo y su posición estratégica en el Congreso, mediante una nota que descalifica como grotescas las informaciones según las cuales los socialistas estarían negociando una nueva mayoría parlamentaria con sectores de Coalición Democrática y Unión de Centro Democrático, para respaldar un nuevo Gobierno presidido por un «independiente» o por un centrista, pero en ningún caso por Adolfo Suárez. En verdad, el silencio oficial de los socialistas durante las últimas semanas, en vivo contraste con su belicosidad ruidosa de meses anteriores, podía ser interpretado como una confirmación de tales intoxicaciones. E incluso la excepción locuaz de Joan Reventós, secretario general del PSC-PSOE, no había hecho sino atizar la hoguera con unas declaraciones en las que consideraba preferible una solución escorada a la derecha a la permanencia en la Moncloa de Adolfo Suárez. En cualquier caso, mientras el PSOE no acompañe sus mentís con una clara exposición de su propia alternativa al pacto UCD-Minoría Catalana, y de su estrategia para el otoño, el campo de los bulos seguirá abonado para cualquier tipo de siembra.

Por lo demás, hay suficientes indicios para creer que la vigorosa ofensiva del PSOE contra Adolfo Suárez, cuya desaparición al frente del Gobierno es presentada por los socialistas como la única condición no negociable y previa para un eventual entendimiento con los centristas, ha sido el fulminante de las fintas y amagos de los que piensan que la ocasión la pintan calva para ocupar por sorpresa el palacio de la Moncloa. En este sentido, algunos sectores del centrismo acérrimos adversarios del pacto con la Minoría Catalana parecen dispuestos a representar el papel de Judith y, ofrecer en bandeja la cabeza del Bautista a la oposición a fin de alcanzar un acuerdo de legislatura -o de gobierno- con los socialistas que facilitara el desarrollo consensuado de las leyes orgánicas de la Constitución, la construcción del Estado de las autonomías y la puesta en práctica de un plan de urgencia contra el paro.

Ya hemos señalado, en otra ocasión, que este cerco a Suárez, formalmente semejante a las cíclicas ofensivas de los comunistas europeos contra las direcciones de los partidos socialistas desde 1917, probablemente chocará con la tendencia de toda organización a cerrar filas frente a las amenazas externas y con los poderosos instrumentos para la disuasión y el convencimiento que siempre tienen a su alcance quienes controlan el poder en el seno de los partidos. El contraste entre el bullicio y la agresividad verbal que exhiben algunos barones centristas mientras permanecen en el tendido, y la disciplina que observan al descender al hemiciclo del Congreso, confirmaría las dificultades de la operación de romper UCD. Sobre todo si se recuerda que, en los comicios de 1983, los centristas, huérfanos de Adolfo Suárez, tendrían que emplear mucho dinero y considerables esfuerzos para investir de carisma a su sucesor frente a un rival cuya popularidad ha sido sometida a prueba con éxito en dos elecciones generales y va en progresivo aumento. Hasta el presente, las imágenes de Adolfo Suárez y Felipe González se han repartido casi las dos terceras partes del mercado electoral, y es dudoso que el lanzamiento de una nueva figura como líder sonriente de los centristas -al igual que sucede con las ventas de las nuevas marcas de refrescos o detergentes- tuviera a corto plazo igual fortuna que la anterior.

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Ahora bien, todo este forcejeo entra, guste o no guste, en los usos de la vida parlamentaria, aunque sea por la estrecha puerta lateral del acceso del PSOE al Gobierno mediante la defenestración de Suárez por los propios centristas en el Congreso o en los órganos rectores de UCD, o en la Cámara baja, y no a través de las elecciones generales. Sin embargo, la transformación de esa batalla política en una conspiración palaciega sería harina de otro costal y un bocado difícilmente digerible por un régimen democrático. El éxito de una eventual maniobra extra parlamentaria para derribar del poder a Suárez, olvidando que es el presidente constitucional de este país gracias a los votos depositados libremente por los ciudadanos en las urnas, significaría, simplemente, el comienzo del fin de la experiencia parlamentaria en nuestro país. Detrás de la clase política -Coalición Democrática, UCD, Convergencia, PNV, PSOE o PCE- está la soberanía popular; y los electores tienen pleno derecho a que sus representantes en el Congreso actúen dentro del marco de las preferencias expresadas por ellos en las urnas.

En la España posfranquista se habla mucho y muy alto de fortalecer el tejido social y ciudadano mediante el desarrollo de una mentalidad democrática y la creación de hábitos pluralistas. Sería lamentable que las desmedidas ambiciones y la concupiscencia del poder de los profesionales de la política, al deformar patológicamente el sistema parlamentario a través de maniobras, conspiraciones y combinaciones que apenas guardan relación con los mandatos electorales, y que se realizan a extramuros de las Cortes Generales, convirtieran ese tejido, al que presuntamente desean vigorizar, en algo parecido al recubrimiento de las momias, que se deshace entre las manos nada más tocarlo o se reduce a polvo al ser expuesto al aire fresco de la calle.

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