Vuelve el toro lelo
Los señores taurinos están recuperando el toro de los años sesenta. No deja de ser un detalle. Los señores taurinos saben que la fiesta si no es dinámica no es nada, que necesita recuperar sus más puros valores y hacen la promoción como saben; es decir, al revés. La fiesta va a paso de cangrejo.De esta forma, vuelve a los ruedos el toro de los años sesenta. Aquel toro medio burro, medio lelo, con el que se hicieron millonarios varios que no valían un duro y muchos que valían dos, pero que hubieran tenido que demostrarlo, ya está aquí de nuevo.
Con todos sus complementos está. Es decir, justito de fuerza, o con ninguna fuerza; justito de pitones, o con ningún pitón. Ayer, el primero de la tarde venía del bingo, donde le desplumaron y tuvo que dejar en prenda los pitones. ¿O dónde los dejó? El hecho cierto es que no los llevaba. Su cabeza ridícula era una cosita mocha, amuñonada y desnaturalizada.
Plaza de Valencia
Octava corrida de feria. Toros de Dolores Aguirre, mochos y mansos. Dámaso González: Silencio y oreja. Manzanares: Dos orejas y bronca. Niño de la Capea: Palmas y oreja.
Lo que no acertamos a imaginar es cómo pudo un toro ir al bingo antes de salir a la plaza. Está bien que se respeten los derechos del toro, pero hasta cierto límite. Es como si el boxeador se va de farra antes de saltar al ring. No. El toro debe esperar relajado en el chiquero a que suene el clarín y saltar a la arena fresco, mozo y con sus atributos.
No nos referimos ahora a los atributos de su virilidad. El toro debe tenerlos, claro, pero también pitones, fuerza y casta, sin los cuales no vale para la lidia. Es decir, todo lo contrario que los productos de doña Dolores. Por ejemplo, el toro no debe parecer una mula. El del bingo y el quinto tenían más de mula que de toro. Cómo sería el del bingo que Dámaso, experto fabricante de pases, no le pudo sacar ni uno. C6mo sería el quinto, que aperreó a Manzanares.
No es hora de pedirle a Manzanares un arrojo legionario, pero que emplee la técnica para dominar a un manso sí le podríamos pedir. En vano, por supuesto. Su apuntador, Corbelle, seguramente no pierde el tiempo en explicarle tamañas vulgaridades.
Mejor le explica cómo y por dónde debe torear a un toro noble. El segundo de la tarde lo era. El segundo tenía algo sobre la despuntada cabeza. San Toro es el nombre que le cuadra a aquel manso, que seguía la muleta con apetito sexual. Suceden estas singularidades con los mansos. A veces sale alguno que lleva un cheque en blanco en la boca y se lo regala al torero en cada embestida. Corbelle se situó tras la barrera, asomando medio cuerpo, enfrentito mismo de Manzanares, y le dictaba la lección. Este trasteaba al santo, medio tumbado, y así sumaba derechazos y naturales del montón, hasta que le vió hacerse el sordo, guiarse por sus propios impulsos y entonces, ¡oh, maravilla!, ligó tres series de redondos soberanos; tres series que fueron un dibujo; tres series donde el gusto, la naturalidad, el arte, mandaban sobre el santo, el peón parlanchín, la plaza y la fiesta misma. Y luego, en armoniosa ligazón, los pases de pecho hondos, que instrumentó hasta colmarse. Así debe ser, así es el toreo. Lo bordó Manzanares en estos momentos de inspiración.
El tercero no se tenía en pie. El cuarto, borrico acreditado, no quería tomar la muleta con que le resobaba Dámaso y al final hubo de soportar las proximidades del diestro, que se le coló entre las astas y le hizo retroceder de puro miedo.
Babelia
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