Para la sierra, el turismo fue un segundo "plan Marshall", pero acabó con su forma de vida
Bienvenido Mr. Marshall decía el titulo de una pelicula rodada en un pueblo de la sierra madrileña. En Guadalix, al norte. Eran los años cincuenta. Y después, en los sesenta, a finales, el título se repitió en toda la serranía. Sólo que transformado. Y sin ficción. En un sonriente Bienvenido mister madrileño. Porque desde aquellos años, medio millón de madrileños, repartidos en exportaciones progresivas, llegaron a la sierra. A veranear cada año. Y los serranos no pidieron ni arado nuevo ni otra vaca como pedían los de la película a los americanos del progreso. Sino que dejaron las dehesas y las vacas, el heno amarilleando en las eras y empezaron a construirles casas, bares, tiendas con nombres importados Todo para los nuevos mister Marshall de la capital. Porque traían el dinero. Y el progreso.Quince años de boom turístico
Y a los quince o dieciséis años del boom, ahora, cuando ya proliferan los carteles de «se vende» colgados de desarboladas verjas de construcción rápida y moderna,, con un turismo cada vez más popular, de piso más que de chalé, porque «los ministros», según un vecino de Guadarrama, «sólo están en El Escorial», con un paro aumentado en la construcción y casi interrumpida de «no se construye porque no se vende, aunque las urbanizaciones no están a tope y hay parcelas por edificar».
Con un futuro de emigración para la juventud, que trabajó en el boom, o estudiantes gracias a él, «porque o se ponen a picar», dice otro vecino de Cercedilla, «o no hay trabajo ninguno». A los quince o dieciséis años de transformar el paisaje en algo prolongado y repetido de casas, los pueblos deslumbrados de turismo y sus beneficios, con un mister capital cada vez más deteriorado, aunque quizá nunca fue tanto, empiezan a recapacitar y a querer mantener el nivel de vida conquistado. Y no sólo con la construcción, el alquiler, la tienda, o el bar. «Queremos industrias, algo que dé puestos de trabajo seguros», continúa el vecino de Cercedilla, «y salidas con futuro para la juventud». Algo más estable que el verano.
Pero, a mediados de los sesenta, la importación de madrileños se ,reveló a los ayuntamientos serranos como la salvadora fuente de riqueza. Especialmente por comparación con el crecimiento de San Lorenzo de El Escorial, Cercedilla, Los Molinos, Guadarrama, los primeros núcleos de veraneantes. Y el destino de la madera, la ganadería, el trabajo en las canteras que adoquinaron el suelo de Madrid se cambió por la construcción y los veraneantes, regalando terrenos desde el ayuntamiento con la condición de edificación rápida. En Bustarviejo y Colmenarejo.
O en Buitrago, donde el cura montó una empresa constructora para crear la primera escuela profesional del pueblo. Y lo mejor, hacer chalés, y a precios módicos: 100.000 Pesetas, con una entrada de 25.000 y el resto a mil mensuales. Y no se construyó. Pero el cambio se había iniciado también en la llarnada «sierra pobre» (Rascafría, Lozoya, etcétera). Pobre de incomunicación, pobre de promoción. Nisiquiera el ferrocarril Madrid-Burgos, que tardó casi cuarenta años en construirse, le dio el espaldarazo definitivo. «El difícil acceso con respecto a Guadarrama la situó en inferioridad de condiciones», dicen en los pueblos. Pero hay quien vaticina que el futuro de expansión de la sierra puede caminar por esta dirección.
El ferrocarril Madrid-Segovia, a principios de siglo, y en 1964, con construcción de la carretera de La Coruña, hizo que las empresas constructoras se esmerasen en buscar pueblos bien comunicados desde la capital, especialmente aquellos al ras de las montañas y en el valle.
Las primeras prácticas caciquiles
Facilidades también en otros pueblos, para la zona de los pantanos. Para San Martín de Valdeiglesias, con otro espléndido alcalde -José González Borrego- que también regalaba parcelas hipotecadas a las prisas. Prisas de propietario del 51 % de las acciones de Costa de Madrid, la promotora de la comercialización de los terrenos más cercanos al pantano, que vendió 474 hectáreas baratas, a seis millones, a una inmobiliaria que posteriormente exigió, presentando documentos de acuerdo soterrado, otras 1.500 hectáreas más para los sabrosos veintisiete kilómetros de costa y cinco playas del pantano de San Juan. Facilidades para la «costa de Madrid», aunque todo terminó en la destitución del alcalde por el gobernador civil.
Prisas de escándalos caciquiles o de apropiación indebida de terrenos, como Dámaso Román, alcalde durante diecisiete años de Colmenarejo que se adjudicó más de 40.000 hectáreas, además de las 10.000 cedidas por el ayuntamiento, para arrendar y como terreno de caza a su provecho. O casos de expropiación pagadas tarde y mal, como a los vecinos de Atazar, el Berrueco o Cervera: «Nos expropiaron tierras que dejamos de sembrar para construir la presa de Atazar», hace once años y quizá todavía los estén pagando. O abusos como en Navafría, en el valle de Lozoya, de venta por el ayuntamiento de sesenta hectáreas de pastos comunales a urbanizar, a pesar de la negativa de los vecinos. Abusos de casi imposición del futuro por vía residencial para mister madrileño, que traería el dinero y el progreso. O quizá sólo para alguno!.
Pero el proceso seguía y carteles de finca en la sierra, « La naturaleza urbanizada», «Su hogar en plena naturaleza» o «Naturaleza para chalés de lujo», empezaron a aparecer por la llanura de salida de
Madrid, brillantes y luminosos entre las parcelas de tierra ennegrecida a punto para la edificación. Superando ese inicial deseo de capital, de paz, campo, naturaleza, casita con jardín, altura y aire, de verano cerca de Madrid, más barato que en la playa y prolongado a tres meses en fines de semana de visita paterna. Anuncios apetitosos y oscurecidos después, en mañanas madrugadas a las seis, de lunes de trabajo, o entre claxons, averías y filas interminables de salidas y en tradas de domingo de invierno, de descanso y relájese en la sierra.
Y la naturaleza se fue urbanizando. Las encinas dejaron paso al césped, la casa del pueblo se hizo de otro gris y sin pizarra, de status y nuevo arraigo. Y piscina. Y con las colonias empezó la colonización, con una población que supera triplicando, que llegaba en busca de veraneo de clase y escogido, y al principio excursiones al pinar, pero poco a poco las Bultaco, la Matador, la Montesa, en medio de un espacio sorprendido y ambiguo de normas subsidiarias y urbanismo. Y después el coche, con su espacio pintado en rayas blancas inexpertas. Su hogar en la naturaleza. Ruidos y comodidades ciudadanas buscando olor a jara. A los pubs, disco-pubs, discotecas, sitios de nombres importados en la sierra que generalmente explotan los de la capital para la capital, y con poca presencia de los otros.
De ganaderos. a albañiles con sueldo base
Y se dejaron los pastos porque el suelo tenía ya otro precio. Y el ganadero se hizo albañil a sueldo base, «aunque se pagaba más porque había que echar horas por las prisas y también las constructoras traían peones de Madrid y nos quitaban el trabajo que podía haber durado más tiempo», dice un vecino de Robledo. Y pronto, avanzados los setenta, el trabajo empezó a escasear, ya no se hacían treinta o
Para la sierra, el turismo fue un segundo "plan Marshall", pero acabó con su forma de vida.
cuarenta hoteles; se hacían ajustados, dependiendo de la compra, cada vez más escasa. Porque el boom se ha estabilizado, incluso remite. «Ahora prefieren irse a la playa, o sólo pasan un mes aquí», dice una empleada del Ayuntamiento de San Lorenzo de El Escorial. «Unos años antes venía más gente, había más ambiente». Sorprendida también de las colas semanales en la plaza consistorial, para cobrar el paro. Filas en El Escorial o Villalba de casi un 20% en su zona de provincia.Y la otra ocupación por excelencia, la hostelería, tampoco maneja grandes cifras. «En junio flojo», dice un camarero, «sólo hasta septiembre no se nota diferencia con los fines de semana, pero desde hace un par de años se ha estropeado mucho, y la gente da pocas propinas. Las casas importantes mantienen sólo cuatro o cinco fijos en verano y coge unos cuantos para temporada». Condiciones de poca solvencia, aunque mantiene que en verano trabaja todo el mundo en El Escorial.
Uno de los miembros del familiar casa Longinos, en Cercedilla, camarero de catorce y dieciséis horas diarias, dice que «trabajo tanto para conocer los ambientes caros de la vida. Cuando libro me voy a Madrid con alguna chavala al Florida, a, salas de fiestas. Es una forma de haberte criado de pobre, pero ves que la vida cara es bonita, y te gusta».
Jubilados que trabajan por 3.000 pesetas mensuales
«No porque no nos queramos juntar, porque tienen otro tipo de vida», dice un veraneante de diecisiete años en Cercedilla. «Menos coches y seiscientas pesetas en el bolsillo, o quizá otra cosa», dice un cercedillense. «Que nos falta clase, mira por dónde. Y de las urbanizaciones nos echan como no vayas con alguien conocido». Y por si acaso, «prohibido el paso a toda persona ajena a esta propiedad» por la sierra, por su sierra que pueblan todo el año. Y guardas vigilando a cargo de la empresa, o del señorito. Jubilados en Robledo que cuidan, riegan y podan para cuando venga el señorito. Y 3.000 pesetas mensuales.
«Y por la mañana», sigue el veraneante de Cercedilla, «la piscina en el chalé, o donde algún amigo. O tenis, o fútbol. Luego comes, bajas a otra casa a tomar café o jugar a las cartas. Y a las ocho y media bajas al pueblo, paseas por la plaza. Y después, al pub. Al Week End. La música y el gin tonic de Gordons o whisky, de casi como en Madrid, pero un poco más barato. Cenas y vuelves al pub hacia las once u once y media, o nos bajamos a otros pueblos y pubs de cerca o a Keeper, en El Escorial, y si las ganas de seguir continúan vamos a Los Molinos, a La Barra, que cierran más tarde». Veraneo de chalé, extendido después por constructoras de veraneo para todas las posibilidades. De sin piscina y menos lujo, pero con manguera o probabilidad de relación con propietario de piscina. En Zarzalejo, Robledo, Becerril... O más bloques de apartamentos en Villalba y Guadarrama, y la sierra para todos. Porque el chalé se había estancado, y sólo era bajar la altura en metros de El Escorial, Cercedilla, El Soto o Los Molinos y subirlo en pisos. Para un veraneo proletario. «Que van a ser obreros, mujer, aquí no viene ninguno que tenga dinero, gente obrera que ahorra para quedarse aquí un mes», dice Isidra, de Guadarrama.
Madrid liquidó el estilo de vida de la sierra
Pero los afanes veraniegos y uso de segunda vivienda, en muchos casos, especialmente en Villalba, se convirtieron en única vivienda, con el eslogan «Cerca de Madrid» y en el pueblo. Haciendo fijos a trabajadores de la capital, aunque emigrantes de mañanas, atraídos por el más barato, y a treinta minutos por autopista y ferrocarril. Aunque el pisito después costaba sus millones, tres o cuatro.
Y tanto la nueva población fija como la de estación y fin de semana no sólo importó su forma de vida ciudadana, de hábitat, diversiones, cambiando los destinos y la propia de los pueblos de la sierra de Madrid, sino que generaron la necesidad de crear más infraestructura de la que tenían los pueblos. «Y los anteriores ayuntamientos daban las licencias a la ligera, en un tome usted y construya», según el alcalde de Alpedrete, «sin planificación ninguna». Y esa falta de acondicionamientos continúa en la mayoría de los casos. Continúa la escasez de aguas, mientras manantiales y pozos se agotan; también los problemas de saneamiento, sanidad, con un solo ambulatorio comarcal en El Escorial, o resolviendo la emergencia en un coche y a Madrid. Agudizándose cada vez más los problemas de tráfico, o de seguridad ciudadana, incendios forestales o en casas, cubierto con un servicio de 316 personas para toda la provincia, o los típicos de robos a coches, chalés o cabinas telefónicas, etcétera.
Y si el boom turístico elevó el nivel de vida de los pueblos, o por lo menos pudieron mandar a sus hijos a estudiar, se compraron la casa, la televisión y el coche, también importó andaluces y extremeños atraídos por la construcción. Y nadie les regaló una parcela ni les dio facilidades para edificar, ni montaron tienda ni el bar. Fueron de peones a urbanizaciones y a la construcción de la carretera de La Coruña. Afincándose después en los pueblos, especialmente Villalba, en condiciones de gueto y como un nuevo sector marginado que el progreso de la sierra, de bienvenido mister madrileño, también creó.
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