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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La enfermedad militar en Latinoamérica

Dos PAISES latinoamericanos atraen especialmente la atención en estos momentos, dentro de la inestabilidad general y la preocupación creciente en todo el ámbito continental: Bolivia y El Salvador. Son dos países en los que se intenta establecer alguna forma de democracia que los arranque de la irregularidad nociva de las viejas dictaduras militares que, en los dos casos, resisten o tratan de configurar la nueva organización en favor de la perpe tuación de su poder. En Bolivia habrá elecciones presidenciales el domingo, si nosurge todavía algún impedimento. Algunos militares de poder, o de prestigio ganado exclusivamente en la guerra contra su propia nación, anuncian que en cualquier caso no reconocerán al vencedor, sea éste Siles Zuazo o Víctor Paz; consideran al Ejército como «institución tutelar de la patria» y acusan a los moderados candidatos civiles -que se están jugando realmente la vida en este caso- de «castrismo deletéreo», de «marxismo-leninismo pequinés» o de «enquistamiento moscovita»: siempre la insidia de aludir a lo extranjero y la utilización del anticomunismo para extenderlo a la democracia. Vieja retórica que, como se sabe, muchas veces lleva al paredón a los demócratas y establece años de dolor y de castigo.En El Salvador, el intento democrático fue dominado a su vez por unos militares reformistas -oportunistas, en cuanto creyeron que podían responder a las peticiones de Washington-, a los que, desgraciadamente para ella, se sumó la democracia cristiana: para su desgracía, porque está maltrecha, dividida y quemada por la complicidad cori un régimen antipopular, que representa el coronel Majano. La extrema derecha campa por sus respetos, asesina en el campó (todo, en Latinoamérica, se está continuamente refiriendo a problemas de propiedad agraria como tema inmediato, aunque en el fondo haya estaiío, o petróleo, o implantación de industrias). Así como los militares bolivianos defienden todavía la dictadura de Hugo Bánzer y amenazan a la comisión que investiga sobre sus hechos -también el socialista Manuel Quiroga se está jugando la vida por haber creado esta comisión-, en El Salvador el coronel Majano se hace defensor de la democracia, ataca la dictadura anterior y advierte que,de continuar la destrucción del país, de la que culpa a la izquierda -la Coordinadora Revolucionaria de Masas, que coordina partidos muy diferentes-, Volverá una nueva dictadura: «La fuerza armada está en capacidad militar de controlar la beligerancia, el desorden, las conspiraciones y la anarquía».

La enfermedad militar en Latinoamérica no remite fácilmente. Son siglos de dominación, de monopolio de una riqueza, de identificación del ejército con una oligarquía, en lugar de con la totalidad de la nación, que se resisten a acabar con dignidad y a perder privilegios que suponen, en el otro platillo de la balanza, la muerte prematura, el hambre, la mortalidad infantil desarrollada, el trabajo forzado y la renuncia a la condición humana. Sólo en contadas ocasiones, y en contados países, se ha conseguido en el subcontinente mejorar este desequilibrio de blanco y negro, de bien y mal. El temor a las revoluciones -y en este caso es cierto que el salto dé Cuba de Batista a Castro ha servido como ejemplo de lo que no se quiere que pase- ha movido a la tutela de Estados Unidos y a su influencia decisiva (en Bolivia es ahora la extrema derecha la que amenaza al embajador de Estados Unidos) y a la parte más consciente de la oligarquía a tratar de conseguir regímenes que den, por lo menos, vías de salida a las clases oprimidas o sensación de libertad y de ciertas posibilidades. Ni siquiera eso se tolera. La enfermedád oligárquico-militar es muy grave, muy metida en el organismo, y prefiere «la destrucción, el fuego» -como en el verso de Cernuda-, antes que ceder no ya sus riquezas: el orgullo del poder absoluto.

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