Un murciano, rey de una tribu de indios amazónicos
Angel Valero, 53 años, natural de Lorquí (Murcia) y comerciante de especias, cuenta entre sus más destacadas vivencias la de haber sido rey de una tribu de indios en la región del Amazonas. Todo empezó cuando Angel, de joven, oyó hablar en los campamentos del Frente de Juventudes de América y del Imperio. No lo pensó demasiado. En 1951, cuando tenía veinte años, se marchó al nuevo continente. Años después, perdido en la selva en busca de oro, «formaría Gobierno», como él dice, junto con su hermano y su primo, en la tribu de los kaznutos, de donde hubo de salir finalmente, al ser derrotado por las tribus vecinas, que se oponían a la cristanización emprendida por el rey blanco y a la prohibición de los sacrificios humanos.
La historia que cuenta Angel Valero seria increíble sin la gran cantidad de testimonios que posee de su estancia con los indios. Cuando se marchó a América se estableció en Argentina. Aunque en ningún momento permite que se dude de su auténtica vocación, lo cierto es que explica en parte su ingreso en el seminario de Nuestra Señora de Luján, donde estuvo dos años, por no tener en aquellos tiempos trabajo ni medios para subsistir al llegara Argentina.Del seminario lo saca la necesidad de escribir una carta para reclamar a un amigo español perseguido por motivos políticos. Se ve obligado a reclamarlo desde otra región menos poblada que la provincia de Buenos Aires. Es entonces cuando monta una industria de especias, que era el tipo de negocio que regentaba su familia en Lorquí. Posteriormente vende la industria y compra un hotel en la provincia minera de la Quiaca, en 1958.
En esa época están con él, en Argentina, su hermano Teodoro y su primo Antonio. Los tres empiezan a pensar en encontrar oro, y tras dos intentos fallidos, en 1961, se interna en la selva.
No regresarían a la civilización hasta 1966, casi cinco años después.
Entre otras peripecias, pierden los caballos y encuentran a un indio que habla español y varios dialectos y se une a ellos. Son atacados numerosas veces por los indígenas, pero se defienden con éxito con las armas de fuego que llevan. Es, después de muchos meses de vida en la selva, cuando los protagonistas dé esta historia encuentran la tribu de los kaznutos, indios de baja estatura que viven desnudos y desconocen la rueda y los metales.
Son acogidos amistosamente, y Angel Valero, que se encontraba herido en una pierna por una flecha, recibe todo tipo de cuidados. El anciano rey Mhito los considera hijos de la Luna y, en un deteriorado español, idioma que, al parecer, conservaban como algo mágico, él y el hechicero de la tribu les habla de otro hijo de la Luna que vivió en su tribu en una remota época que Angel Valero sitúa unos 380 años atrás, en tiempos de Orellana.
El rey Mhito le nombra sucesor y muere pocos meses después, por lo que comienza a reinar y es conocido cómo el «rey blanco de la Luna». Durante su reinado, Angel Valero tuvo veintidós esposas, que le dieron sesenta hijos, y disfrutó del privilegio real de recibir, antes de la salida del sol, la leche de las mujeres que estaban en período de amamantar a sus hijos como singular desayuno.
El antiguo rey cuenta con todo género de detalles la forma de vida de los kaznutos, que se alimentaban de los frutos existentes en la zona y de las carnes de los cocodrilos, caimanes y serpientes, que conservaban ahumadas. También comían a veces carne humana y ofrecían sacrificios humanos a los cocodrilos, ritos que el rey blanco prohibió y que le habrían de valer la enemistad de las tribus que consiguieron derrotarle.
Los indios mascaban coca y elaboraban diversos licores a partir de algarrobas, ananás y otros frutos. La fermentación la conseguían vomitando en el zumo de los frutos, que luego sufría un proceso de destilado.
Angel Valero aportó sus conocimientos construyendo un molino, y el grano molido fue un pilar importante de la economía, basada en el intercambio de objetos con otras tribus. Dictó una rudimentaria Constitución, que califica de socialista, y nombró a su primo ministro de Agricultura, mientras que su hermano fue «hombre de guerra».
Una de las costumbres más interesantes de las que conoció Valero fue la de reducir cabezas. Tras extraer la masa encefálica, los indios sometían a las cabezas a una deshidratación, utilizando piedras calientes. Las cabezas reducidas las llevaban colgadas los guerreros como testimonio de sus hazañas.
Tras su derrota, el antiguo rey blanco, acompañado por el indio políglota, su primo y su hermano, tardó seis meses en llegar a tierras civilizadas, donde se reunió con su esposa y su hijo, que en la actualidad cuenta veinte años.
El protagonista de esta historia, que sólo hace unos ocho meses que volvió de América, dedica la mayor parte de su tiempo a escribir un extenso libro contando sus aventuras, propias de una novela de Stevenson, y todavía no ha decidido si se quedará en su pequeño pueblo natal o volverá a Argentina.
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