_
_
_
_
Reportaje:

La madre Teresa de Calcuta, con los niños de un barrio obrero de Madrid

«Rezad mucho por mí y por las hermanas de la misión, yo rezaré por vosotros». Estas fueron las primeras palabras que la madre Teresa de Calcuta, premio Nobel de la Paz de 1979, dijo el sábado a los sorprendidos niños del barrio madrileño del Candil. La madre Teresa está en Madrid desde el sábado, invitada por el cardenal Tarancón para abrir una casa de su orden con cuatro misioneras en la capital de España. Al verla aparecer, bordeando el polígono industrial y el campo de trigo que limita con la colonia, casi todos pensaron, quizá por primera vez, que acababan de presenciar un milagro. No obstante, aquella madre Teresa era verdaderamente de carne y hueso y había venido desde las páginas de los periódicos a fundar una misión de la caridad. Al fondo, cuatro jóvenes monjas, las nuevas misioneras, sonreían tímidamente al vecindario.

Cuando iba hacia el barrio del Candil, la madre Teresa de Calcuta echó un vistazo a los alrededores. Evidentemente, las cunetas no eran el Ganges, ni estos niños parecían tan depauperados como aquéllos, ni habría lugar para tigres entre las espigas de cebada, donde los fundadores de la colonia empezaron a levantar sus casas hace veinticinco años. Pero, en cierto modo, una ciudad dorrmitorio es una India dividida en estantes, y al que Dios le quita serpientes, el diablo le da microbios.La madre Teresa miró a su alrededor y seguramente se hizo cargo en seguida de los antecedentes que le habría proporcionado el cardenal Tarancón: unas 120 casas bajas de ladrillo, de tres o cuatro habitaciones. Casi todas están habitadas por dos, cuatro o cinco familias. Dieciocho años antes que ella había llegado Andrés Sobrino, un obrero de la construcción toledano que, paradójicamente, había puesto sus esperanzas en el problema de la vivienda. «Algunos otros estaban allí desde unos años antes. Muchos habían venido de Extremadura, con el mismo propósito que yo: sacar adelante la familia. Compramos unas parcelas al dueño de estas tierras y empezamos a construir las casas. Esta que se ve aquí, la mía, la levantamos entre mi mujer y yo sin ayuda de nadie».

La madre Teresa de Calcuta traía a cuatro jóvenes hermanas, Nalian y Benita, indias; Mari Jude, inglesa, y María del Fátima, venezolana.

Jacinta Orejudo, de once años de edad, se guardó su bolígrafo y empezó a estudiar a la madre a distancia: «Es bajita, sonríe mucho y saluda juntando las manos como si fuera a rezar y con una inclinación de cabeza».

Ahora, tarde de ayer, lunes, la madre no está, pero las hermanas se han quedado en sus puestos: Fátima: da explicaciones y Mar¡ Jude, echa un vistazo a las flores que acaba de poner junto al pequeño altar de la capilla, más allá de una estera de esparto limpia, aunque castigada por viejas quemaduras de cigarrillo. Luego, la madre y el cardenal Tarancón vendrán a misa de ocho, y el barrio comienza a echar cuentas sobre lo que pediría a un hada madrina: «Un hogar de ancianos; no, no..., una guardería; no, no, preferiblemente las dos cosas». En segundo plano Marianito, un amigo de Juan Carlos pide un coche, y los otros ensayan reverencias indias y plegarias en las que humildemente se solicita Disneylandia. Y la madre Teresa, que se habría ido al obispado, volvería a decir a Christopher, su traductor de inglés, «diles que recen por las hermanas...».

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_