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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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El Real Madrid

Soy un fanático del Real Madrid porque no le he visto nunca jugar. Fanatismo es creer lo que no vimos. Mi equipo es el Rayo Vallecano, equipo al que he hecho algunos reportajes, siempre bajo la rúbrica de «el fútbol caliente de Vallecas». Pero el Real Madrid, con su mejor alineación completa en el campo, es como el monasterio de El Escorial pintado de blanco. Un demasié. Ahora que el Real Madrid ha vuelto a ser campeón de muchas cosas, y parece tener en Vizcaíno Casas su juglar y en Escartín su Heidegger, nos vuelve a recrudecer nada menos que el problema del centralismo. Lo que tiene en un grito al mapa autonómico no es que en Madrid estén siempre los académicos y los políticos, los premios Nobel y el Lute, Aleixandre y Fragabarne (hay que comerse sílabas para citarle, como hace él mismo). Lo que tiene en un grito al mapa autonómico/ periférico es que en Madrid esté Pirri. Martín Villa acaba de decirlo de una manera que califica/ descalifica anfibiamente a Suárez: -Suárez es un presidente atípico.

El Real Madrid también es un equipo atípico, y Alfonso Sánchez, en lo que tiene de Alfonso el Sabio, ha señalado el matiz:

-El Madrid no es un equipo, sino un club.

Ahí le duele. El Real Madrid es un club, una empresa típicamente madrileña (en esto nada atípica), como pueda serlo hoy «la empresa» de la Moncloa. O sea una coafigación de los mismos de siempre que echan por delante sus muchachos impolutos, como Colsada echa las chicas Colsada, mientras ellos van a lo suyo. Me lo dijo una vez don José María de Cossío, cuyo último y póstum tomo de Los toros sale ahora en Espasa, terminado por Cañabate, o sea el Caña, tan entrañable:

-Mire usted, Umbral, aquí todos somos una gran familia unos con otros: marquesas, toreros, académicos, futbolistas y ministros.

Este elitismo de «lo matritense» (ayer he teorizado largamente sobre «lo matritense» con Javier Alfaya, que vino a verme y a que le sirviese unos tragos de ron del Barrilito, del que me envía Gladys Neggers), es el que ahora nos ha metido en el cirio de lo vascuence o lo andalucense. En el federalismo amortiguado como autonomismo. El gran José Bódalo me lo dijo en Oliver durante uno de nuestros viajes al fondo de la noche:

-Te digo mi verdad, Umbral: yo, de actor, nada. Yo lo daría todo por haber sido Gento.

Y cuando hacía el Goya de Buero, entre escena y escena, en las entrecajas, oía al Real Madrid por el transistor. Él Real Madrid se ha parecido demasiado al Régimen. Bernabéu tuvo de manchego cauto lo que el General de gallego cauto, y los jugadores blanquiblancos se han casado con las grandes estrellas como los ministros de Franco se casaban con las grandes sociedades anónimas, los bancos o el Opus, haciendo la boda en Los Jerónimos o en el INI. El Real Madrid ha sido el camino más corto para conquistar a Sonia Bruno o al Banesto. Se dice que el Real Madrid siempre tuvo en nómina algunos columnistas madrileños, y Vizcaíno Casas, sentado a la derecha de Pirri en el reciente autohomenaje, es la charnela entre el retrofranquismo sociológico y el triunfalismo balompédico. Me paseo con los Cuadernos del Norte, de Juan Cueto, y un periodista joven y madrileño me objeta, deshojando la revista:

-¿Pero es que también estos de provincias van a dar artículos de Roland Barthes?

Uno es matritense, madrileñista y hasta madridista, y la patada asturiana de Enzo Ferrero al madridista San José (que estuvo en la fiesta con muletas) me duele en el alma como mi propio codo quebrado. Pero el Real Madrid era el ramo de blancura que echaba por delante el Régimen para disimular que «en Madrid algo olía a podrido en Dinamarca». Sólo que hasta en Dinamarca metía goles el Madrid. Pirris y Gentos aparte, esa abstracción que llamamos Madrid, y que flota sobre la ciudad como la contaminación, tampoco es un equipo, ni una democracia, ni una dictadura, ni una capital, ni una crema de la intelectualidá. Madrid es un club. Privado.

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