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Los Antonios

Como decía Eugenio d'Ors al hacerle notar un contertulio la cantidad de poetas que en aquel momento se encontraban en el café... «¡Es verdad..., hasta los hay repetidos!».Repetidos son los Antonios en nuestra vida pública. Cuantos y, en general, cuanto bueno entre ellos. Dejemos aparte a los del pasado con los políticos oficialmente malos corno Antonio Pérez, oficialmente buenos como Cánovas del Castillo o a los consagrados en el alma de los españoles como Bienvenida y Machado. Hablo de los que hoy he conocido y conozco, a los que he visto, oído o leído...

Como al último, alfabéticamente hablando, Antonio de Zubiaurre, viejo compañero de lectorado en Heidelberg, fino poeta y el mayor derrochador de tiempo que he conocido en mi vida, un tiempo entregado sin tasa al amigo en apuros físicos o morales. Su bondad sólo es comparable con su despiste. La última vez que le encontré estaba frente al Ministerio de Asuntos Exteriores mirando hacia la plaza Mayor. Le vi dudando en la esquina, me acerqué y le dije: «Tu adonde vas es a la conferencia del Ateneo, justamente en dirección contraria». Y así era.

En dirección contraria, cronológicamente en su caso, ha ido siempre Antonio Díaz-Cañabate, de profesión sus nostalgias. No se trata de un nostálgico político, sino de un costumbrista... Como se sabe, la nostalgia es esa enfermedad que alcanza a las personas como una dolencia senil y que, en el fondo, más que añorar una situación anterior, representa echar de menos a ese individuo más alto, más fuerte, más potente sexualmente, es decir, a alguien más joven, que era uno mismo. Pero lo asombroso en el caso de Cañabate es que esa enfermedad parece de nacimiento. Porque esos artículos donde lamenta la desaparición de aquel Madrid de la juncal señá María y del sembrao señor Eusebio, ya los escribía en los años cuarenta.

Antonio Díaz-Cañabate tiene un primo también llamado, y no por casualidad, Antonio. Para Antonio Garrigues (padre), en cambio, el pasado sólo aparece en la memoria y en el porte de hidalgo antañón. Alto, esbelto, tieso como un álamo, es hombre que fácilmente se hace con uno. Esa mirada fija sin llegar nunca a inquisitiva me recuerda la del admirado doctor Marañó n; es la mirada de quien muestra un interés total por la persona a quien acaba de conocer y, como el médico aludido, consigue dar una impresión de afecto sin necesidad de ablandarse con ella. Pasa fácilmente cualquier barrera.

Antonio Garrigues (hijo) en cambio, en lugar de pasar barreras las rompe. Donde el padre, con perdón de ellos y de la gramática, es caninamente galgo, el hijo es bulldog. Hay mucha energía desbordante en esa silueta maciza y atlética de hombre que en la vida quiere comer en todos los platos y probar todas las salsas, aunque en algunas sea más brillante (finanzas, tenis) y en otras bastante menos, como en el oficio de escribir. Este Antonio llegará a donde se proponga porque pone más de los cinco sentidos habituales en el empeño. Cuando está en una reunión, o manda o se va. Schomers sabía muy bien lo que hacía al vestirle de superman con honores de portada.

Honores de portada tienen otros dos Antonio que se dedican a lo mismo y que han estado últimamente a la greña por un «quítame allá ese puesto». El apellidado Ruiz, maduro, seguro, sabiondo de su arte, y el apellidado Gades, aire nuevo, nervios nuevos, hoy dedicado a Pigmalión de una muchacha que se llamó Marisol y que gracias a él está entendiendo, «Pepa dixit», de política. A. Ruiz es el sistema. Gades, la revolución, pero como este país es tan loco, resulta que la casa ducal de Alba -sistema si lo hay- prefirió el segundo al primero. Y la razón aludida todavía era más incomprensible. Ateme usted ese zapateado por el rabo...

Ateme usted también a ese Antonio López, de profesión sus pinturas, que logra ser magistral sin dejar de ser sencillo, y que no olvide los forgendros de un Antonio Fraguas con cara de número uno de la clase en la sapiencia y en la timidez;. de esa mujer gorda némesis del pobre Mariano que bebe incesantemente sin conseguir olvidarla pasemos a la que está siempre presente en la vida conyugal como heroína de Antonio Mingote, un hombre que en este país consigue algo tan asombroso como triunfar desde hace muchos años en un periódico de bandera, tener una casa cómoda y una vida familiar grata, ser popular y querido al mismo tiempo por tirios -los antiguos- y troyanos -los modernos- Que logra que los conservadores lectores de Abc rían sus defensas del divorcio y de la línea progresista de la Iglesia, y que cuando le dan un banquete la gente de cualquier procedencia se vuelque en asistencia y elogios. Algo que a mí me preocupa, porque desautoriza uno de los capítulos de cierto libro que escribí... el de la Envidia.

... Que esa sí le tira bocados a otro Antonio, Gala de Medina-España. De verdad. Aparte de un escritor de gran categoría, apoyado en una cultura que avala la increíble cifra de tres doctorados, para mí es el primer ingenio de esta Corte, si por ese título se entiende, como siempre se ha entendido, agudeza, finura en el juicio, rapidez en la contestación, y ¿cómo no? enraizada tradicio-

Pasa a página 12

Los Antonios

Viene de página 11nalmente en nuestras letras una mala uva que da a sus frases, al parecer tan ligeras, carácter letal. «Un castillo de fuegos artificiales», me dijo alguien juzgando frívolamente al frívolo. Hasta cierto punto, le contesté; detrás de ese chisporroteo suena a menudo el Gran Bertha, el cañón del 42 alemán de la primera guerra mundial.

Y otro Antonio también, teatral, en el mejor sentido de la palabra, es decir, como autor dramático. Buero Vallejo cenceño, de perfil agudo, de convicción profunda. Le conozco desde hace muchos años y siempre le he visto con una seguridad total en la misión que en la vida tenía encomendada; se sabía nacido para hacer vivir a unos personajes en el cuadro mágico que abarcan el fondo, los bastidores y la batería... y se entregó total y profundamente a su tarea. Su honradez profesional es impresionante. Jamás ha escrito una obra que le conviniera políticamente, al revés, casi nunca le ha convenido, ni siquiera ahora. Jamás ha escrito para el lucimiento de una actriz o de un actor. Los que han triunfado en sus obras son los que han doblegado su arte para ponerlo al servicio de la idea; nunca ha ocurrido lo contrario.

Hombre convencido de su valor cultural y literario es, sin embargo, uno de los pocos españoles que en este país sabe escuchar al vecino que le interesa. Lo hace con atención, con pasión incluso de aprender. Eso sí, cuando le toca el turno no hay quien detenga la ola de conocimientos que larga...

Conocimiento que también tienen y de los que también son generosos a la hora de difundirlos tres Antonios de la Real de Historia, Ruméu de Armas, Domínguez Ortiz y Blanco Frejeiro, especialistas de Historia Moderna de España entre el dieciséis y el diecinueve los dos primeros, de tiempos prehistóricos el último. De cómo hablaban en esas épocas sabe mucho otro Antonio de la Real Española, Antonio Tovar, que hoy, desengañado de estas tierras, apacienta culturas en la culta Alemania Occidental...

Y para que en ese desfile los Antonios no se agolpen, empujen, se avasallen, pidamos consejo al hombre que dedicó gran parte de su vida a situar a la gente en forma jerárquica. ¿Cómo los sentamos a la mesa de la popularidad, Antonio buen conde de Villacieros?

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