Los estudiantes extranjeros en Francia
RASCANDO LEVEMENTE la brillante capa cosmopolita, internacionalista de París, se encuentra casi siempre el color de la xenofobia. En la excepción están las capas culturales receptivas, que siempre saben nutrirse de un Picasso o de un Beckett, de un Ionesco o de un Juan Gris, por citar ejemplos soberanos, y sin ocultar que ellos, a su vez, supieron también recibir la cultura de ese gran melting-pot. Pero la clase media y la intermedia que podría simbolizar el personaje-institución de madame la concierge empalidecen de cólera ante el extranjero, en el caso de que no vaya acompañado de una cuenta corriente interesante. Para ellos inventó Charles Maurras la palabra «meteco» -recogiéndola de la antigua Grecia, donde el meteco era una casta privada de derechos de ciudadanía-, que en los años de la preguerra promovió acciones de la extrema derecha nacionalista con porras y pistolas, no muy-distintos de los que sucedían en Berlín contra losjudíos en las mismas fechas.El primer ministro, Raymond Barre, recupera ahora una palabra ya lanzada por Pompidou en 1968: dépotoir, aplicada a la universidad, y concretamente a los estudiantes extranjeros. Dépotoir es una ciénaga de aguas residuales, de excremento y basura, en espera de una depuración que las potabilice. Pompidou aludía entonces a los metecos del corte de Rudy Dutschke o de Cohn Bendit, alemán un o judío el otro, con los que cumplía la tradición -no sólo francesa- de acusar de los desórdenes y de las revoluciones a los elementos extranjeros. Su sucesor, Raymond Barre, acude de nuevo a la expresión, desde la Asamblea Nacional, para pedir una depuración de la universidad de esos elementos extranjeros, a los que acusa de ni siquiera ir a clase. Y de provocar unos desórdenes que se ha visto en la obligación de reprimir (un estudiante muerto en Jussieu). Y con lo que las organizaciones estudiantiles denominan «lluvia de golpes» dados por la policía.
Todo procede de una serie de disposiciones gubernamentales discriminatorias para con los extranjeros: unos exámenes especiales, una exigencia de conocimientos profundos de lengua francesa, unas exigencias administrativas determinadas para aceptar su matricula. Y, denegada la matrícula, se produce automáticamente la expulsión por parte de la policía. Es el «decreto Imbert» -«decreto Imbert, decreto racista», dicen los estudiantes franceses-, que defendió el ministro de Educación, Beullac, con la desafortunada frase de que los estudiantes extranjeros van a Francia para «una cosa muy distinta» que la de estudiar; aunque no tan desafortunada como la del dépotoir del primer ministro Barre. Los estudiantes de todas las universidades han hecho causa común con sus compañeros extranjeros y ya extienden el conflicto a la situación general de las universidades y al control de la derecha gobernante en la formación de las futuras clases dirigentes, mostrando estadísticas según las cuales el número de hijos de obreros en la universidad, que ya era muy bajo en 1968 -11,9%-, ha descendido aún más diez años después -7,6%- La Unión Nacional de Estudiantes de Francia (UNEF) no está sola en esas reivindicaciones: le apoya también la mayoría de los sindicatos y organiza piones profesorales. y esa gran parte de Francia siempre abierta, que puede simbolizarse en una frase editorial de Le Monde, el diario siempre atento a las grandes causas de la libertad cuando recuerda que «los estudiantes se sitúan en una tradición de generosidad que quiere que la uni versidad sea una tierra de asilo».
Lo que ahora la prensa francesa de la derecha y sus correspondientes en España, lo que supone una contradicción con lo que parece su defensa nacionalista, puesto que hay miles de estudiantes españoles afectados por esta medida: a menos que les considere «rojos», o sea, efectivamente, basura y excremento- relata como desmanes estudiantiles es una respuesta, aun a riesgo de perder el curso, a esa amenaza a la condición de asilo y cultura y apertura de la Universidad. Un movimiento que no se debe desestimar, aunque lo quiera minimizar el haz de fuerzas que conjunta en el mismo chovinismo al primer ministro y a madame la concierge. Hay otros motivos graves de descontento en Francia -el paro, la inflación, la reaparición del enfrentamiento de clases sociales- que puelden sumarse, aun a despecho de sindicatos y partidos -como ya sucedió en 1968- a la agitación de los estudiantes, que va en el mismo sentido.
Porque, si se sigue rascando sobre la superficie fraiicesa, debajo de la capa cosmopolita está la capa xenofóbica; pero más abajo está una Francia generosa, abierta, que es la autora de la verdadera irradiación francesa en el mundo, que no quiere dejarse traicionar.
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