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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Tito y el caudillo

El mariscal Josip Broz (Tito) era, para entendernos, como Franco, pero en rojo. Uno con la hoz y el martillo y otro con el yugo y las flechas. Este, con la palma extendida, y aquél con el puño cerrado. Uno le daba la mano a Hitler y otro se «morreaba» con Breznev. Como Paco, pero Tito; como Tito, pero Paco.Y como no somos nadie y los rojos también se mueren, al camarada Josip le llegó su 20-N como a un Francisco cualquiera. Y se ha muerto. Pero antes de morirse se ha pasado el hombre sus cuatro meses de agonía, que también tenía derecho, con su gabinete médico habitual y todo, en un hospital cómo La Paz nacional madrileña, pero judeo-masónico-marxista de Belgrado.

Al igual que con Franco, nos quedamos con la duda de si se murió a los dos días y no nos dijeron nada, nos ahogamos en la incertidumbre de saber si al partisano, como al caudillo, a última hora le vivía sólo el bazo y lo demás eran chismes o bien se murió de golpe con todo puesto en su sitio. Lo único seguro al respecto es que al del Pardo le metieron el uno-cincuenta en una pieza bajo la losa de la Cruz del Valle de los Caldos por Dios y por España y a Tito le han enterrado o sin pierna o en dos cachos.

Pero hay también diferencias notables diferencias. Franco, por rendir su vida ante el Altísimo y presentar ante su inapelable juicio, pidió a Dios que le acogiera benigno a su presencia, pues quiso vivir y morir como católico y recibió «cristiana» sepultura. A Tito sólo le entierran. El generalísimo lo dejó todo «atado y bien atado», y Suárez le chafa el nudo y deja que cualquier paria de la famélica legión de las Españas vaya por ahí enseñando el carné de Comisiones y cantando La Internacional como Pedro por su casa. A Tito, sin embargo, ningún Suarezvich le juró adhesión a los Principios Mariscales del Movimiento. Franco dejó un discurso-mensaje-último que nos aprendimos casi todos a base de «ariasnavarrazos» televisivos. Tito se ha muerto y ya está.

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Y para concluir, al anunciar la muerte del mariscal en el estadio de fútbol, el árbitro suspende, apenado, el encuentro y nadie protesta. Tras cantar el himno nacional, los 50.000 espectadores se marchan a sus casas. En España, el 20 de noviembre de 1975, sólo lloró Arias Navarro y la viuda y familiares, y a cambio se agotaron todas las reservas de champaña. En Yugoslavia, Bosnia y Hercegovina, Croacia y Macedonia, todas las regiones están apenadas y silenciosamente guardando duelo al difunto. En España, Cataluña y Euskadi, Andalucía y Levante, todas pudieron echar por fin el aire contenido en los pulmones con un elocuente uff. /

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