Se clausuraron las mesas redondas sobre nuevas tendencias literarias
Coordinados por Luis Suñén, celebraron la última mesa redonda sobre las nuevas tendencias de la literatura española los novelistas Lourdes Ortiz, José María Guelbenzu, Fernando G. Delgado y Javier Marías, el pasado martes, en el Centro de Cooperación Iberoamericana. Tras una presentación crítica de Luis Suñén, que situó a cada uno de los novelistas presentes y mencionó con agudeza las características de, al menos, una de sus obras, abrió el fuego Lourdes Ortiz, quien habló, a partir de su experiencia personal, de lo que en términos generales podría llamarse «los motivos del escritor».Como autora de dos novelas publicadas, de características tan diferentes -Luz de la memoria era, dijo, un texto guiado por la necesidad de explicarse la ambigüedad personal, la realidad del héroe problemático y de probar en el texto el funcionamiento de las máscaras distintas de cualquier personalidad, mientras que Picadura mortal, una novela de serie negra respondía a otro tipo de retos: la narración misma, la sujeción a los cánones de un género, la preocupación por el estilo entendida como aparente descuido-, se refirió Lourdes Ortiz a la pluralidad de estímulos a que responde el novelista, entendiendo el trabajo de escritura como la respuesta a un reto también múltiple y que, por tanto, admitía distintas respuestas con sus lenguajes adecuados-.
José Maria Guelbenzu afirmó escribir por gusto: lo que queda después de teorizaciones más o menos juveniles -vino a decir- es ese gusto de escribir, o la conciencia, de que para los escritores es la única manera o la más completa, y la que más gozo les produce, de expresarse. En este sentido -dijo- y no en otro han de ir las exigencias de la crítica y de la sociedad hacia su trabajo. Y en seguida se refirió a determinadas «visiones catastrofistas» de la cultura española, a aquellos que dicen permanentemente que ésta no se mueve de la mediocridad y que hace falta -una renovación de sus expresiones. Dijo que la renovación no podía considerarse como una obligación -en el sentido moral- cristiana, y que a la literatura no había que exigirle más de lo qué es: que siga siendo.
Fernando G. Delgado retomó la primacía del aspecto autobiográfico, y en un relato hermosísimo explicó las raíces insulares e infantiles de sus dos novelas, Tachero y Exterminio en Lastenia. En la infancia fabuladora de niño mentiroso encontró el origen de su necesidad de contar. En el cierto narcisismo y en el aislamiento del que nació en una isla, las raíces de los mundos narrados, los misterios y esos círculos cerrados y autónomos. En la vida familiar de la infancia y en los mitos de las islas Canarias, su pasión por lo fantástico.
Por fin, Javier Marías, vuelto de nuevo al tema de las nuevas tendencias de la novela actual, señaló el papel -en este caso el mal papel- que desempeña la crítica, primero, imponiendo, más que tendencias, modas, lo que por un lado impide a los propios críticos una lectura desprejuiciada de los libros y, por otro, empuja a los escritores a escribir de la manera que ha sido puesta de moda por los propios críticos... Se refirió en concreto a la moda, hoy en vivo, de escribir «novelas divertidas» -a la que también habla aludido José María Guelbonzu-, y puso como ejemplo la, pléyade de poetas que habían, surgido en seguimiento de la antología de José María Castellet, Nueve novísimos, de jóvenes poetas españoles, poetas que, según él, eran la epigonez misma, y que no hacían sino perjudicar a los primeros y verdaderos
Naturalmente, el debate fue intenso. De los críticos presentes salió la relativización del papel de la critica, y la fijación si alguno tenía, del de olfateadores de síntomas y, desde luego, en este país se encontraba difícil que pudieran dirigir nada. Se señaló también el carácter casi siempre laudatorio de la crítica, relacionada con el narcisismo de los escritores y la precariedad del oficio, y -por parte de una editora- se pidió a los novelistas más autocrítica y más seriedad.
Babelia
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