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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El viaje del Papa a Africa

CON su viaje a Africa, Juan Pablo II ha marchado a las fronteras de la Iglesia católica. Africa es, en efecto, un continente no sólo muy lejos de estar cristianizado, sino un verdadero mosaico y entrecruce de religiones: desde el islamismo a la religión animista, en medio de las cuales el catolicismo es minoritario -aunque en expansión- y el cristianismo se manifiesta como una opción libre sin adhesión a ninguna Iglesia: antes de 1972 se habían celebrado 1.900.000 bautismos, pero 1.500.000 se declararon cristianos sin querer recibir el bautismo ni entrar en ninguna Iglesia.Por otra parte, además, el catolicismo africano está muy lejos de haber cuajado culturalmente, y el nacionalismo, a menudo virulento, de los nuevos países aflorados a la historia se revuelve contra ese catolicismo, tildándolo de ideología extranjera, quizá porque en los tiempos coloniales el misionero llegó con demasiada frecuencia en compañía de los colonos.

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Juan Pablo II, ante todo, en los mensajes dirigidos a los africanos de distintos lugares, ha defendido la norma ética tradicional judeocristiana de la monogamia, el celibato sacerdotal, el carácter de hombre separado del sacerdote, la familia y la latinización de la Iglesia y de su culto. Las ceremonias religiosas celebradas en Africa estos días lo han sido, desde luego, según el rito latino y en latín, con ligeras adherencias de folklore religioso africano, aunque de momento no pueda valorarse el alcance de este gesto en medio de la curiosidad que ha despertado la llegada del Papa y que encubre por ahora toda otra reacción. Por otra parte, hay que tener en cuenta que el clero africano no es indígena en su mayor proporción, sino compuesto por misioneros europeos, y que el mismo clero indígena se ha educado en Roma y, desde luego, es lo menos contestatario que cabe pensar.

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En Africa, ciertamente, no hay problemas teológicos, como en Occidente, ni tampoco cuestiones de nueva moral: el gran problema es la miseria y la pobreza o la injusticia conque el llamado Tercer Mundo es tratado por las naciones industrializadas, y lo extraño es que Juan Pablo II, que se ha referido al evangelio como factor de orden y progreso, no haya enfatizado una doctrina como la expuesta por su predecesor Pablo VI en su encíclica Populorum progresio, en la que esta cuestión se halla señalada, así como las opciones cristianas a favor de la liberación de esos pueblos hasta ahora oprimidos por la pobreza. Juan Pablo II ha preferido dar a su viaje un carácter distinto, más a tono con sus otros viajes en olor de multitud y contacto popular, y hacer hincapié en aspectos pastorales. No ha dejado por eso de visitar un Estado cuyo Gobierno es marxista, como el Congo, donde fue recibido por las gentes con profusión de cruces en las manos; pero sería realmente ingenuo querer dar a este hecho, o a la propia cortés entrevista del Papa con el presidente congoleño, un sentido de diálogo político.

Pero tampoco puede dejarse de lado la dimensión política de este viaje a un continente con algunos de cuyos Gobiernos la propia Iglesia de esos países ha tenido tensiones, relaciones tempestuosas o incluso rupturas. Estos acontecimientos, en vez de debilitar la fuerza sociopolítica del catolicismo, la han potenciado, y ahora, en muchos de esos países no puede hacerse nada sin la aquiescencia de la opinión católica, ni siquiera consolidar una verdadera administración - estatal, y desde luego el desarrollo económico social se encontraría comprometi do sin su colaboración. El papa Juan Pablo II ha apoyado este anhelo de desarrollo como jefe de esos católicos y ha tratado de tranquilizar la suspicacia de los dirigentes africanos frente al catolicismo.

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