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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El Gobierno de Cataluña

COMO ESTABA anunciado de antemano, el señor Pujol no ha logrado, en la primera votación del Parlamento catalán, la mayoría absoluta necesaria para ser investido como presidente de la Generalidad. Aunque los resultados electorales del 20 de marzo supusieron un inesperado éxito para Convergencia, sólo le dieron la mayoría relativa (43 escaños sobre 135). Las conversaciones posteriores en busca de un acuerdo estable de legislatura y de un Gobierno de coalición con otros partidos se han saldado con un fracaso y han impedido una votación favorable en la primera de las dos vueltas, en que se exige mayoría absoluta, al señor Pujol.El amargo despertar de los socialistas después de las elecciones, al comprobar que habían dejado de ser el partido más votado en Cataluña, ha influido posiblemente en su rotunda negativa a entrar, en posición subordinada, en un Gobierno presidido por quienes tan sorprendentemente les habían derrotado. Sin embargo, la circunstancia de que los sufragios perdidos por el PSC no se encaminaron, como los defensores de una estrategia de izquierda creían, hacia el campamento comunista, sino hacia la abstención, el centro y, tal vez, el PSA, no fortalece tanto la tesis del glorioso aislamiento en la oposición de los socialistas como la de su entrada en centros de poder, aun en lugar secundario, a fin de tratar de recuperar la confianza de los votantes desplazados hacia el centro o huidos de la vida pública por la inadecuación entre los planteamientos socialistas y sus expectativas. El resultado del 20 de marzo ha mostrado, en efecto, que la presunta competencia entre el PSC y el PSUC para disputarse el electorado descansaba en un gigantesco equívoco, ya que el espectacular desangramiento socialista no ha favorecido en nada a los comunistas, perdedores, a su vez, de unos pocos millares de sufragios. Y también refuerza la hipótesis de que las semillas del nacionalismo, tan esforzadamente sembradas y regadas por la izquierda socialista y comunista, producen a la larga frutos que son cosechados por formaciones interclasistas de orientación centrista (como Convergencia en Cataluña, el PNV en el País Vasco y una incógnita aún por despejar en Andalucía), mucho más adecuadas para convertirse en dirigentes de esa heterogénea clientela social que busca su identidad política y electoral en su pertenencia a una comunidad histórica.

El rechazo del PSC a formar Gobierno con Convergencia arrastró la negativa de Esquerra Republicana, que mejoró sus posiciones respecto a las elecciones de marzo y puede afianzarse en Cataluña como partido-bisagra entre el centro y los socialistas. La formación que dirige el señor Barrerá debe mucho al pasado político de Cataluña y a la influencia actual del nacionalismo en su vida pública. Pero también puede constituir, respecto al resto de España, un precedente de eventuales agrupaciones intermedias entre UCD y PSOE. En cualquier caso, los votos solos de Esquerra Republicana, una vez producida la negativa socialista, no le permitirían a Convergencia alcanzar la mayoría absoluta en el Parlamento. Tiene, pues, su lógica el desistimiento del partido del señor Barrera.

El tercer posible aliado de Convergencia es obviamente la agrupación en Cataluña del partido del Gobierno, todavía más aparatosamente desangrado en términos proporcionales que los socialistas con respecto a las leglslativas de hace un año. Tampoco sus dieciocho escaños solos darían al señor Pujol la mayoría absoluta necesaria para la investidura.

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El partido del señor Pujol aspira a ocupar la mayor parte posible del centro social del país, para lo cual no puede dar facilidades a la delegación en Cataluña de UCD ni tampoco dejar a Esquerra Republicana demasiadas banderas nacionalistas o servirle en bandeja el argumento de su excesiva complacencia con los llamados sucursalistas. Y, sin embargo, necesita de los votos de UCD y de Esquerra para ocupar ahora la presidencia de la Generalidad y formar Gobierno, por mayoría absoluta, y para alcanzar en el futuro acuerdos parciales en los trabajos del Parlamento. todo hace suponer que en el Pleno de hoy, Esquerra Republicana votará unánimemente al señor Pujol. No es seguro, sin embargo, que todos los parlamentarios de UCD hagan lo mismo. En cuyo caso el señor Pujol tendría que esperar a una tercera vuelta para alcanzar la presidencia por mayoría relativa, facilitada por la abstención de otros grupos.

Todas las debilidades e inconsecuencias de la estrategia de UCD en Cataluña se darían cita en ese eventual boicoteo de algunos de sus dieciocho parlamentarios a la candidatura del señor Pujol. Es evidente que el principal activo de UCD ha sido, en las elecciones legislativas hasta ahora celebradas, la figura del presidente Suárez y su condición de partido del Gobierno. Bajo ese paraguas protector han salido diputados y senadores decenas de candidatos en toda España sin apenas fuerza propia. De otro lado, la catalanización de UCD, motivada por obvias necesidades electorales, no ha sido ni lo suficientemente profunda ni lo bastante extensa como para dotar a la organización en Cataluña del partido del Gobierno del derecho a modificar las estrategias de su dirección.

El fracaso electoral de UCD el 20 de marzo en Cataluña, cuando no se trataba de elegir presidente del Gobierno del Estado, sino presidente de la Generalidad, ha demostrado que desde el momento en que el señor Suárez retira su paraguas protector sus hombres quedan desvalidos e inermes. Conclusión, por lo demás, que, a la larga, podría llevar al partido del Gobierno a valorar los pros y las contras de mantener una organización propia en Cataluña y a reflexionar sobre las ventajas comparativas de un acuerdo de largo alcance con Convergencia que armonizara los intereses comunes de ambas formaciones, tanto en la política estatal como en las instituciones de autogobierno catalanas.

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