Clausura de temporada con Mompou y Ravel
Para clausurar la temporada, la Orquesta Nacional y su director titular, Ros Marbá, prepararon uno de sus más bellos programas: Mompou, con Improperios, y Ravel, con El niño y los sortilegios. En Improperios se nos da un Mompou auténtico -hondo, sencillo, transparente- a través de uno de sus pocos trabajos orquestales compuesto en 1964 para la 3ª Semana de Música Religiosa de Cuenca. Emana de estos ocho números para voz de bajo, coro mixto y orquesta no sólo la rara perfección característica del músico catalán, sino además un irresistible atractivo. Pentagramas, a pesar de su texto litúrgico, cargados de resonancias catalanas, y no me refiero a la aparición de El noi de la mare, que, como decía Brahms sobre la semejanza del célebre tema de su primera sinfonía con el de la Novena, de Beethoven, «tiene la ventaja de que hasta un tonto la percibe».No es este o aquel dato, sino una suerte de «sentimiento de base», la exteriorización de una identidad con rasgos no por sutiles menos firmes. Suena el coro, a veces con ciertos ecos de primitiva polifonía montserratina, añade la orquesta la magia íntima, no deslumbradora ni espectacular, del mundo sonoro de Mompou, y todo discurre por el cauce calmado propio de un ánimo sereno, despacioso, cristalino, contemplativo. Procesos musicales que caminan hacia un secreto y ambicionado clímax: el silencio. La versión de Enric Serra, el Coro Nacional y la ONE, dirigidos por Ros Marbá, fue, más que excelente, auténtica. Federico Mompou, desde un palco proscenio, recogió personalmente las aclamaciones de un público contento por tenerle a su lado, deseoso de rendir homenaje a tan singular viejo-joven.
Orquesta y Coro nacionales
Director: Ros Marbá. Solistas: D. Cava, E Garner, C Buchan, A. Ricci, M. Linval, B. Brewer. E. Serra y J. M. Fremau. Obras de Mompou y Ravel. 18, 19 y 20 de abril.
Después de los sortilegios de nuestro querido viejo, los del niño, de Colette, en su transmigración musical de Mauricio Ravel, donde, como dice Alejo Carpentier, «todo prodigio se hace posible ». Y es curioso que el escritor-músico cubano emplea idéntica adjetivación que Falla al escribir sobre Ravel. «Siempre pensé», anota D. Manuel, «que nos ofrece el caso excepcional de algo así como un niño prodigioso, cuyo espíritu, milagrosamente cultivado, hiciera sortilegios por medio de su arte ».
La solución poético-dramática de la obra (altamente lograda en la última realización parisiense de Jorge Lavelli) sería difícil, casi imposible, si no viniera sustanciada por la música de Ravel.
"El niño y los sortilegios"
Antoni Ros Marbá dirigió, en noviembre de 1976, El niño y los sortilegios a la Orquesta y Coro de RTVE. Cinco de los ocho solistas fueron los mismos de ahora, y no hay sino repetir elogios, a empezar por Cyrithia Buchan, enfant sorprendente en lo musical y en lo teatral. Con ella, el clima queda establecido desde el principio. Anna Ricci -tan feliz en la música de los años veinte (esa «deliciosa broma» para Carpentier)-, Monique Linval, Bruce Brewer y Enrique Serra, todos ellos escuchados en la ocasión citada. Eran nuevos en el reparto Dolores Cava, Frangoise Garner y Jean-Marle Fremau, que, como sus companeros, lograron una versión magistral: la que impone desde su pensamiento y sensibilidad musicales, herederas del arte de Toldrá en no pocas cosas, Antonio Ros Marbá. Orquesta y Coro hicieron filigranas en esta suerte de «teatro de ensueño», cuya emoción mayor nos viene, quizá, al sentir que estamos en presencia de lo perfecto. Pocas veces, con entera propiedad, puede aplicarse el calificativo. Una de ellas es, sin duda, la aparición del arte de Ravel.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.