Jean Paul Sartre: "La izquierda actual tendrá que encontrar nuevos principios, o perecerá"
Renny Levy. Y acabas de distanciarte de esta tradición, de la del cristianismo a Hegel, desligándote de esta definición del ser como causa de sí, del hombre-Dios.Jean Paul Sartre. Sí, y considero que la moral que contemplamos no está ligada a la tradición del cristianismo; lo que debemos contemplar y los fines que debemos buscar en la moral no son ciertamente los fines que el cristianismo nos ofrece.
B. L. ¿Nos remitiría de algún modo ese pacto de generosidad a un deseo de sociedad que es al menos tan fundamental como lo que el espíritu de seriedad llama el deseo de ser?
J. P. S. Así lo creo. Pero será preciso definir bien qué se entiende aquí por sociedad. No es la democracia o seudodemocracia de la V República. Se trata de una relación completamente distinta entre los hombres. No es tampoco la relación socioeconómica que preveía Marx.
B. L. En tu debate agotador con el marxismo, ¿no has buscado en el fondo lo que hoy se ha acordado llamar el deseo de sociedad, para salir de la dialéctica de la mala fe en El ser y la nada?
J. P. S. Sin duda alguna.
B. L. Creías abrir una perspectiva moral al final de El ser y la nada, pero luego no vino ningún libro de moral, sino este debate con el marxismo. Hay que creer que ambas cosas están íntimamente ligadas.
J. P. S. Intimamente.
Buscar otros caminos
B. L. Creíste que mediante el sentido de la Historia, tal como Hegel y el marxismo lo definían, se podría quizás salvar el callejón sin salida en que desembocaba El ser y la nada.
J. P. S. Sí, sólo en términos generales. Además, pensé que habla que buscar otro camino. Es lo que hago ahora. Te diré que esta búsqueda de los verdaderos fines sociales de la moral encaja con la idea de volver a encontrar un principio para la izquierda tal como es hoy. Esta izquierda que ha abandonado todo y que actualmente está hundida, que deja triunfar a una derecha miserable.
B. L. Y canalla.
J. P. S. Para mí, hablar de la derecha y de canallas es lo mismo. Esa izquierda, o perece -pero entonces es el hombre mismo quien perece en ese mornento-, o vuelve a encontrar unos principios. Yo querría que nuestra conversación fuera a la vez el esquema de una moral y el descubrimiento del verdadero principio de la izquierda.
Hacer todo lo que se pueda
B. L. La primera aproximación a la que llegamos ahora es que el principio de la izquierda tiene alguna relación con un deseo de sociedad.
J. P. S. Absolutamente, y con la Csperanza. Ves, mis obras son un tracaso. No he dicho todo lo que queria decir, ni como quería decirlo. En algunos momentos de m¡ vida eso me ha colmado de pesadumbre; en otros, no he reconocido mis errores y he creído haber hecho lo que quería. Pero en el momento actual no creo una cosa ni otra. Creo que he hecho, poco más o menos, lo que he podido, ¡algo que podrá valer poco o mucho; el futuro desmentirá muchas de mis afirmaciones; espero que algunas seguirán siendo válidas, pero, de todos modos, hay un movimiento lento de la Historia hacia una toma de conciencia del hombre por el hombre. En ese momento, todo lo que se haya hecho en el pasado ocupará su lugar cobrará su valor. Por ejemplo, lo que yo he escrito. Esto e s lo que conferirá una especie de inmortalidad a todo lo que hayamos hecho y hagamos. Dicho de otro modo, hay que creer en el progreso. Esta es quizás una de mis últimas ingenuidades.
B. L. Volvamos, si te parece bien, a tu debate con los revolucionarios. Afirmabas compartir sus fines. Pero en el fondo abrigabas un recelo: ¡con tal de que no alcancen esos fines! Lo has dicho más o menos en esos términos. No eras más que un compañero de viaje. ¿No favorecías así un sistema de doblez mental?
J. P. S. Eso no es del todo exacto. No se trata de doblez mental; es que creo que todo partido es necesariamente estúpido. Las ideas yierien de arriba y toman la forma de lo que se piensa abajo. Esa es la mejor manera de pensar una estupidez. Porque, ciertamente, donde debe forjarse el pensamiento es abajo. No es preciso preverlo desde arriba. Por ello, la idea misma de partido me ha repugnado desde que tenía veinte años. Hay que reconocer que un partido no tiene verdad ni se preocupa por tenerla: tiene intenciones y sigue cierto camino; compañero de viaje es precisamente, para mí, quien intenta pensar la verdad fuera del partido con la esperanza de que el partido haga uso de ella.
Viaje a la Unión Soviética
B. L. Resultado posible de esta práctica del compañero de viaje: Romain Rolland viaja a la Unión Soviética en los años treinta, en el momento mismo de la colectivización forzosa, de la liquidación de los campesinos por centenares de millares, de la noche del espíritu, y declara: «He observado en la Unión Soviética una notable expansión de los derechos del espíritu humano».
J. P. S. Romaín Rolland no era un pensador notable.
B. L. Jean Paul Sartre viaja, en 1954, a la Unión Soviética, hace una pequena gira oficial y luego declara, al volver, en un gran diario de la tarde, que la URSS es el país en el que hay más libertad.
J. P. S. Es verdad que pensaba bien de ella; menos de lo que pareces creer. Pero es que me prohibía pensar mal de ella.
B. L. Así que el compañero de viaje tiene raras costumbres intelectuales.
J. P. S. No digo que un compañero de viaje sea perfecto..No es tan sencillo. P-n realidad, no intento defender al compañero de viaje porque la desgracia es que sus ideas van destinadas al partido, pero éste nunca las acepta.
B. L. Un partido -estúpido en el sentido en que lo has definido- y un compañero de viaje, es decir, un intelectual que tenga, en cuante, intelectual, una idea de la verdad, una cosa más la otra da un resulta do que ha fracasado lamentable mente, como bien sabes.
J. P. S. Lo sé, lo sé.
B. L. Pero, ¿a qué viene entonces esa especie de elogio póstumo del compañero de viaje?
J. P. S. No digo más que, actualmente, los partidos van de capa caída. Es evidente que de aquí a veinte o treinta años los grandes partidos de izquierdas ya no serán lo que son. Quizás, hasta habrá uno o dos que hayan pasado a mejor vida. Nacerá otra cosa en la que ya no habrá exactamente compañeros de viaje; consistirá, como ya he explicado, en movimientos de masas para fines definidos y particulares. En esos movimientos de masas, la noción de compañero de viaje ya no tiene sentido.
B. L. Así, pues, tu compañero de viaje pasa a mejor vida. Me gustaría que se extendiese su partida de defunción. ¿Quién ha muerto? ¿Un siniestro canalla, un tonto, un primo o un ser fundamentalmente bueno?
J. P. S. Yo diría más bien un ser que no era malo. Sin ser, necesariamente, un primo, lo hacía en ciertas circunstancias. Cuando cedía a las exigencias del partido, se convertía en un tonto o en un primo. Pero también podía no ceder, y entonces no estaba tan mal. Simplemente, el partido es quien' hacía la cosa insoportable. Era compañero de viaje porque había partido.
B. L. Hablemos claro: ¿es esa figura uno más entre todos esos fracasos que vienen socavando el pensamiento de las izquierdas desde hace cuarenta años?
J. P. S. En mi opinión, sí.
La fase de la militancia
B. L. ¿Qué piensas hoy de este aspecto de tu actividad?
J. P. S. Fui compañero de viaje durante poco tiempo: lo era en 1951-1952, fui a la URSS hacia el 1954, y casi a continuación, a raíz de los acontecimientos de Hungría, rompí con el partido. Esta es mi experiencia como compañero de viaje. Cuatro años. Por otra parte, era algo secundario para mí. En esos momentos también hacía otras cosas.
B. L. ¿No volvemos a encontrarnos con un asomo de doblez mental?
J. P. S. Siempre he dicho que pensaba de distinta manera que el partido. Eso no es doble juego. A veces conseguía convencerme de que las seudoideas del partido debían contener verdades, apoyarse sobre una base sólida, y que su aparente necedad era sólo superficial. En realidad, me sentía impresi.onado porque el partido comunista se proclamaba el partido de los obreros. Creo que fue un error. Un intelectual tiene necesidad de encontar algo a lo que aferrarse y yo encontré eso como tantos otros.
B. L. Hablemos de esa necesidad que tiene el intelectual de aferrarse a algo. ¿Cómo es que esa necesidad os condujo, en definitiva, a ti y a tantos otros, a aferraros a la roca estaliniana?
J. P. S. No se trataba del estalinismo. El estalinismo murió con Stalin. Ahora se llama estalinismo a cualquier cosa.
Copyright EL PAÍS. Le Nouvel Observateur.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.