Crisis de identidad del partidismo europeo
EL COMUNICADO conjunto que han firmado en Estrasburgo Mitterrand y Berlinguer, en representación del Partido Socialista francés y del Comunista italiano, en busca de una acción común de la izquierda europea (que comienza a llamarse euroizquierda), ilustra, más que sobre una voluntad común -que indudablemente existe-, sobre la confusión y la crisis actuales de los partidos. Unos días antes, en Suecia, el referéndum sobre la conti nuación del programa de energía nuclear mostraba una unidad entre centro-derecha -partido del jefe del Gobierno-, los comunistas y la minoría ecologista, por un lado -contra las centrales-,y la de socialistas, liberales y conservadores (también en la coalición gubernamental los dos últimos, aunque en la oposición el primero) a favor de la nuclearización, aunque con una diferencia de matices (la línea 1 y la línea 2) de forma que los tres partidos en el Gobierno mantengan opciones distintas en una cuestión primordial. En este acta de nacimiento -prematura, todavía en la incubadora- de la euroizquierda, el Partido Comunista italiano, aislado de las alianzas de gobierno en su país después de la decisión de día Democracia Cristiana, busca la unidad de acción con los socialistas franceses, en busca de una vía europea que el Gobierno de su país desearía adoptar, pero que, la dependencia de Estados Unidos le frena o le debilita Mitterrand, en cambio, trata de dar una lección a la izquierda en su país, donde el Partido Comunista se ve cada vez más aislado: la reacción de Marchais, en nombre de su partido ha sido muy dura contra los socialistas y contra los comunistas italianos: les acusa de querer enterrar el eurocomunismo y de servir a la derecha utilizando el término «movimiento obrero», que querría monopolizar. No es incierto que Mitterrand, al pretender un europeísmo independiente de Estados Uni dos, coincida con la derecha de su país, Giscard; pero con los suficientes matices como para disentir del nacionalismo giscardiano. A su vez, la socialdemocracia alemana ve su opción única -una disidencia de Carter, una aproximación a Francia, un esfuerzo por la continuación del diálogo con Moscú- repartida entre los actierdos a nivel de Estado con Giscard, mantenidos en los frecuentes contactos de Schmidt con el presidente de la República francesa, y la colaboración con la euroizquierda, a que le lleva su vocación de partido y la entrevista de Willy Brandt con Berlinguer. Todo ello tiene que estar presentado de forma que se siga oponiendo al comunismo en su país y en la Internacional Socialista, a la Unión Soviética como imperio que domina la otra Alemania y su acción en Afganistán, pero defendiendo la alianza de primer orden con Estados Unidos, la continuación de las negociaciones con la URSS y ahora la asistencia a la posible conferencia que convoque en Roma Berlinguer -por un organismo interpuesto- para reunificar a la izquierda.
Las opciones del mundo actual, las necesidades de las alianzas, los tirones del nacionalismo, la supervivencia de ideologías hechas para otras sociedades, las presiones de los grupos que pueden hacerlo -desde los sindicatos a la banca, pasando por las iglesias y los ejércitos, allá donde tienen influencia-, lo que algunos sociólogos llaman «afinidades cruzadas», el internacionalismo, la reaparición de los problemas de clases, están desmontando velozmente los partidos políticos. El profesor Duverger escribía hace unos días que los partidos políticos «atraviesan hoy una crisis de mediocridad en todo Occidente, donde se muestran incapaces de expresar los problemas fundamentales y de proponer soluciones». Es una realidad que atañe tanto a la derecha como a la izquierda. Probablemente la base de la confusión está en cierto abandono de las utopías y de los dogmas, que ha llevado a todos los partidos a una utilización inmediata y un punto grosera de lo posible.
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