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En busca de una nueva etapa en las relaciones España-EEUU / y 2

Desconfianza y desconcierto en el diálogo diplomático entre Madrid y Washington

La renegociación de un nuevo tratado hispano-norteamericano para sustituir el contrato vigente, que caduca en septiembre de 1981, va a servir de punto de arranque para institucionalizar una nueva etapa de las relaciones España-Estados Unidos, marcadas en los últimos años por una cierta desconfianza mutua y por el desconcierto de las diplomacias de los Gobiernos de Washington y Madrid en algunos campos de la acción exterior de ambos Estados.

El embajador de España en Washington, José Lladó, nos declaraba en la capital americana que «hay que desdramatizar las relaciones hispano-norteamericanas». Pero ¿quién dramatiza? De manera concreta, sería muy difícil dibujar un panorama sobre esta supuesta tensión en las relaciones de ambos países. No obstante, después de múltiples conversaciones mantenidas en Washington con primeros responsables de los departamentos de Estado y Defensa americanos y con algunos de los más influyentes columnistas políticos de este país, se puede llegar a la conclusión de que en los primeros niveles políticos americanos se sigue ignorando (y no sin mucha razón) la peculiaridad y personalidad de la nueva presencia de la España democrática en el concierto mundial de naciones. No ocurre lo mismo en el nivel de expertos del Departamento de Estado, donde se sigue de cerca la realidad española.En los medios políticos de la capital federal americana se tiene una vaga impresión de las posibilidades exteriores de España, país al que se incluye dé manera casi automática en el ámbito de la CEE y de la OTAN, a pesar de que ambos procesos permanecen inacabados y, en lo que se refiere a la eventual incorporación de España a la Alianza Atlántica, aún por comenzar. Tampoco se entiende con claridad (casi se desconoce) esa «peculiaridad» de la política exterior española, en la que insiste el presidente Suárez. Madrid, visto desde Washington, es apenas perceptible por los grandes analistas de los temas internacionales.

Está claro en Washington que España es una democracia, que ello es el resultado de un gran esfuerzo de las fuerzas políticas españolas, del pueblo hispano y del Gobierno. Aquí se resalta, de manera especial, la figura del rey Juan Carlos como motor esencial del cambio. También se asegura un apoyo americano a la joven democracia española (los fantasmas de un eventual golpe militar en España no surgen por ningún lado), pero, eso sí, sin matices o incluso sin muchas consideraciones para la enorme distancia que existe entre el régimen anterior franquista y el actual.

Del lado hispano tampoco se puede afirmar que se consiga el óptimo. A nivel popular, la imagen de la presencia norteamericana en España dista mucho de provocar el más mínimo entusiasmo. El apoyo al régimen de Franco, la ubicación de bases militares en nuestro territorio (el caso de «la bomba de Paco» no se olvida ni en Almería ni en Madrid), la presencia de transmisores para Í la emisora de propaganda Radio Liberty en tierras hispanas, la audiencia de la emisora de FM de Torrejón de Ardoz (con cuatro millones de potenciales receptores, mientras el Gobierno regatea la concesión de nuevas emisoras radiofónicas) son hechos de dificil asimilación popular. En los niveles administrativos existe una especie de revancha pendiente que reivindique la firma de un tratado equilibrado con Washington que sirva, entre otras cosas, para hacer olvidar el gusto amargo de los con tratos anteriores.

Empezar de nuevo

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Es muy difícil emprender de nuevo esta relación, pero sí es muy factible el establecer un diálogo más real y coherente. Una y otra parte deben deshacer de complejos y de viejos hábitos (los comités que regulan hoy la marcha del tratado vigente, en sus aspectos político, militar o cultural, no deben verse influenciados por posiciones políticas o ideológicas discriminatorias) que puedan dañar estas relaciones.

Los archivadores del desk español del Departamento de Estado tienen su fecha de arranque en 1977, año de la puesta en marcha de la democracia española. Ello puede ser una coincidencia y, a la vez, un síntoma si damos por buena la idea de que los anteriores archivos han quedado sumergidos en los fondos de este ministerio. Aquí y en sus niveles inmediatos superiores se nos adula la política exterior española, mientras que en otros niveles más políticos se califica de inexistente y, en algunos casos, de irrisoria, con mención directa al intento hispano de mediar en la crisis de Oriente Próximo.

Este sí es un tema importante a la hora de buscar una articulación posible al diálogo Washington-Madrid. ¿Cómo se entienden actualmente los españoles y los americanos a nivel político? En un principio, la osadía exterior del presidente Suárez provocó alguna reticencia. La llegada del embajador Todinan a Madrid no discurrió sobre ruedas y en la Moncloa se remitía al embajador americano a que hablase con el Ministerio de Asuntos Exteriores. Ahora el diálogo es más fluido. El viaje de Suárez a La Habana sirvió para demostrar la desconfianza inicial que luego, muchos meses más tarde, se repitió con algún que otro roce, como el interés americano en que España -país amigo de los árabes- apoyara los acuerdos de Camp David entre Egipto e Israel. Madrid guardó silencio, a pesar de la presión americana. También en el boicot a la Olimpiada, tema más reciente, Estados Unidos hubiera deseado el entusiasmo hispano, pero, por ahora, en la capital española impera también la prudencia, al menos a la espera de que los nueve de la CEE hagan algún gesto.

Tampoco han sido ejemplos a seguir las actitudes de la Casa Blanca y de su principal consejero de Seguridad, Zbigniew Brzezinski, ante los viaje s de amistad que realizaron recientemente el rey Juan Carlos y el presidente Suárez. El Jefe del Estado español, que fue a Estados Unidos a visitar a su padre, el conde de Barcelona, recientemente operado en Nueva York, vio convertido su encuentro «familiar» en la Casa Blanca con Carter, en una reunión política con la presencia de Brzezinski. El Rey, que comprendió rápidamente la situación, pidió la presencia del embajador de España en Washington, José Lladó, en la conversación, para evitar la utilización de su persona en una operación política.

El presidente Suárez no escapó, con anterioridad, a esta excesiva «familiaridad» de la Casa Blanca. Carter le aduló ensalzando sus conocimientos sobre la crisis de Oriente Próximo e inmediatamente le colocó un comunicado en el que se hablaba de «medidas concretas adoptadas por ambos países en favor de la seguridad o solidaridad de Occidente», Carter montó, motu proprio, a España en su carromato electoral y en su operación antisoviética. Luego Suárez, en Madrid, se apeó con prudencia y bastante nitidez del cortejo americano.

Se ha hablado también del posible papel de España como país puente entre el Tercer Mundo (por sus relaciones con Latinoamérica y los países árabes) y el grupo de naciones atlánticas. En Washington no se descarta una cierta posibilidad de mediación hispana, pero en algunos casos concretos. La eventual ambición española de desempeñar el papel de intermediario oficial de Occidente con el Tercer Mundo aparece en la capital norteamericana como una broma muy por encima de las posibilidades hispanas, bien sea para el Oriente Próximo, o incluso para Latinoamérica, donde, por ejemplo, en Centroamérica, la diplomacia hispana ha despertado una exagerada expectación de sus posibilidades de influencia en la zona, que sobrepasa largamente los medios de la acción exterior española, como ha quedado tristemente claro en Guatemala. En el tema de Oriente Próximo se le reconoce a España la gestión para un acercamiento occidental en favor de la OLP que preside Arafat (según fuentes americanas, EEU U nunca se opuso a la llegada de Arafat a Madrid ni a la presencia de España en la Conferencia de los no Alineados de La Habana), pero se califica de ridícula toda posibilidad hispana de mediar en este conflicto.

Todos estos hechos e impresiones abundan en la idea de que es necesario encontrar el camino de un diálogo distinto, basado en el mutuo respeto e independencia y ubicado en un nivel real de la presencia política en el mundo de ambos países.

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