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Reportaje:

Soviéticos y norteamericanos buscan una nueva arma, el "rayo de la muerte"

Mientras Estados Unidos y la Unión Soviética parecen nuevamente al borde de la guerra fría, y la entrada en vigor del tan trabajosamente negociado acuerdo sobre limitación de armas estratégicas (SALT II) se retrasa por tiempo indefinido, científicos militares de las dos superpotencias trabajan secretamente en el desarrollo de una nueva generación de armas que, de perfeccionarse, podrían alterar el actual equilibrio de poder y obligarían a una total reestructuración de las estrategias de Washington y Moscú. Este nuevo tipo de armamento es muy similar al clásico rayo de la muerte, tan familiar a los aficionados a las historias de fantasía científica, si bien tiene un nombre mucho menos espectacular, o, mejor dicho, dos: rayos de alta energía y rayos de partículas atómicas cargadas.

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Así funcionaría un rayo de partículas atómicas cargadas

Si una de las dos superpotencias consiguiera perfeccionar este tipo de arma definitiva, podría, fácilmente, al menos a nivel teórico, destruir los proyectiles balísticos intercontinentales del enemigo en sus propios silos. De este modo, desaparecería lo que es la base de la actual política de distensión, la llamada mutua destrucción asegurada, y se volvería a la situación de total supremacía militar que tuvo Estados Unidos en los años inmediatamente posteriores a la segunda guerra mundial, cuando era el único poseedor de la bomba atómica.El Pentágono admitió, en 1977, que sus científicos trabajaban en la aplicación militar de los rayos laser, y que estos podrían estar en condiciones de ser empleados a finales de la década de los años ochenta. Un portavoz del Departamento de Defensa dijo en aquella ocasión que no existían pruebas concluyentes de que la Unión Soviética estuviera preparando armas a base de rayos de partículas atómicas, y el entonces recién nombrado secretario de Defensa, Harold Brown, se mostró totalmente escéptico sobre la viabilidad de este tipo de armamento.

No es de la misma opinión el general George Keegan, antiguo jefe de Inteligencia de la Fuerza Aérea norteamericana, que dimitió de su cargo en 1976. Según Keegan, los soviéticos llevan nada menos que veinticinco años trabajando en un rayo de protones que, una vez perfeccionado, permitiría aniquilar en ,minutos todo el arsenal nuclear de Estados Unidos.

En una entrevista televisada, el general Keegan dijo que el centro experimental de este tipo de armamentos está ubicado en Semipalatinsk, en el Asia Central soviética, y que el rayo de protones podría ser operativo en 1.983.

Revuelo en el Congreso

Clarence Robinson, especialista en temas militares de la prestigiosa revista norteamericana Aviation Week and Space Technology, publicó, en mayo de 1977, un largo artículo sobre el rayo de la muerte soviético, que causó gran revuelo en medios del Congreso, al aportar una serie de datos sobre la investigación de los científicos rusos y al asegurar que este nuevo tipo de arma está en condiciones de «dar jaque mate» a toda la concepción estratégica del Pentágono, elaborada a lo largo de los últimos veinte años.

Robinson criticaba el escepticismo de algunos medios científicos norteamericanos respecto al rayo de la muerte, y citaba declaraciones del físico soviético Leonid Rudakov, una personalidad en las investigaciones sobre fusión nuclear, durante una gira realizada por Estados Unidos, que hicieron pensar a sus interlocutores que la URSS iba muy por delante de Norteamérica en la investigación sobre los rayos de partículas atómicas.

Aparte de las instalaciones de Semipalatinsk, que vienen siendo observadas desde hace más de diez años por los satélites espías norteamericanos, el artículo de Aviation Week indicaba que los soviéticos tienen otro centro experimental en Azgir, en la República de Kazakistán, cerca del mar Caspio. El mariscal Batitskiy, del Ejército del Aire, estaba en 1977 al frente de este programa de investigación militar, destinado al desarrollo de un arma de rayos capaz de destruir los misiles balísticos intercontinentales norteamericanos.

Los rayos de alta energía son rayos laser, y, por tanto, luz de una sola longitud de onda. Estos rayos producen un calor muy intenso y su eficacia ha sido comprobada en algunos prototipos de armas, pero tienen el serio inconveniente de que pueden ser bloqueados por nubes opacas y que su utilización, dentro de la atmósfera, podría verse alterada simplemente por una tormenta. Algunos científicos ponen en duda que sea posible alcanzar la precisión necesaria para que un haz de estos rayos, disparado, por ejemplo, desde un satélite que órbita la Tierra, pueda destruir un blanco.

La otra posibilidad que investigan soviéticos y norteamericanos son los rayos de partículas atómicas cargadas. Estos pueden ser de electrones (carga negativa) o de protones (carga positiva) y, de acuerdo con estudios teóricos, tienen un enorme poder destructivo. El problema radica en la gran cantidad de energía necesaria para acelerar las partículas atómicas. Los más escépticos opinan que, incluso si fuera posible generar esos niveles fabulosos de energía, no podría controlarse ni utilizarse.

La energía nuclear parece la única fuente capaz de suministrar la aceleración necesaria a esas partículas atómicas. Por ello, el general Keegan y sus colaboradores en el servicio de espionaje de la Fuerza Aérea norteamericana señalaron que una prueba evidente de las investigaciones desarrolladas por los soviéticos en las instalaciones ultrasecretas de Semipalatinsk sería la emisión periódica a la atmósfera de grandes cantidades de hidrógeno, quizá junto con tritio u otros elementos radiactivos.

Mientras Keegan pensaba que los soviéticos deben utilizar hidrógeno líquido para amortiguar un generador atómico subterráneo, lo que llevaría inevitablemente a la formación de hidrógeno gaseoso y a su expulsión periódica a la atmósfera, fácilmente detectable por los satélites espías norteamericanos, un importante número de físicos que trabajaban para el Pentágono descartaron totalmente la posibilidad de que los rusos pudieran, con su nivel tecnológico, estar trabajando en un rayo de partículas cargadas y aventuraron, al menos, una veintena de hipótesis sobre la finalidad del laboratorio de Semipalatinsk, que fue definido, como un centro experimental de aviones supersónicos, cuando no simplemente como un lugar de investigación de reactores nucleares comerciales.

En cualquier caso, la Fuerza Aérea norteamericana tuvo clasificada durante varios años esa zona del Asia central soviética como PNUT (probable nuclear underground test, o zona probable de pruebas atómicas subterráneas), al tiempo que la CIA, según contó Robinson en su artículo, catalogaba el área como URDF, siglas de unidentified research and development facility (instalación no identificada de investigación).

2.000 millones de dólares en investigación

Pero también en Estados Unidos se realizan investigaciones sobre este tipo de armamento. Hace menos de dos años que en una base de California se efectuó, con éxito, una prueba. Un pequeño proyectil teledirigido fue destruido en el aire mediante un haz de rayos laser. Al parecer, experimentos similares se han realizado ya con helicópteros y otros blancos, si bien siempre a corta distancia y sobre objetos que se movían a escasa velocidad.

En el laboratorio de Los Alamos (Nuevo México) se desarrolla desde hace años un programa de investigación conocido por Sipapu, una palabra india que significa precisamente «fuego secreto», y que está dirigido a la creación de un ingenio emisor de rayos aplicable a fines militares. La Marina de Estados Unidos tiene también en funcionamiento un proyecto similar, denominado Chair Heritage, y que consiste en la búsqueda de un arma defensiva para los buques de guerra. Sin embargo, otro ambicioso programa del Pentágono, conocido como Seesaw, hubo de ser abandonado en 1972, a causa de su alto coste y sus escasos resultados.

Más recientemente, en febrero de este año, el diario New York Times revelaba que Estados Unidos lleva gastados ya unos 2.000 millones de dólares en investigaciones sobre un arma de rayos y que la Administración Carter iba a dedicar a estos trabajos unos doscientos millones durante el presenta año fiscal. Según informe confidencial presentado al Congreso el año pasado, y titulado Programas de energía dirigida, los científicos del Pentágono confían que en la década actual sea posible construir armas de rayos laser que sean útiles para la defensa de barcos y aviones, además de un medio eficaz de ataque a los satélites enemigos.

La Fuerza Aérea norteamericana comenzará a experimentar en 1980 con rayos laser de cinco megavatios desde un laboratorio volante instalado a bordo de un Boeing KC-135. Según explicó el pasado mes de enero el secretario del Aire norteamericano, Hans Mark, ante un comité senatorial, estas pruebas están destinadas a verificar la capacidad de un rayo laser para destruir misiles aire-aire y, posiblemente también, proyectiles aire-tierra. En teoría, un haz de laser en el espacio podría desintegrar un blanco a 9.000 kilómetros de distancia.

Mark informó que un laser de oxígeno-yodo, que funciona en una longitud de onda de 1,3 milimicras, ha ofrecido ya resultados prometedores. De momento se utiliza otro sistema laser de anhídrido carbónico que opera a 10,6 milimicras. Estos rayos de alta energía serán especialmente eficaces en el espacio y en las capas más elevadas de la atmósfera, donde no existe o se reduce al mínimo el fenómeno de la absorción.

Una decena de satélites con "laser" es suficiente

Un rayo laser es teóricamente un arma prácticamente infalible, dado que viaja a la velocidad de la luz (300.000 kilómetros por segundo), lo que elimina cualquier posibilidad de fallo una vez apuntado sobre un objetivo, sea cual fuere la velocidad de éste, que, en el mejor de los casos, podría alcanzar varios mach, es decir, varias veces la velocidad del sonido (340 metros por segundo). Además, el laser puede ser disparado sucesivamente contra blancos, muy distantes entre sí, aunque tiene el grave inconveniente de que una capa de nubes o la mera absorción atmosférica podrían limitar o incluso anular sus efectos.

Por ello, los especialistas del Pentágono creen que la principal aplicación de las armas a base de rayos laser está en el espacio, y más concretamente, en la lucha contra satélites o misiles enemigos. Una decena de satélites norteamericanos armados con laser podrían servir como defensa de todos los satélites estratégicos de comunicaciones y de navegación de las Fuerzas Armadas, frente a hipotéticos ataques de satélites soviéticos, dice el informe presentado al Congreso, en el que también se apunta la utilización de los laser como arma agresiva, capaz de destruir en sólo unos minutos los satélites militares de la URSS.

La creación de un sistema anti-misiles en el espacio por una de las dos superpotencias transformaría rotundamente el actual equilibrio de terror. Pero, mientras, para algunos, el impropiamente denominado rayo de la muerte haría desaparecer la disuasión y abriría, quizá, el camino a una guerra, al hacer pensar al atacante que podría sobrevivir a un enfrentamiento nuclear; otros analistas creen que las armas de rayos, sean laser o de partículas atómicas, son un elemento más de la disuasión mutua y, por tanto, de la distensión y de la coexistencia pacífica.

Los norteamericanos parecen inclinarse por los rayos laser de alta energía y, sin que esté en marcha algo similar al Proyecto Manhattan, que creó la bomba atómica, sus científicos experimentan ya con tres tipos diferentes, basados en sistemas térmicos, químicos y eléctricos de generación del haz de rayos. Los soviéticos, por el contrario, parecen concentrar sus esfuerzos principalmente en los rayos de partículas cargadas, sean de protones, de electrones o incluso de átomos de hidrógeno.

Un rayo laser de alta energía tiene aproximadamente un metro de ancho y está compuesto por fotones que, al alcanzar el blanco, producen intenso calor y, si permanecen el suficiente tiempo, queman en su superficie un agujero y destruyen alguno de sus componentes esenciales. Un rayo de partículas atómicas tendría apenas unos centímetros de diámetro y, dada la gran capacidad de penetración de las partículas, necesitaría menor tiempo de impacto sobre el blanco para destruirlo, lo que supone mayor rapidez para disparar sobre el próximo objetivo.

Junto a los problemas básicos del tipo de cómo conseguir que un haz de rayos se propague dentro de la atmósfera, de acuerdo con una trayectoria prevista, o de encontrar una fuente de energía capaz de alimentar las enormes descargas eléctricas necesarias para acelerar las partículas o generar el laser, el desarrollo de un arma de rayos requiere también la puesta a punto de refinados y ultracomplejos sistemas de puntería, control de fuego, coordinación, detección de impacto en el objetivo, etcétera. Por ello, y dejando a un lado opiniones alarmistas como las del general Keegan, la mayoría de los expertos piensa que deberá transcurrir una década antes de que el rayo de la muerte, o su versión aproximada, pueda ser operativo. Siempre, claro está, que los cálculos teóricos se confirmen en la realidad.

Los científicos del MIT no creen en el rayo

Los detractores de este tipo de armamento son numerosos y entre ellos figuran instituciones tan prestigiosas como el Massachusetts Institute of Technology, que el año pasado hizo público un breve informe en el que consideraba «mínimas» las posibilidades de que un ingenio emisor de rayos, aplicable a fines militares, pueda ser fabricado, o incluso diseñado, en un futuro próximo.

Al tiempo que los partidarios de esta nueva generación de armas consiguen fondos presupuestarlos para sus investigaciones, se trabaja también en las armas defensivas. Un rayo laser podría ser neutralizado si el objetivo está cubierto por superficies reflectantes, a modo de espejos, aseguran algunos especialistas. Otros creen que el alto grado de puntería y precisión en el disparo necesario para hacer eficaz un arma de rayos haría más fácil su inutilización por el simple sistema de los señuelos: una oleada de misiles de los que sólo una décima parte tuviera realmente cargas nucleares obligaría al arma antimisiles a efectuar numerosos disparos inútiles. Según estudios teóricos recientes, cada disparo de un rayo de este tipo consume una cantidad de energía bastante para encender durante una fracción de segundo, todas las luces de Estados Unidos.

John Allen, subsecretario de Investigación y Tecnología Avanzada del Departamento de Defensa norteamericano, explicó así, en 1977, a la revista Aviation Week, su visión del problema: «Los escritores de fantasía científica siempre han estado fascinados con la idea de un arma de energía dirigida, con rayos que destruyen directamente un blanco, sin necesidad de bombas, misiles o proyectiles. Un arma de este tipo aparece ahora no sólo posible, sino que incluso podemos escoger entre el tipo de rayos que queremos utilizar... desde electrones a cualquier otro tipo de partículas fundamentales.

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